Baila, baila, baila
Por Salvador Gutiérrez Solís.
Baila, baila, baila. Haruki Murakami. Tusquets Editores, Barcelona, 2012. Trad. Gabriel Álvarez Martínez. 464 páginas. 22 €.
Bifurcaciones, laberintos, conductos, cercanías, caminos, atajos, pasadizos, túneles, encrucijadas, distancias, conexiones, conexiones, conexiones. Hablemos de conexiones. Mantengo una relación definitivamente bipolar, o de amor/odio —rechazo/afinidad—, con la literatura de Haruki Murakami. Conexión, puede ser. Hay libros de Murakami, algunos incluso vitoreados por la crítica como soberbios, deslumbrantes y demás adjetivos grandilocuentes, que no he soportado por diferentes motivos. Tras sesenta o setenta páginas he tenido la terrible sensación de estar perdiendo el tiempo, que, indiscutiblemente, es la sensación más terrible que te puede transmitir un libro. Por aburrimiento, por repetitivos, por excesivos, por raquíticos, por incomprensión, por desilusión, por inapetencia, por desconexión. Conexión.
Eso que se conoce como el “mundo” o “atmósfera” Murakami me ha parecido, con demasiada frecuencia, la excusa perfecta para rellenar una página tras otra y así disimular “que no tengo nada que contar”, insistiendo en los mismos personajes, modelos y situaciones una y otra vez. Aún así, siempre le he perdonado a Murakami el anterior “patinazo” y he tratado de reencontrarme con su literatura, o la literatura con la que conecto, en todas sus nuevas entregas. Buscando la conexión.
En esta relación tan particular que mantengo con Murakami, he de reconocer que estoy atravesando lo que podría definir como una “temporada dulce”, conectamos. Cualquiera de las entregas de 1Q84 me fascinaron, deslumbrantes en ritmo, narratividad, intuición, pulsión. Sensaciones que se han vuelto a repetir con Baila, Baila, Baila, que recientemente ha publicado en nuestro país Tusquets.
Curiosamente, no se trata de una nueva novela de Murakami, se publicó en 1988, continuación de La caza del carnero salvaje, de 1982. Es una novela que cuenta con 24 años, un dato que puede entenderse como una simple anécdota, pero que también nos puede servir para trazar o definir el proceso evolutivo de este autor japonés. Tiempo de conexiones.
Si llegara a considerar Baila, Baila, Baila como la mejor novela de Murakami estaría reconociendo que se ha producido una clara y manifiesta involución en su obra, que no es capaz de ofrecer en la actualidad mejores trabajos que hace 24 años. No es esa mi apreciación. En Baila, Baila, Baila ya podemos encontrar los grandes argumentos, el clima de eso que llaman “atmósfera” o “mundo” Murakami, y que tal vez haya necesitado de años para gestar en su plenitud, tal y como se comprueba en 1Q84. Ese Murakami conecta con el actual, es el mismo autor, la misma voz, pero ha aprendido a controlar ese ímpetu, esos vacíos y excesos que han conseguido que —yo— no conectara con parte de su obra.
Baila, Baila, Baila es la novela más “narrativa” desde el punto de vista de “contar” una historia de cuantas nos ha ofrecido Murakami. Una historia de conexiones y música que arranca en el enigmático Hotel Delfín, y que nos conduce por un sinfín de viajes, personajes de trazado certero y grueso, situaciones rocambolescas, a través de un joven periodista que se pasea por su particular abismo existencial. Sobrepasado, el protagonista aprende a “bailar” al ritmo que las inesperadas circunstancias le marcan. Y no puede —tampoco pretende— dejar de “bailar” si no quiere que las conexiones se interrumpan.
Bifurcaciones, Sapporo, laberintos, decimoquinta planta del Hotel Delfín, conductos, Kiki, cercanías, Yuki, caminos, Carnero, atajos, Makimura, pasadizos, Gotanda, túneles, una recepcionista, encrucijadas, seis esqueletos, distancias, Ray Charles, conexiones, Beach Boys, conexiones, conexiones. Hablemos de conexiones.