Cenicienta

 

Cenicienta. Adaptación del cuento clásico por Anita Ganeri. Ilustraciones de Richard Johnson. Macmillan infantil y juvenil. Con espectaculares pop-ups, música y sonidos.

 

La pobre Cenicienta

Érase una vez una bondadosa y hermosa joven. Tras morir su madre, su padre volvió a casarse, pero sus dos feas hermanastras eran envidiosas y crueles, y la trataban muy mal. 

-¡Limpia mi habitación! -le chillaba una-. ¡Y que no encuentre ni una mota de polvo!

-¡Arréglame mi vestido nuevo! -le gritaba la otra-. ¡Y luego prepárame la cena!

Durante todo el día, la joven trabajaba sin parar: cocinaba y limpiaba, lavaba la vajilla, cosía la ropa y fregaba el suelo hasta que relucía. Al llegar la noche estaba siempre tan agotada que se quedaba dormida junto a la chimenea. Sus hermanastras se reían de ella y la llamaban Cenicienta porque su vestido estaba siempre manchado con ceniza y hollín. 

Un día llegó una invitación a un baile en el palacio para todas las jóvenes del país. Las hermanastras se pusieron muy contentas. 

-Qué lástima que no puedas ir -dijo para hacerle rabiar la mayor. 

-¡Cómo va a presentarse en palacio con esos harapos manchados con ceniza! -comentó la otra soltando una carcajada. 

-No te preocupes -le dijeron riéndose las dos a la vez-, te lo contaremos todo al volver. 

Cuando finalmente se marcharon al palacio, Cenicienta se sentó junto al fuego y se echó a llorar. 

-¡Cuánto me gustaría poder ir al baile! -dijo entre sollozos. 

 

El hada madrina

-Entonces irás -dijo una alegre voz. 

Cenicienta se frotó los ojos. Ante ella había una hermosa hada con una varita mágica resplandeciente. 

-Soy tu hada madrina -afirmó-. Estoy aquí para hacer que tus deseos se hagan realidad. Pero tenemos que darnos prisa. Lo primero que necesito es una calabaza, la más grande que encuentres. 

Cenicienta corrió inmediatamente al huerto y volvió con una enorme y brillante calabaza. 

Su hada madrina la roció con polvo de hadas y agitó su varita mágica. Muy sorprendida, Cenicienta vio como la calabaza… ¡se convertía en una carroza dorada!

-¡Perfecto! -sonrío el hada madrina-. Ahora necesito cuatro ratones blancos y una rata grande. 

Cenicienta corrió a mirar las trampas que había por la casa, y regresó con una rata y cuatro ratones. El hada madrina rozó los ratones con su varita mágica y se convirtieron en unos magníficos caballos blancos. Después transformó la rata en un cochero, que se sentó en el pescante de la carroza. 

-¿Qué nos falta…? -se preguntó el hada-. Ah, sí, creo que necesitas un vestido. 

De nuevo, el hada madrina esparció polvo de hadas y agitó su varita mágica. ¡Los harapos de Cenicienta se transformaron en un deslumbrante traje de noche al tiempo que en sus pies relucían unos zapatos de cristal!

-Pareces una princesa -le dijo el hada madrina-. Ya puedes irte al baile. Diviértete, pero recuerda que debes volver antes de la medianoche. Después de esa hora, toda mi magia se desvanecerá. 

 

El palacio real 

Cenicienta subió a su carroza. Los veloces y fuertes caballos blancos la llevaron hasta el palacio al galope dirigidos por el hábil cochero.

De camino, Cenicienta adelantó a otros invitados al baile que también viajaban en sus carrozas, pero ninguna tan magnífica como la suya, ni nadie vestía un traje comparable al que llevaba ella.

Al cabo de un rato, oyó el sonido de cientos de trompetas que deban la bienvenida a los que llegaban al palacio. Después de pasar bajo un grandioso arco, los caballos se detuvieron. El cochero abrió la puerta y la ayudó a salir.

Cenicienta se quedó sin aliento al ver el palacio: era el edificio más bello que había visto en su vida. Había luz en todas las ventanas y, desde el exterior, podía oírse la música que interpretaba a la orquesta. Entonces empezaron a caer blandamente unos relucientes copos de nieve, como queriendo que el momento fuera aún más mágico.

Mientras lo observaba todo, Cenicienta oyó decir a otra invitada que jamás se había celebrado un baile tan magnífico en el palacio y que había acudido gente de todo el reino.

-¡Qué afortunada soy! -se dijo Cenicienta mientras subía feliz por las escaleras para entrar en el palacio.

 

Un baile con el príncipe

Cuando Cenicienta entró en el gran salón de fiestas, los invitados dejaron de bailar y la miraron con sorpresa y admiración. La música se detuvo y se hizo el silencio. Nadie había visto jamás a una joven tan bella; todos se preguntaban quién podría ser.

¡Ni siquiera sus hermanastras la reconocieron!

-¡Qué elegante es! -susurró una de ellas.

-Debe ser una princesa -contestó la otra.

-¡Fíjate en su vestido! -dijeron las dos suspirando.

En cuanto el príncipe vio a Cenicienta, se enamoró profundamente de ella. Cenicienta, a su vez, pensó que el príncipe era el hombre más apuesto que había visto en su vida, y también se enamoró de él.

El príncipe se acercó para pedirle un baile. Juntos se deslizaron, siguiendo la música de un vals por todo el salón, con tal elegancia que parecían flotar.

Otras jóvenes, entre ellas sus hermanastras, tenían la esperanza de poder bailar con el príncipe, pero él solamente tenía ojos para Cenicienta. Pasaron toda la noche juntos, dando vueltas y vueltas, y mirándose a los ojos.

El rey estaba encantado y le dijo a su esposa, la reina, que ya era hora de que el príncipe se enamorara y casara…¿tal vez con esta joven?

 

(…) 

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