Columnistas

Feria del libro (combinación de desvalimiento y bestia parda que me lleva a la cama)

Por Tura Varla

Por supuesto tras toda fiesta literaria de la época de fiestas, llega el momento de aceptar que al día siguiente vas a pringar como una campeona en la feria. Es posible que te toque librar, o que puedas, haciendo increíbles maniobras orquestales en la oscuridad, ir sólo un rato por la tarde.

            Igualmente, después de mi encontronazo con Posmoderno y el plantón que le di a Perfecto, lo único que me apeteció fue beber hasta caer inconsciente en mi cama taxi mediante. Lo que quiere decir dos cosas: la primera es que la resaca culpable de por la mañana no me la quitaba ni la virgen del abrigo de pana con el sagrado corazón apuñalaito, y la segunda es que me llamaría un autor de provincias perdido en la capital exactamente a las diez de la mañana (hora en la que lo trajo el ave para no perder el tiempo ni llegar tarde), con tono histérico por la novedad de la urbe.

            Así que con la boca pastosa y un dolor de cabeza azuzado por sentimientos contradictorios de estar haciéndolo todo mal, allá que me fui a recoger a Escritor de Provincias.

            Este, como la mayoría de su misma especie, tiene la mala costumbre y peor en estos casos, de hablar a gritos como si en vez de tratando con su editor, hablase con el ganado o con un pobre guiri que no lo iba a entender por más voces que pegase. Con el aspecto desvalido y un tanto anacrónico de Paco Martinez Soria con el cordero bajo el brazo, allí estaba en la estación de Atocha parado.

            Y aquí llegaba yo, la supereditora, wonderwoman, perfecta hasta en las peores circunstancias, pelo perfecto, zapatos perfectos, carpeta bajo el brazo, mujer de ciudad aparentemente despreocupada y resuelta, con tres kilos de antiojeras bajo las pestañas inferiores. En la mano con la que no le iba a saludar, ostentaba un café como para resucitar a un muerto o dos.

            Escritor de Provincias, con su aire de erudito fuera de la sociedad, con sus pantalones de pana y su parca verde, me cogió la mano con la fuerza de un leñador. Me empezó a gustar casi de inmediato.

            Se dan dos circunstancias que pueden conducirme a la perdición en poco menos de tres minutos si coinciden: el desvalimiento y el aire de bestia parda por pulir. Esa combinación despierta en mí un no sé qué, un qué sé yo, una suerte de instinto maternal con ponme a cuatro patas y rómpeme, que me pone nerviosa y taquicárdica y allá que voy yo camino del Retiro “dando un paseíto” porque al caballero de barba de tres días y uñas mal cortadas le gusta caminar y no se fija en mis tacones de diez centímetros ni en mi poderosa resaca y claro, todo indica que esto va a terminar fatal.

            El día, en una feria del libro, si tu autor no es un superhit, puede ser poderosamente tedioso. Escritor de Provincias mira su móvil de los noventa, le ofrezco ir a por agua o algo para salir de la caseta, me dice que está bien, sonríe a la gente que pasa que lo observa con curiosidad por su aspecto de cazador de cuento infantil, me siento a su lado y le doy conversación, me habla de sus tierras, de que le gusta vivir en el bosque, que no comprende cómo a la gente le puede gustar la ciudad. Que algún día tendrá una mujer buena con la que poner una granja de vacas y mi corazón se va haciendo poco a poco mantequilla hasta que…

            …me está besando. Sus manos ásperas desabrochan con dificultad mi sujetador por debajo de la blusa. Es de noche y el día ha pasado sin que apenas me diera cuenta. Es torpe besando y cuanto más torpe es, más me gusta.

            Noto su erección por debajo de la pana, restregándose contra mis piernas como un animalillo instintivo y perdido entre mis medias caras, mi falda tulipán, mi perfume envolvente. Me muerde el cuello y me hace daño. Estamos en el portal de mi casa, al pie de la escalera. Ni siquiera hemos llegado a subir.

            Me da la vuelta y me enrolla la falda hasta la cintura. Siento que me lo estoy montando con una cría de león o de oso. Incluso con un jabalí feo y tierno. Un jabalí de dibujos animados. Noto cómo coge su presa torpe, cómo me la mete. Cuanto mayor es su torpeza más cachonda me pone. Se mueve contra mí y el gotelé me araña la cara. Pienso que en su granja con vacas todas las paredes son de gotelé y luego noto una mano suave en la espalda, una mano que no puede ser de Escritor de Provincias porque él sabe mucho de libros y de cortar leña,  no tiene las manos suaves. Y de repente me percato que el sol calienta mi cabeza sobre el mostrador de la caseta, que me he quedado dormida y hasta se me cae la baba un poco. Me enderezo temiendo el ridículo y me doy cuenta de que Escritor de Provincias está firmando el primer libro de la mañana, así que disimulo. La editora de mesa era la dueña de la mano suave que me ha despertado.

            -¿Por qué no te vas a casa? -Me dice.

            -No. Me quedo.

            Habla mi orgullo y de inmediato me arrepiento. Es la una todavía. Mierda.

           

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