‘Homeland’, el espía que amé

Por GERARD ALTÉS

El gran  éxito de Homeland sólo se puede comprender desde la madurez que goza la televisión de calidad, después de más de una década aturdiendo al espectador candoroso. Si somos capaces de sentir empatía por un gánster (Tony Soprano), o por un asesino en serie (Dexter), por qué no por un topo que ha colocado Al- Qaeda en las estructuras más altas de poder en Estados Unidos; un ex – marine capturado por una facción  en Irak en 2003 y  “rescatado” en 2011 en Afganistán. 

 

Homeland es una serie desacomplejada, y que no duda en percutir sobre lo que supuso la intervención norteamericana en Afganistán y en Irak después del 11-S, sobre todo en sus episodios más oscuros. No queda restringido sólo a un juego de buenos y malos. Por esto, el personaje de Nicholas Brody (el traidor) nos resulta tan inquietante; porque tanto, cuando actúa bajo los designios de Abu Nazir; como ahora, cuando actúa para la CIA, no se puede dirimir a qué parte de sí mismo está renunciando en cada caso. Él es una bomba de relojería, ya que las dos partes le han forzado, a través de chantajes emocionales, hacia su persona, y hacia sus seres queridos.

La serie llegó para romper los esquemas del género de intriga y espionaje que han reinado desde mitad del siglo pasado. Y lo que es más interesante, se atreve a hacerlo con heridas recientes, bien abiertas. Son muy diferentes las estrategias que existían en plena guerra fría, de las que se necesitan para contrarrestar el terrorismo islámico. Con el ataque a las Torres Gemelas se pudo comprobar que el control del poder no dependía de dos actores que jugaran en la misma liga, la política. Ahora, el gran desafío es la impredecibilidad. Ya que el modus operandi es un puzle lleno de piezas, en ocasiones reversibles.

Pero el personaje estrella de esta serie es Carrie Mathisson, una brillante agente de la CIA que se mueve mejor en el terreno que en la Central.  Aunque tantos años conviviendo con las situaciones de estrés,  han hecho de ella un manojo de nervios, desarrollándosele incluso un trastorno mental, que con pastillas puede llegar a mitigar.  Carrie también es un personaje goloso para el público, es el “McNulty” (The Wire) de la CIA, pero con un carácter mucho más neurótico.

En su primera temporada, Homeland conquistó, ante el asombro mundial, el premio más prestigioso de las series de televisión, el Globo de Oro a la mejor serie de drama, ante lo cual muchos podrían pensar que la sometería a demasiada presión para el siguiente envite. Pero en esta segunda temporada han vuelto a sacar toda la artillería pesada, sobre todo en unos tres primeros episodios memorables. Y abriendo una veda, que promete ser aún más interesante de cara al final de ésta, y esta vez no con balas de fogueo.

Los creadores, Alex Ganza y Howard Gordon, vienen del mundo de 24 y Expediente X; por lo tanto, curtidos en moverse en la tensión y dar giros trepidantes con volantazos de última hora. Por el momento, parece que en la CIA han encontrado su mejor escenario, donde están siendo unos buenos practicantes del arte del puzle, y, como se suele decir, ya tienen todo el marco acabado para poder dedicarse a tramar una de las series que promete ser implacable.●

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