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Joseph Anton

Por Ricardo Martínez.

Joseph Anton (Memorias). Salman Rushdie. Mondadori, Barcelona, 2012.

El testimonio personal, la confesión textual, es uno de los géneros más atractivos de la literatura, a la vez que uno de los más sospechosos. Se trata de uno de los géneros más atractivos por cuanto en él, teóricamente, se cumplen los principios elementales que todo lector solicita siempre del autor: veracidad, sinceridad, implicación personal en el discurso. Pero he aquí que, en ese principio mismo, radica la sospecha por cuanto ningún autor exhibe la desnudez que, consciente o inconscientemente, el lector solicita; antes bien, finge en sus planteamientos, en sus intimidades, y aún aprovecha el título de autobiografía –como se ha estudiado tan fecunda y didácticamente en trabajos recientes- para continuar con la ficción. Con otro protagonista, con diferente voluntad, pero ficción al fin.

Cabe, no obstante, resaltar de este libro testimonial de Rushdie su indudable calidad literaria y, sin duda, el aval moral que le refrenda puesto que ha expuesto (si no continúa aún la amenaza) su vida en favor de su libertad literaria. Y aquí, permítame el lector, quiero hacer mención a uno de los hechos culturales más terribles que se nos haya podido dar como especie humana: una niña paquistaní tiroteada por unos matones intransigentes, con la única razón de que ella defendía la necesidad de la escuela. Justo lo que a ellos les ha faltado, tal vez, para poder corregir su espantoso comportamiento. Afortunadamente ella vive, y su testimonio, desde luego, pervivirá.

Hay una alusión indirecta a su ‘secuestro’ que me parece oportuno señalar, y que, en la imaginación del lector, puede aproximarse a lo que tal situación tiene de condena y, sobre todo, daño moral: “don Manuel Cortés permaneció escondido de Franco (en Mijas) durante tres décadas, pasando sus días en un hueco detrás de un armario, y donde, al mudarse su familia, recorrió disfrazado de anciana las calles del pueblo donde había sido alcalde”.

El libro, denso en acontecimientos, en experiencia personal dura y difícil –donde hubo tiempo, por fortuna, también para el amor- se lee como un testimonio intenso (pp 451,545 por ejemplo), de soledad, pero también de sentido de la libertad, condición que, después de su experiencia, nos ha hecho a todos nosotros más libres si cabe, y conscientes de su valor. Ello a sabiendas, tal como dejó escrito Carlos Fuentes, que “la libertad no existe, es algo a lo que se tiende” No como elección, sino como instinto, como atributo ético y moral irrenunciable.

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