La maldición de Gryal

 

La maldición de Gryal. El amante de la luna. Libros I y II. Jordi Balaguer. Editorial Toromítico

 

LIBRO PRIMERO

LÁGRIMAS DE SOL

 

El sol vespertino le bañaba los cabellos rizados y castaños, que brillaban riéndose del mar. El viento los acariciaba y ellos bailaban sin pudor dejándose llevar por la melodía de la brisa del puerto de Barcelona. El agua salada de sus lágrimas le humedecía de nuevo los labios, confundido con su sabor con aquel que, segundos antes, los bañaba de amor. Se despidieron en el rompeolas, donde se cruzan las vidas y acaban los mares, donde despiertan los sueños del día y la noche. Los rayos, insolentes, se filtraban entre las nubes y doraban las velas del barco, que emprendía viaje; un viaje que demoraba historias que nunca debieron ser olvidadas.

Lorette, apoyada sobre la fría baranda que la separaba del abismo, se dijo que no quería cerrar los ojos por miedo a despertar y ver que todo cuanto sucedía estaba ocurriendo realmente. Por temor a que el destino se estuviese mofando de ella tras ser plenamente feliz.

Todo había empezado algún tiempo atrás, cuando un audaz soldado que servía a las órdenes de su padre había quedado prendado de los encantos de la joven. El carismático miliciano, un aguerrido guerrero, ascendió en rango con la misma presteza con la que conquistó el corazón de la hija de su general. Gryal era el capitán más célebre de la ciudad y a temprana edad ya cosechaba un portentoso número de victorias. Con ello, no había tardado en suscitar la envidia y el odio de sus superiores. Una mañana, el general Juan de Castilla, padre de la mestiza Lorette, trazó una estratagema para deshacerse de él. Por supuesto, nada de ello sabía Gryal, que zarpó entusiasta ese mismo atardecer hasta Italia, donde un carruaje le esperaría para llevarlo a las tierras de Regensburg. 

La vida estaba llena de acciones que desdeñaban todo atisbo de cordura y bondad. Lorette no sospechaba de las intenciones de su padre respecto a su amado. Ni su padre sabía tampoco del amor que había arraigado en el corazón de ambos. La felicidad y el destino de los tres marchaban en ese barco, sin que ninguno fuera plenamente consciente de lo que estaba acaeciendo. 

Las gaviotas chillaron anunciando el buque, como el sol, se despedía de las rocas y se adentraba en lo ignoto. El azul del mar se reflejaba en su ojos; cruzó sus frágiles brazos para resguardarse del viento. No supo decirle adiós; sus labios no pronunciaron una sola palabra desde que Gryal la abrazó. Añoraba su calor, su sonrisa… Herida, carente de energía, se sentó en el suelo recogiendo su falda. Su rostro era como el papel mojado: imposible de leer. El barco se perdió en la lejanía y las nubes bajaron el telón.

La noche comenzó, y con ella, el viaje de Gryal…El Amante de la Luna.

 

CAMINO A REGENSBURG 

 

«Mi amado  Gryal, si has sido fiel a tu palabra estarás leyendo esto una vez hayas llegado a Regensburg, como habíamos pactado…»

 

La letra de Lorette era redondeada, elegante, como era propio en las mujeres de la familia noble; el papel de la carta, grueso y aromatizado, como solían usarlo las damas cultas cuando enviaban sus primeras cartas de amor a los amantes fugaces que cosechaban en el amanecer de su deseo. Era la cuarta vez que la leía desde que inició el viaje; Gryal nunca fue admirado por su paciencia pero Lorette ya era consciente de ello cuando le pidió que aguardase hasta llegar a su destino. 

El carro arrastraba en sus ruedas más de dos días de viaje, y además no tardaría en anochecer. Desde que el barco atracó en Italia, el tiempo no les había acompañado; llovía de forma débil pero constante y las nubes, burlonas, parecían perseguirlos. Gryal sentía el frío en los huesos pero prefirió quitarse los guantes para no dañar el papel de su amada. Con sus manos ya azuladas, tendió de nuevo el pliego sobre su regazo y, sosteniéndolo con las puntas de sus temblorosos dedos, prosiguió con la lectura. Poco a poco y en voz baja, leyó cada una de las frases, como si musitara una plegaria: 

 

«No puedo dormir al pensar que mañana tú, no estarás aquí. ¿Por qué te vas? ¿El destino se ríe de nosotros? Quiero sentirte, Gryal, en mis brazos: despertar a tu lado. Amado, dime, ¿cuántas noches debo rezarle a Nuestra Señora para que nos permita vivir en paz, juntos, de una vez?» 

 

Le encantaba esa parte y la leía remarcando una amplia sonrisa. Miró por la ventana empañada, al tiempo que con la mano izquierda trazó un círculo en el cristal para ver a través de éste paisaje que iban dejando atrás. Los árboles estaban disfrazados de nubes blancas y el suelo era una fina alfombra de nieve sucia. 

«Menuda estampa» pensó Gryal para sus adentros. «¿Quién diablos querrá vivir aquí?»

 

«Sé que mañana despertaré, Gryal, y lo haré tan vacía y triste como un río sin lluvia. Dime, amado, ¿quién será mi lluvia? ¿Quién mojará mi cuerpo cuando me faltes? Vuelve, amor, vuelve sano y salvo, porque si no yo no tendré primavera…»

 

(…)

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