No te tomes tan en serio: una conversación con John Waters
Por Hilario J. Rodríguez
¿CUÁNDO FUE LA ÚLTIMA VEZ QUE JUGAMOS CON EL BLANDIBLU DE NUESTROS HIJOS PORQUE COMENZABA A DARNOS ASQUITO? ¿CUÁNDO SE APAGARON NUESTRAS RISAS VIENDO UNA PELÍCULA DE JIM CARREY, HORRORIZADOS POR SUS MUECAS Y CONTORSIONES? ESAS SON DOS DE LAS PREGUNTAS QUE NOS HARÍA JOHN WATERS (Baltimore, 1946) PARA MEDIR NUESTRO MAL GUSTO Y NUESTRO SENTIDO DEL HUMOR. EL REY DEL CINE TRASH ACABA DE VENIR A MADRID PARA PRESENTAR SU MONÓLOGO THIS FILTHY WORLD.
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No smoking is allowed in this theatre
Baltimore ya no es lo que era. «En los años sesenta las mujeres se iban de allí si no querían casarse con un drogadicto o con un chulo de putas, ahora todas las neoyorkinas vienen a Baltimore para follar porque en Nueva York todos los hombres se han vuelto unos mariconazos.» Tampoco Estados Unidos es lo que era. «Antes la gente decía que mi humor era enfermizo, ahora el humor norteamericano es enfermizo lo mires por donde lo mires; lo enfermizo ahora es la norma, antes era la excepción.» Lo que está claro es que en los últimos cincuenta años no sólo Baltimore y Estados Unidos han cambiado sino también el mundo entero. Del cine trash se ha pasado a la cultura trash, de la independencia se ha pasado a la comercialidad, de la transgresión individual se ha pasado a la perversión generalizada.
A comienzos de los sesenta, la cultura aún era una cuestión a debatir en universidades y seminarios, por eso nadie decía en aquel momento una sola palabra a favor de Jerry Lewis, Bugs Bunny, la revista Squire, los grupos The 13th Floor Elevator o The Hollies, y canciones como It Ain’t Me, Babe o Tell Laura I Love Her. Las golosinas demasiado populares vivían segregadas, como si fueran negros de Alabama. Nadie elevó la voz en ese sentido hasta que aparecieron Robert Warshow, Lionel Trilling, Susan Suntag o Andrew Sarris, para quienes la cultura popular no suponía en ningún caso una claudicación ni una búsqueda de meros divertimentos, más bien les parecía una nueva manera de observar el mundo, desde una perspectiva plural y compleja, sin prejuicios.
Algunos de los libros que cambiaron la percepción de la cultura en los sesenta
«Yo me fui a estudiar cine a Nueva York y tuve que darme la vuelta a los cinco minutos, cuando me di cuenta de que allí sólo querían hablar sobre El acorazado Potemkin y que a mí me interesaban otras cosas.» A diferencia de Nueva York, Baltimore en los sesenta era una ciudad sin pretensiones, donde los asesinos se tenían que conformar con salir en la portada de los periódicos locales. El crimen allí distaba de ser un espectáculo, sólo era una consecuencia lógica de los desequilibrios sociales, como lo sigue siendo si uno da crédito a The Wire. A Waters siempre le pareció una ciudad llena de posibilidades, donde la hipocresía practica el equilibrismo constantemente, mirando hacia otra parte para no ver el mundo real. Podría haber sido la ciudad perfecta para Jacques Tati o Pedro Almodóvar, pero fue y sigue siendo la ciudad de John Waters, la ciudad que primero lo proscribió y años más tarde −cuando él se convirtió en algo así como una celebridad internacional− lo convirtió en uno de sus hijos predilectos.
«Divine (que en realidad se llamaba Glenn Millstead) y yo éramos amigos desde la infancia, dos dreamlanders transgresores. Llamábamos la atención y poco a poco fuimos formando un grupo bastante compacto, al que se unieron Mink Stole, Cookie Mueller, Edith Massey, David Lochary y Mary Vivian Pearce. Nos divertía provocar, o sea que decidimos hacer cine.» La cultura norteamericana a finales de los cincuenta y principios de los sesenta estaba en un período de mutación, abierta a nuevas formas y sobre todo a nuevas sensibilidades. Había que abolir fronteras, clases, destrozar tabús; sólo así se podía recuperar la sonrisa. «Bastante gente se negaba a vernos, le resultábamos groseros, estúpidos, sin embargo estábamos allí y no aceptábamos el papel de hombres invisibles que nos adjudicaron.» Eso explica que Waters defienda a capa y espada los looks estridentes, las camisas hawaianas, los bigotes estilizados y las sonrisas constantes.
Sus primeros cortos serían geniales si no fuesen tan bobos, aunque quizás su punto sea precisamente ser bobos. Y sus primeras películas serían imposibles si no estuviesen llenas de tanto desdén hacia las normas, algo que hoy resulta cada vez más necesario. Mondo Trasho (1969), Multiple Maniac (1970), Pink Flamingos (1972), Female Trouble (1974) y Polyester (1980) están marcadas por la presencia de Divine y por no obedecer las reglas. Tratan sobre lo malo que puede ser alguien malo cuando se le pide que sea peor, también sobre aquello en lo que insistía Ray Loriga al decir que la gente muy buena nunca se conforma con lo buena que es y tiene que estar comprobando lo malos que somos los demás. Hairspray (1988), Crybaby, el lágrima (1990), Los asesinatos de mamá (1994), Pecker (1999), Cecil B. Demented (2000) y Los sexoadictos (2004) son películas mainstream que demuestran que, en efecto, hoy en día el cine norteamericano es más transgresor que nunca pero ha perdido efectividad porque nosotros mismos somos más transgresores y casi lo aceptamos todo. «Ahora mismo ser homosexual no tiene nada que ver con tus impulsos, es casi una necesidad para sentirte aceptado; si no eres homosexual, al menos en Estados Unidos, ¿qué otra cosa podrías ser?» ¿Miembro del tea party para ir a la iglesia con la misma devoción con la que luego apoyas la pena de muerte? ¿O un fumador que a diario se arriesga a ir a prisión o a morir golpeado por una horda de ecologistas?
Para sobrevivir a diario, John Waters piensa en la célebre frase «Me llamo Erik Satie, como todo el mundo» y llega a la conclusión de que ser John Waters no es lo peor que le podría haber pasado.
Si -como dice John Waters- «es necesario tener muy buen gusto para llegar a entender el mal gusto», antes de sentirnos gratificados con Pink Flamingos, Desperate Living o Crybaby, el lágrima deberíamos haber sabido apreciar las películas de Alain Resnais, Pier Paolo Pasolini o Philippe Garrel. En otras palabras, primero viene la gallina y luego el huevo. Pero ¿son así de fáciles las cosas? No lo creo. Lo que el cineasta norteamericano quiere decir es que en cuestiones relacionadas con el arte no se pueden abolir fronteras sin haber estudiado previamente el mapa del mundo. Es preciso comenzar sabiendo qué es el arte si uno pretende proponer nuevas definiciones.
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John Waters reflexiona sobre el buen y el mal gusto
Coincidencia o no, al mismo tiempo que John Waters dirigía su primer cortometraje, Susan Sontag escribía sus célebres Notas sobre lo camp. Con sus respectivos trabajos no pedían que uno fuese menos juicioso, sólo que no fuese demasiado prejuicioso. Thomas Pynchon sintetizó lo anterior en unas pocas palabras: «diviértete pero no te despistes». Durante la década de los sesenta ésa fue la consigna para mucha gente. El arte por aquel entonces se emancipó de su esfera ética, tan necesaria como opresiva, y cogió vacaciones para irse a la esfera estética, donde había insospechadas posibilidades de reírse y aprender al mismo tiempo.
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Entrevista con John Waters para el Canal TCM (subtitulada)
−En los sesenta uno podía imaginar que un cine ardía con todos los espectadores dentro, ahora Quentin Tarantino lo visualiza en “Malditos bastardos” (2010)…
En los sesenta mi humor se consideraba enfermizo, ahora ese humor enfermizo ya no me pertenece, es el humor típico de Estados Unidos. Por eso hay cineastas que se esfuerzan para ser más extremos que nadie y no lo consiguen; no hay nada peor que esforzarse si uno de verdad quiere defender su personalidad.
−«Sin esfuerzo no hay recompensa» suena a consigna institucional, es mejor «persistir si uno quiere sobrevivir».
Un cineasta en Estados Unidos no obtiene subvenciones para llevar a cabo sus obras, mientras que en Europa algunas de las obras más transgresoras están subvencionadas. El gobierno norteamericano intentó bloquear la distribución y la exhibición de mis películas en varios momentos de mi carrera, no olvides que yo viví la era Nixon, la era Reagan y la era Bush. Hay que ser muy persistente en épocas así, pero el esfuerzo ha sido, es y seguirá siendo antinatural.
−En momentos de crisis es cuando de verdad resulta necesario ser transgresor.
Yo siempre me he dirigido a un tipo de público que cree haberlo visto todo y que, pese a ello, sigue buscando. Intento que la gente se divierta ante su propia imposibilidad para hacerlo o para dejarse sorprender y golpear por algo.
−Muchos de tus personajes comen mierda, matan, follan, discuten, pelean o se insultan, sin despeinar los encuadres, sin alterar el ritmo…
Mis películas y mis libros piden que se acepte a personas sin aceptación social: outsiders, friquis, delincuentes… Desde ese punto de vista, podría decirse que pretendo hacer un comentario político, algo de lo que no acabo de estar lo bastante seguro; de lo que sí estoy seguro es que pido cambios de juicio para que la vida no sea tan excluyente, para que nadie resulte excluido.
No estoy loco, sólo un poco majareta
Si John Waters tuviera que definirse, quizás estas observaciones le valdrían para hacerlo:
«Todo el mundo tiene mejor apariencia bajo arresto.»
«Jamás veo la televisión porque los televisores me parecen muebles horrendos, proporcionan una iluminación pobre y, además, estoy en contra del entretenimiento gratuito.»
«Desde el momento en que la protagonista de Female Trouble deja de ser una delincuente juvenil y se convierte en una macarra, una puta, una madre soltera, una pederasta, una modelo, una monologuista en clubes nocturnos, una asesina y una presidiaria, me di cuenta de que al fin Divine iba a tener un papel en el que podría encontrarse a sí misma.»
«A veces me siento en la calle y espero hasta que pase algo terrible.»
«Creo que es saludable ver a tus padres de vez en cuando (para hacer algo así como una puesta en común), pero también creo que sería inaguantable tener que salir de copas con ellos.»
¿De dónde sale alguien como tú?
John Waters es un cinéfilo compulsivo desde su infancia. Su educación sentimental consistió en mezclar a Federico Fellini con Russ Meyer, a Ingmar Bergman con William Castle, a Jean-Luc Godard con los hermanos Kuchar… No obstante, conviene dejar claro que su obra no marca el inicio de nada en el mundo de la cultura, porque antes de que sus películas apareciesen ya existían Un perro andaluz (1927, Luis Buñuel), Fireworks (1947, Kenneth Anger) o Un chant d’amour (1950, Jean Genet), y eso sin necesidad de ponernos pretenciosamente exhaustivos. Incluso ahora su obra no va por libre, sino codo con codo con la de Pedro Almodóvar (su director favorito), Todd Haynes, Bruce La Bruce, Hal Hartley, Gus Van Sant, Gaspar Noé y un largo etcétera.
Su filmografía puede dividirse o quedar tal cual, puede considerarse independiente en sus inicios y mainstream a partir de Hairspray. También podrían catalogarse sus películas estableciendo períodos antes y después de su encuentro con Divine, la drag queen más explosiva de la historia. Lo que no debería seguir utilizándose para describir su obra en general son los adjetivos trash, camp o kitsch, porque –según el propio Waters− han perdido su significado y en estos momentos corren de boca en boca para definir cualquier cosa. Hoy en día él prefiere considerarse «repugnante», porque «repugnante» lo devuelve al mundo de baja estofa de donde surgió, lleno de curvas peligrosas pero también de energía si uno, en lugar de una pistola, utiliza su potencial creativo para vivir en él.
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John Waters reconoce que «salir del armario mola»
*Publicado inicialmente en el suplemento cultural Abcd de las Artes y las Letras del diario Abc en septiembre d 2011 y en la revista Rockdelux en enero de 2012.