Muerte en primera clase
Por David Vicente.
Muerte en primera clase. José María Guelbenzu. Editorial Destino, Barcelona, 2012. 336 páginas. 20 €.
Hace poco, en una entrevista aparecida en un suplemento cultural de un periódico de tirada nacional, un escritor de los supuestamente literarios respondía ante una pregunta, cuyo enunciado no recuerdo, que él escribía ese tipo de literatura porque no había sido capaz de dar con un personaje como Hércules Poirot, al igual que Agatha Christie, para escribir la literatura que de verdad importa. Parece que J.M. Guelbenzu sí lo ha logrado con su inquisitiva juez Mariana de Marco de la que, con esta, nos ofrece su sexta entrega.
Muerte en primera clase es ya desde el propio título una novela que no oculta lo que te vas a encontrar dentro de ella: lo que algunos llaman peyorativamente (pero envidiando su fórmula en silencio, como las almorranas) novela de género.
Además se trata de una novela que muestra sus referentes sin ningún pudor (algo, si cabe, más meritorio) y hace guiños a la novela negra más tradicional (por ejemplo, la de la ya citada Agatha Christie): crucero en un lugar exótico, gente con posibles abordo, desaparición casual…, y nuestra intrusiva juez que, como quien dice, pasaba por allí y no puede evitar meter las narices donde no la llaman para desbaratarlo todo. ¿Les suena?
¿Cuál es el merito de Guelbenzu, entonces? Pensarán ustedes. En primer lugar, ese: hacer que la fórmula funcione. En este caso ser capaz de mantener al lector pegado al sillón con el deseo de pasar página tras página para saber cuál es el desenlace final y una vez leída la última palabra que exclame: ¡Coño, quiero más historias de la juez Mariana de Marco!
¿Fácil? Cojan ustedes una receta de cocina cualquiera, síganla paso a paso y luego prueben el guiso. Seguro que no les sabe como en el restaurante carísimo donde lo probaron el día anterior ni por asomo. Pero es que además J.M. Guelbenzu, como los grandes chefs, no se limita a copiar la receta, sino que por el camino va dejando sin que apenas se note sus ingredientes propios para crear un nuevo plato. Es decir, un nuevo tipo de novela de suspense.
Además de una trama bien hilada que, como dirían los cineastas, mantiene al espectador agarrado a la butaca, Guelbenzu construye una historia donde desliza con maestría el retrato social. En esta ocasión de una clase acomodada en un mundo en puertas de la crisis económica, que recuerda por momentos al mismísimo Scott Fitzgeral. Y lo más importante, nos trae un nuevo investigador que huye del tipo duro sabelotodo o del extravagante genio deductivo. Una juez de una ciudad de provincias con un mundo interior lleno de aristas y recovecos que podría dar para otra novela de esas que sí les gusta a la crítica y que vamos descubriendo en cada entrega.
Intuyo que para regodeo de los lectores y disgusto (y envidia) de los más puristas nos quedan muchas entregas de la juez Mariana de Marco. Ya vamos por la sexta, que no es moco de pavo.
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