La muerte y la Dolce Vita
Por Ángeles Prieto Barba.
La muerte y la Dolce Vita. Stephen Gundle. Seix Barral, Barcelona, 2012. Trad. Pedro Donoso. 496 páginas. 21 €.
No hay recurso, ni personaje más conmovedor, a lo largo de toda la historia de la literatura, que la figura yerta de una joven hermosa, haya fallecido por propia mano o ajena. Recordemos a Ofelia, Julieta o Melibea. Tampoco nada más incitador y excitante que poder contemplar escondidos a una mujer guapa, en la plenitud de sus encantos, buscando el placer por sí misma.
Pues bien, estas dos imágenes contrastadas, la de la joven Wilma Montesi, cuyo cadáver apareció en una playa cercana a Roma en 1953 y aquella otra, más afamada, de Anita Ekberg en la fontana de Trevi en la película felliniana de 1960, compondrán este curioso volumen denominado La muerte y la dolce vita, que no es otra cosa que un libro de Historia. De Historia Social, en concreto, al igual que esos dos volúmenes, ya clásicos de la historiografía, como son El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg o El regreso de Martin Guerre de Natalie Davis. Es decir, libros que utilizan la técnica de estudiar atentamente un suceso concreto para, desde el mismo, retratar a toda la sociedad del momento.
Esa interesante sociedad analizada será la Roma de postguerra, una ciudad convaleciente aún de la miseria causada por la Segunda Guerra Mundial y los estragos de un fascismo que impuso como vía de ascenso social el clientelismo político. Lo que aquí llamamos el enchufismo. Si a esto añadimos la liberación del país, a manos de esos estadounidenses que traen, además del cine, movimientos sísmicos tales como el papel de la prensa, la cultura de la fama, el ocio, las actitudes ante la autoridad y el valor del dinero, tenemos todas las causas por las que este caso penal de Wilma Montesi, se convirtiera en el suceso estrella de la prensa del momento.
Una honesta joven de clase media-baja, fallecida tras haber sido trasladado su cuerpo inconsciente y virginal a la playa, posiblemente a causa de la ingesta de drogas, y posterior ahogamiento. Un caso que se cerró en falso y resurgió por el testimonio firme y honesto de una mujer, otra aspirante a convertirse en estrella cinéfila, el sueño de todas las jóvenes del momento: Anna María Caglio, quien señaló como seguro culpable a su amante, el hijo de un ministro del Gobierno.
Es sólo que prefiriendo no seguir revelando esta interesantísima trama a quien me esté leyendo, sí me gustaría señalar que ninguna obra histórica surge por casualidad, sino que es el historiador quien elige el tema que va a estudiar, en función de los acontecimientos que le preocupen o llamen la atención en ese preciso momento. Y Stephen Gundle no permaneció ajeno a esta influencia actual, siendo evidente el paralelismo entre este concreto suceso, de hermosas mujeres drogadas y la búsqueda de ascenso social mediante las relaciones sexuales con políticos, con el caso de Silvio Berlusconi, viejo libertino, quien a raíz de conocerse su relación con la menor napolitana Noemí Letizia produjo el mismo escándalo social en la Roma de nuestros días. Pero en ambos episodios terminó haciéndose la vista gorda. Señal de que las costumbres sociales son siempre lo que más tarda en cambiar, si hablamos de evolución histórica.