Latinoamérica

Una narrativa propia

Por Nicolás Correa.

 

Asistir al momento del rittual, asistir al origen de la literatura.

 

 Lezama Lima afirma que la narrativa Latinoamericana significa para nosotros algo que no es narrativa ni es latinoamericana, sino el relato supraverbo de lo entrevisto, del intesticio, la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos.

Este pensamiento, destaco que llama a la narrativa Latinoamericana: la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos, y lo hace pensando en la invención de categorías que nos han definido e indicado qué y cómo leer: la coartada de la conquista. No somos ni narrativa ni latinoamericanos. Inteligente se desmarca: somos contradictorios, y en esa contradicción la posibilidad de producir nuevos sentidos[1] y principalmente, propios sentidos.

No hay tantas posiciones seguras.

Ante la coartada, abruptamente sintetizo quinientos años de aberraciones, la literatura ritual: romper con la hegemonía de las categorías inmóviles. Ante la frialdad del hemisferio norte, el calor del fuego y la iniciación.

Ritual y antropofagia.

La literatura posibilita entradas a la realidad, no se trata de “representar” una realidad. Apuesta mayor: Modos de asedio[2], nuevos sentidos, la forma de relacionarse con la realidad.

Los nuevos sentidos: “Nos hacen percibir un mundo extrañado. Lo que no es tan simple es comprender que la escritura es un ritual. La aparición del instante poético, en verso o en prosa, es equivalente a una revelación, a “una porción de eternidad”. Escribir es, para algunos escritores, provocar esa revelación” [3]Y después el libro como hecho social ritual, el ritual comunitario.

Nos educan con la noción de que la escritura es útil para dar cuenta de una realidad. Literatura utilitaria para contar hechos con cierta veracidad.

Fuerza opositiva: escritura ritual, no como un ejercicio de escribano, diría Barthes,  reduciendo la literatura a un mero gesto notarial (la medicina propia siempre es la mejor). El ritual supone una superación del notariado. Escritor como hechicero, y el libro como el fuego comunitario, allí la utilidad en grado sumo: el gesto en las circulaciones mínimas e íntimas. Después la ingestión, el sacrificio.

Todo es un bien consumible.

Entonces el ritual como imagen. El escritor no como un agente de denuncia o como un espejo de la realidad, sino como una suerte de hechicero que comparte su magia en comunidad. Asistir al ritual de las pasiones humanas, y contradictorias, por cierto.

Árboles de tronco rojo: la imagen sagrada, el fuego quema y consume, da calor y ocasiona pérdida. La pérdida: el escritor es capaz de entrar al drama humano por medio de los rituales. No es necesario que el núcleo del conflicto sea revelado, sino más bien permitir un modo de asedio a esa realidad, un nuevo sentido.

El hechicero escucha el pedido. La organicidad del llamado de los personajes, incluso es capaz de leer la médula ósea del personaje. El personaje tiene la posibilidad de latir por sí mismo.

Ofrenda al lector: el personaje y su organicidad. El modo de asedio no permite ciertas concesiones al receptor, Árboles de tronco rojo ofrece: posicionarse, no quedan huecos laxos: hay tarea para todos[4].

Y el sacrificio de lo cotidiano. Allí la potencia de escuchar lo orgánico del personaje y no dejar ninguna marca de autor. Guerrieri hechicero borra su marca. Es padre, pero no deja huellas. Es capaz de dar vida y no reclamar potestad. Ahí la mayor trascendencia de la herencia. Arroja la tradición al fuego sagrado.

La imagen: el fuego consume toda tradición.

El ritual es un momento de suspensión del tiempo. Así el relato queda flotando, el lector espectador de la imagen ritual: “Dano no ve nada”, modo de asedio y suspensión del relato, la espera, el detalle de la sorpresa.

La preponderancia de lo pequeño.

El fuego es caníbal, como la escritura, fagocita la tradición. Lo extraordinario de la narración de Guerrieri es el lenguaje ritual. Nuevo sentido. La suspensión como forma de mostración.

Aparecen las circulaciones mínimas e íntimas de la narración, lo pequeño, el movimiento casi imperceptible del personaje: pequeños centros de narratividad que se potencian hasta quebrar el hilo de lo cotidiano. Allí lo extraño, nuevo sentido y asedio.

Guerrieri reinventa el mundo conocido, el mundo posible lo vuelve imposible.

Produce sentidos, como en “La inundación”. No se trata de reproducir un evento, sino escuchar el augurio. Produce nuestros más profundos mundos posibles, asistimos a un ritual de sacrificio en la intimidad del mundo conocido.

 

Ficha:

Árboles de tronco rojo

Marcelo Guerrieri

Editorial Muerde Muertos, 2012

Colección Muerde Muertos

110 Pág.

 


[1] Cornejo Polar, Antonio, 1983. “Literatura peruana: totalidad contradictoria”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, IX, 18, p.p 37-50.

[2] Ojeda, Ana. Modos de asedio, El 8vo Loco, Buenos Aires, 2007.

[3] Extraído de algún lugar de la red.

[4] D´Antonio, Florencia. “¿El peso o la levedad?”, para Las lecturas, vía Culturamas, Buenos Aires, 2012.

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