Caza a Moby Dick en el Matadero de Madrid
Llamadme Meritxell. Hace unos días -no importa cuánto hace exactamente-, encontrándome con 18 euros en el bolsillo y con nada en particular que me retuviera en casa, se me ocurrió embarcarme y ver mundo en las Naves del Teatro Español. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y regular la circulación cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga. Cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome sin querer frente al resplandor de Jorge Javier Vázquez; y, sobre todo, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que debo acudir a un robusto principio moral para impedirme salir a la calle y, con toda deliberación, poner metódicamente fuego a los cajeros, entonces, comprendo que ha llegado la hora de irme a navegar a un teatro, tan pronto como pueda. Pero no como simple espectadora, sino como miembro de la tripulación.
Había decidido embarcarme en un ballenero que, hasta el 2 de diciembre, permanece atracado en las Naves del Español. donde la compañía Living Structures representa Leviathan. Join the disaster, un particular espectáculo basado en Moby Dick, de Herman Melville. Al contrario que Ismael, no puedo decir, en mi caso, que me atrajeran irresistiblemente los cetáceos. Mi experiencia en el gremio era más bien escasa, pero a los oficiales del Matadero no parecía importarles que sólo hubiera pisado un ballenero haciendo Whale watching en el mar noruego. Me hicieron dejar los enseres con los que venía en la taquilla, y me colocaron un mono y un chubasquero blanco encima. Con esa pinta, más que como un arponero, ¡como el grumete del capitán Pescanova me sentía!
“¡Que no, Pepe! ¡Que no quiero! Que si llego a saber que me traes a una cosa así vengo con otra ropa, pero así no quiero… ¡Que no! ¡Que no quiero! Que estas cosas se avisan antes, hombre…” Dos tripulantes menos en el ballenero. La mujer se acababa de enterar de que en el Pequod no hay butacas y de que te puedes mojar si hay marea alta. Finalmente, decidió esperar en la Posada del Chorro –léase, el bar del Café Teatro–, y lo cierto es que demasiado emperifollada iba ella para ponerse a descuartizar ballenas. Recordemos que el de cazador de cetáceos no es un trabajo apto para cualquiera, sobre todo en los tiempos en que el norteamericano escribió su novela. Entonces, cuando todavía no se disparaban arpones explosivos a discreción, era algo de lo más usual que los temerosos arponeros perecieran, con sus frágiles botes de madera, luchando cuerpo a cuerpo contra una ballena.
Pero estén tranquilos: ninguna desgracia nos sucedió a la tripulación de las Naves del Español, ya que, antes de embarcar, una azafata se encargó de bendecirnos con un extraño ritual. El barullo del muelle me impidió entender sus preces; pero quise creer que me deseaba algo bueno cuando me colgaba una bolsita negra del cuello. Contenía algo caliente y pringoso que desprendía un olor penetrante, nada desagradable. ¿Sería ámbar gris, aquella valiosa sustancia producida en el tubo digestivo de estos enormes mamíferos marinos? Por lo que me han dicho, todavía se utiliza para elaborar el Chanel nº5, y su precio en el mercado ronda los 10.000 dólares el kilo. Considerando los recortes sufridos en Madrid Arte y Cultura, desestimado quedó que la empresa nos estuviera regalando, así por las buenas, vómito de ballena.
Antes de embarcar, enseñamos nuestra entrada al personal y firmamos en una hoja con nuestra huella dactilar. Y allí estaba el Pequod…
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“…un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso, todo él con un anticuado aire de patas de garra. Curtido y atezado por el clima, entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos, la tez del viejo casco se había oscurecido como la de un granadero francés que ha combatido tanto en Egipto como en Siberia. Su venerable proa tenía aspecto barbudo. Sus palos (…) se erguían rígidamente como los espinazos de los tres antiguos reyes en Colonia. Sus antiguas cubiertas estaban desgastadas y arrugadas como la losa, venerada por los peregrinos, de la catedral de Canterbury donde se desangró Becket.”
Subimos a bordo cautelosamente. Me faltaba sonido ambiente. Las gaviotas dormían todavía, y las olas no empezarían a ronronear hasta que toda la tripulación estuviera lista para zarpar. “Where’s the best place? Near the sea or far from the sea?”, se preguntaba un marino detrás de mi. Parece ser que, como en Moby Dick, también hay mezcolanza de nacionalidades aquí. El director, Klaus Kruse, es alemán; la directora musical, Verity Standen, inglesa; la directora visual, Ula Dajerling, polaca; la coordinadora de movimiento, Dani d’Emilia, de origen italo-brasileño, y neozelandés el actor que interpreta a Ismael, Dugald Ferguson, a quien veríamos nadar desnudo en las oscuras aguas de la Nave 1.
El buque tiene capacidad para fletar hasta 320 lobos de mar. Eran las 20.30h y aún faltaban algunos por llegar. Había grumetes que empezaban a tener problemas para transpirar y solicitaron desprenderse del chubasquero a un oficial. “Nosotros aconsejamos que se lo dejen…”, denegó amablemente el del puente.
Otros marines ya daban muestras de impaciencia, obsesionados por avistar al enorme balón de pilates blanco que, como todos sabemos de antemano, aniquilaría a los tripulantes del barco. “¿Pero esto no era la historia de una ballena? ¿Dónde está la ballena? ¡Yo no veo ninguna ballena!” Es culpa del capitán Ahab, que, con su diabólico y monomaníaco cantar, los había embaucado ya.
Estremecían sus pisadas secas en las sombras de cubierta. Del codaste a la roda, él y su pata de marfil medían rítmicamente la eslora, en un dúo protagonizado respectivamente por Verity Standen y la cellista Beth Hipwell. Siempre oteando el horizonte, ojos inyectados en sangre, clamaba venganza con la mirada, en busca de aquella omnipotente montaña de nieve sobre el agua que, tiempo ha, le dejó cojo y con insania.
“Aquella noche; entre la segunda y la tercera guardia, Ahab venteó como un perro de caza. Afirmó que por allí cerca tenía que haber una ballena, porque lo sentía en el aire y en los huesos.
– ¡Vigías arriba! ¡Todo el mundo a cubierta!
– ¿Qué ves?, gritó Ahab mirando hacia arriba.
– Nada aún.
Al instante, Ahab ordenó que le izaran a su canasto; pero, a los dos tercios del camino, lanzó de pronto un grito horrible.
– ¡Por allí sopla, por allí! ¡Moby Dick!”
Cantantes, bailarines, aerealistas y performers se armaron con arpones y balones para luchar contra la ballena (alerta: aunque no tengas aletas, alguna pelota también te puede golpear en la cabeza). Luchar contra el océano, contra la naturaleza, contra aquel ser supremo que les obcecaba y desplegaba inexorablemente sus velas rumbo a las tinieblas.
“Entonces, pequeñas aves volaron gritando sobre el abismo aún entreabierto; una tétrica rompiente blanca chocó contra sus bordes abruptos; después, todo se desplomó, y el gran sudario del mar siguió meciéndose como se mecía hace cinco mil años.”
El drama terminó. Pero, como podéis leer, en esta ocasión, más de uno sovbrevivimos al naufragio para narrarlo.
Cuando acabó la performance, por cierto, mi chubasquero continuaba completamente seco.
Leviathan. Join the disaster
Compañía: Living Structures.
Lugar: Nave 1 del Matadero de Madrid.
Fechas: Del 24 de noviembre al 2 de diciembre.
Horario: De martes a sábado, a las 20.00h; domingos, a las 19.00h.
Duración: 1h 30min. aprox.
Precio: 18 euros. Martes, miércoles y jueves, 25% de descuento.