Supergods
Supergods. Héroes, mitos e historias del cómic. Grant Morrison. Turner libros.
Primera parte
La edad de oro
El Dios Solar y el Caballero Oscuro
¡LLAMANDO A TODOS LOS JÓVENES PATRIOTAS AMERICANOS!
Se certifica que (nombre y dirección) ha sido formalmente elegido como MIEMBRO de esta organización tras comprometerse a hacer todo lo posible por incrementar su FUERZA y su VALOR, colaborar con la JUSTICIA, mantener en absoluto SECRETO el CÓDIGO DE LOS SUPERHOMBRES y observar todos los principios del buen ciudadano.
Puede que no sean los Diez Mandamientos, pero como conjunto de directrices morales para los niños laicos con uso de razón, el credo de los Supermen of America era un buen comienzo. Esta es la historia de la fundación de una nueva creencia y de su conquista del mundo: tras la caída de un rayo, la chispa de la inspiración divina prendió en la prensa barata, y el superhombre nació en medio de una explosión de color y acción. Desde el principio, el dios prototípico y su gemelo oscuro mostraron el mundo a través de un marco donde nuestros y peores impulsos podían personificarse en una batalla épica, librada sobre un lienzo bidimensional, donde nuestro exterior y nuestro mundo interior, nuestro presente y nuestro futuro, podían representarse y ser explorados. Ambos venían para salvarnos del abismo existencial, pero antes debían encontrar la forma de introducirse en el imaginario colectivo.
Superman fue la primera de estas nuevas criaturas en llegar, compareciendo en la imprenta en 1938, nueve años después de que la quiebra de Wall Street desencadenase una depresión mundial de dimensiones catastróficas. En Estados Unidos los bancos quebraron, la gente perdió sus empleos y sus casas y, en caso extremos, fue reubicada deprisa y corriendo en campamentos de chabolas. También se escuchaba alboroto en Europa, donde el ambicioso canciller Adolf Hitler se había proclamado dictador de Alemania tras una triunfante llegada al poder cinco años antes. La aparición del buen villano mundial en la vida real creó el marco idóneo para la imaginativa respuesta del mundo libre, que llegó desde las filas de los más desfavorecidos. Fueron dos jóvenes de Cleveland, tímidos, con gafas, llenos de imaginación y aficionados a la ciencia ficción, quienes, armados de máquinas de escribir y cartulina Bristol, liberaron una fuerza más poderosa que las bombas y dieron forma a un ideal que sobreviviría sin pestañear a Hitler y sus delirios de un Reich milenario.
Jerry Stiegel y Joseph Shuster se pasaron siete años perfilando a Superman antes de que estuviese listo para ocuparse del mundo. Su primer intento para una tira de prensa fue una trama de ciencia ficción distópica que gira en torno a un déspota telepático y malvado, y en al segunda entrega aparecía un tipo bueno, robusto y grande, pero mucho más humano, que ponía en su sitio a los malhechores que infestaban las peligrosas calles; sin embargo, aún faltaba la chispa de originalidad que los editores estaban buscando. Cuatro años más tarde, después de muchos intentos infructuosos de vender Superman como una tira de prensa, Stiegel y Shuster por fin comprendieron cómo adaptar el ritmo y las estructuras de sus historietas para aprovechar al máximo las posibilidades que ofrecía el nuevo formato del cómic, * y así, de repente, este género incipiente encontró el tipo de contenido que le caracterizaría.
El Superman que debutó en la portada del primer número de Action Comics era solo un semidiós, lejos aún del dios pop en el que más tarde se convertiría. El modelo de 1938 podía “SALTAR DISTANCIAS DE 200 METROS Y SUPERAR UN EDIFICIO DE VEINTE PISOS, LEVANTAR PESOS DESCOMUNALES, CORRER MÁS RÁPIDO QUE UN TREN EXPRESO…¡SOLO UN OBÚS PODRÍA PENETRAR EN SU PIEL!”. A pensar de ser “INTELIGENTE COMO UN GENIO, FUERTE COMO UN HÉRCULES, EL AZOTE DE LOS MALHECHORES”, este Superman no podía volar, con lo que recurría a tremendos saltos. Tampoco podía viajar alrededor del mundo a la velocidad de la luz ni detener el tiempo; eso llegaría después. En su juventud, era un personaje casi creíble. Siegel y Shuster tuvieron la precaución de situar sus aventuras en una ciudad contemporánea, muy parecida a Nueva York, dentro de un mundo ficticio plagado de las mismísimas injusticias que había en el mundo real.
La ilustración de la portada que presentó al mundo a este personaje extraordinario tenía una virtud única e irrepetible, mostraba algo que nadie había visto antes. Parecía una pintura rupestre que llevase diez mil años esperando en la pared del metro a que la encontraran; era una imagen impactante, futurista y primitiva a la vez, de un cazador que mataba a un coche que se había alejado de la manada.
El intenso fondo amarillo con una corona dentada en rojo -los colores de Superman- sugería una explosión de poder salvaje que iluminaba el cielo. Aparte de la sensación de flash que nos daba el logo de Action Comics, estilo art decó, en la portada aparecían la fecha (junio de 1938), el número (nº1) y el precio (10 centavos). En ningún momento se mencionaba el nombre Superman, aunque las palabras habrían sido superfluas, pues su mensaje estaba claro: lo importante era la acción. Lo que el héroe hacía era mucho más relevante que lo que decía, y Superman estaba, desde el principio en constante movimiento.
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