Novela

Madera de líderes

Por Nil Rubió

El pasado 8 de noviembre en la sala Apolo, The Gaslight Anthem actuaron por segunda vez en Barcelona, en su corta pero intensa trayectoria. Representan uno de los más recientes exponentes del rock “made in New Jersey”, y poco a poco van labrándose un nombre en el panorama estadounidense y europeo. En la noche que nos incumbe, presentaron al respetable barcelonés su cuarto disco, Handwritten, su debut en una discográfica multinacional y con la ayuda de la cual han causado mayor repercusión, con la asistencia de un reputado productor, Brendan O’Brien (Rage Against The Machine, Bruce Springsteen, Pearl Jam, etc) y de la maquinaria publicitaria y de distribución que se le presupone a una major.

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No se hicieron mucho de rogar, poco después de las nueve en punto, las primeras notas de una sorprendente apertura de velada, plasmada en la lenta y progresiva Mae (primer corte que caía del último disco, que gana en directo), suponía toda una declaración de intenciones. Estos chicos han cambiado. Lejos de sus energéticas composiciones y frenéticos comienzos, si bien su último disco aparca los devaneos hacia el soul o ritmos más cálidos, el cambio de tono respecto su última visita fue claro. Más contemporizado, y tomado entre comillas, “maduro”, quizá excesivamente. Uno de sus puntos a favor es que, aunque son casi unos recién llegados, tienen repertorio de calidad donde elegir. Así, un inicio a fuego lento fue reventado con un nuevo clásico que cayó temprano, The 59 sound seguido del último, Handwritten y de un primer pequeño monólogo del carismático líder de la banda, un locuaz y juguetón Brian Fallon, capaz de meterse de buen rollo con un irlandés que le pedía que fuera a tocar a su tierra de origen, sonrojarse con una chica con las hormonas disparadas que declaraba su amor incondicional desde el público, de bromear sobre el recientemente incorporado tercer guitarrista (cuyo último concierto como técnico de la banda fue precisamente hace año y tres meses en el Apolo), en definitiva, de mostrarse comunicativo, bromista y descarnadamente abierto.

El concierto en si fue otra demostración del gran potencial de esta banda, que aun ofreciendo conciertos altamente disfrutables, con momentos realmente sublimes en intensidad y bellos en ejecución (Here’s Looking at You, Kid, por ejemplo, sonó arrebatadoramente tierna, con ovación en medio al guitarrista), siempre entrevén en ellos otras posibilidades que solo el paso del tiempo podrá sacarnos de la duda de si son capaces de llegar, de este trecho que les falta para sonar cerca de los más grandes. Por empezar, tienen una creciente dinámica de tres guitarristas difícil de encontrar en otro sitio. Alex Rosamilia es un solista altamente infravalorado, su guitarra, más preciosista, imaginativa y perfectamente ejecutada que la última vez, es un personal homenaje al Clapton de los 70, al Johnny Marr de The Smiths, a sus amados The Cure. Constantemente proporciona profundos arreglos a las canciones, punteos afilados y ahora se suelta como nunca antes con los solos, siendo uno de los pocos guitar héroes a la vieja usanza que permanecen en el rock actual. En momentos (demasiado pocos), se apartan de la fórmula habitual de canción de dos minutos y medio con parón en la mitad y estallido final, para empezar a hacer desarrollos largos, incorporar letras de otras canciones en sentido homenaje, cargar la musicalidad del conjunto más allá de la fórmula exitosa. Y siendo uno de sus puntos débiles actuales por su poca utilización, es a la vez una de sus mayores virtudes en el sentido de su crecimiento, orgánico, progresivo. Desde su última visita, suenan sin duda más compactos.

Una de las cosas más sorprendentes de la velada fue el setlist, que repercutió en un ritmo a veces desigual, con algunos importantes altibajos, a la vez que repleto de matices. En una frase: podrían haber matado al público pero lo dejaron vivo. Lleno de caras B, representó un gran desafío a la gente que no conocía más en profundidad al grupo. She Loves You (este traslado a suelo estadounidense de Romeo y Julieta), Blue Dahlia (descarte a su pesar del último disco que tocaron “porqué lo compusimos aquí en Barcelona”), la enorme versión de Changing of the Guards de Dylan, etc, junto con otras canciones poco esperadas, que pusieron pimienta (no siempre querida) al desfile de su rock de herencia dinástica, con el fervor del punk (menos presente que en su primera visita) y la vocación estética de quien quiere pintar pensamientos, cuadros de vivencias, después de pasarse la vida escuchando a Dylan y Waits, pero también Springsteen, Vedder… para poner algún ejemplo. Lo malo que tiene remitir de alguna forma a los clásicos, es que el listón siempre está más arriba del que uno nunca podrá llegar, pero esto no parece preocupar, por fortuna, a Fallon, Levine, Horowitz, Perkins ni al propio Rosamilia, que toca como si no fuera consciente de los bueno que es. Hecho que podría resumir una banda cada vez mejor, pero que su actitud no siempre es tan poderosa como sus canciones.

Con un público en general contento sin grandes alardes (exceptuando en Handwritten, Mullholland Drive, American Slang y el cierre Great Expectations, además de la ya citada Here’s Looking at You, Kid), considerablemente mayor en número y en media de edad que la primera vez, The Gaslight Anthem salieron triunfadores y con ganas de seguir un concierto (o lo parecía) que fue frenado porqué se estaba haciendo demasiado tarde para los eventos programados más allá de medianoche en la Sala Apolo. Una lástima. Al final, casi dos horas más de trayectoria de una banda que no sabemos donde llegará, pero precisamente por esto, y con todas sus peculiaridades, estamos disfrutando del camino.

Fotos vía | Alterna2 

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