PensamientoReseñas

Anton F.J. Thibaut: la serenidad hecha hombre

Por Mario S. Arsenal.

Infinitos son ya los estudios sobre lo que se ha dado en llamar Romanticismo. Algunos, más o menos, de gran justicia y resultado; otros, débiles y carentes de aportación novedosa alguna; e incluso los hay, abundantemente, que rayan en la reproducción machacona. Antonio Pau, un jurista toledano especializado en literatura alemana y en la obra de Rilke, ha dado a luz una criatura biográfica del más alto nivel. La editorial Trotta nos tiene mal acostumbrados dando cauce a todas esas publicaciones que buscan la verdad desde todos los puntos de vista imaginables, pero esta vez se han vuelto a superar, han acertado con este texto que –fíjense lo que voy a decir–, siendo precavidos, se convertirá en una joya esencial entre los anaqueles de cualquier amante de la literatura alemana de la Ilustración que se precie.

Muchos son los que desconocen la figura de este personaje emblemático de la cultura; otros tantos no podíamos profundizar de manera sencilla a su bibliografía debido a la falta de traducciones, y sólo unos pocos lo habían leído en su lengua original muy sesgadamente. Éstos últimos tampoco le dieron en su día el eco que merecía. Ahora, como si de hacer caer cosas maravillosas del Cielo se tratara, llega este refinado trabajo.

Anton Friedrich Justus Thibaut (1772-1840), nacido en la ciudad de Hameln, en la Baja Sajonia, legendario hogar del flautista de los hermanos Grimm (Hamelín), se convirtió en profesor de Derecho y desde su parcela revitalizó valores como la igualdad, la libertad y la dignidad humanas. Propugnó un nuevo modo de hacer leyes y se erigió como una suerte de maestro de Europa. Con el tiempo, y cada vez con más ahínco, fue tendiendo puentes hacia la música polifónica del Renacimiento. Así, no faltaban en su haber partituras de Palestrina, de nuestro Tomás Luis de Victoria o de Händel, compositores predilectos de Thibaut. Pero no fue la música su único campo de actuación, no. Y tampoco fue Hameln el único lugar que habitó. Es célebre la anécdota de su llegada a Jena, donde había reservado para él un puesto en la célebre universidad, dirigida en aquel entonces por el ministro-poeta Goethe; Thibaut así lo deja testimoniado en sus diarios: “En Jena, donde ocupé el bonito jardín que fue de Schiller, viví tres magníficos años, con salud y con el más eficaz rendimiento”. Nada más llegar a la ciudad decidió visitar a Schiller para hacerse con su idílico jardín, la Gartenhaus, lugar emblemático porque allí mismo Novalis cuidó de Schiller en ese fatídico año de 1791, y también porque fue allí donde se produjo el famoso incidente, en una tarde de noviembre de 1794, que condujo a la enemistad a Hölderlin con Goethe. Pero eso no fue todo; la vida intelectual en Jena se desarrollaba con fluidez. Conoció y entabló relación, por citar dos ejemplos, con el gran Johann Diederich Gries, traductor al alemán de los Autos Sacramentales de Calderón, y con Karl Ludwig von Knebel, renombrado traductor de los clásicos latinos.

Luego, más tarde, marchó a Heidelberg. Le esperaba en esta universidad su etapa más floreciente, el momento de consolidación como profesor y como persona, acaparando un éxito fuera de todo término. Tanto fue así, que sus colegas a veces recelaron de él, puesto que en ocasiones su sueldo era superior al de toda la facultad de Humanidades. Incluso llegó a ocupar el puesto de rector en la Universidad. Se granjeó la mejor de las famas y se le hizo parte de una batalla intelectual frente al gran rival de la jurisprudencia, Friedrich Karl von Savigny, de la que salió a todas luces vencedor.

Salvando la mejor de las anécdotas, éste es un libro en el que descubrir al maestro de los maestros. Fue mentor de Schumann y Mendelssohn, a sus recitales de canto asistía Hegel emocionado, fue profesor de August von Goethe, desdichado ser humano que ni en su epitafio sepulcral pudo separarse de ser “hijo de”, influyó poderosamente en las ideas de Eduard Gans, quien a su vez fue recogido por el mismísimo Karl Marx, y un largo etcétera. Si la eternidad tuviera un nombre y poseyera una cualidad, ésta llevaría el nombre de Thibaut en letras de oro que dijesen: “Aquí yace para la posteridad el sereno Thibaut”.

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-Thibaut y las raíces clásicas del Romanticismo-

Antonio Pau

Ed. Trotta, 2012

276 pp., 20 €

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