Jettatore en el Cervantes
Por Almendra Bernal.
Ir al Teatro Cervantes a ver Jettatore, una obra cuyo estreno data de 1904, supone un viaje en el tiempo. Con todos los encantos y los riesgos de transportarnos más de 100 años hacia el pasado, como al abrir un clásico de la literatura del siglo XX, la obra necesita de nuestra voluntad para colocarnos en el debido contexto.
Desde luego que en el Cervantes uno se siente en el lugar adecuado para asistir a ese viaje. El espacio es tan antiguo como seductor; la atmósfera, irresistible. Para algunos esto puede ser suficiente preámbulo.
Si no lo fuera, resultará bueno saber de antemano que se trata de una obra escrita por Gregorio de Laferrère, político y dramaturgo de clase “distinguida” en la Buenos Aires del primer centenario, y que está basada en dos aspectos naturales para su vida y su época: uno es el entorno de una familia de clase alta; el otro, el rumor con base en la superstición como herramienta para desprestigiar a un par: los jettatore y demás supersticiones eran corrientes en círculos y clubes del 1900. Ambos son los motores por los que una mentira se transforma en una verdad que enreda a todos. La forma en que el autor lleva a cabo esa transición es lo que hace único su estilo.
La obra, así como el autor, están influenciados por el vaudeville, pero no esperen ver perros en 2 patas: está más cerca de una sátira, aunque con momentos del humor que sólo causa el ridículo. Cuenta con 3 actos marcados, y a pesar de los esfuerzos por agilizar la dinámica de una obra concebida en otros tiempos, puede resultar un poco extensa (dura 2 horas). Por supuesto, el uso del lenguaje de la época, probablemente fiel al libreto original, es parte de asumir ese riesgo en transportarnos a otros tiempos y realidades. Pero lamentablemente, la acústica de la sala no es suficiente para cubrir todos los asientos, y si la ubicación es detrás de la fila 15, encontrarán señoras preguntándose entre sí “¿qué dijo?”.
En la versión de Jettatore…! de Agustín Alezzo se destacan las actuaciones de Lidia Catalano y Mario Alarcón (¿cuándo no?). La puesta en escena es conservadora y delicada; la iluminación, acorde a lo requerido; y el vestuario, “distinguido” de acuerdo a la clase que representan.
Lo que parece haber quedado en el tiempo y sin ninguna intención es la forma de acceder a las entradas: se pueden comprar únicamente a través de la boletería del teatro o por ticketek, un sistema que no permite imprimir las entradas en casa ni retirarlas en la boletería del teatro, sino que nos obliga a ir a un punto de venta (estratégicamente a tras mano del teatro), lo que supone una dispersión de tiempo y recargos por un servicio de dudosa eficiencia.
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Foto vía: Teatro Cervantes