Intermission

Por Samantha Devin

 Este fin de semana he sido testigo de una muestra reveladora de las diferencias que existen entre los seres humanos.  Creo en muchas cosas pero no creo en la tan proclamada igualdad. La realidad es demasiado evidente como para soportar semejante concepto. Mientras unos se dedican a crear, a trabajar duro y entregar su tiempo a reconstruir vidas y dar sentido al sinsentido con el arte y la literatura, otros se dedican a robar, a copiar, a darse mérito por algo que no les pertenece, esclavos de una cultura donde el término “celebrity”, es decir, ser conocido por otros sin haber hecho ni creado nada de valor se convierte en una forma de vida entre mediocres. ¿Dónde está la igualdad?

 

El sábado asistimos a la representación de una obra de teatro en la iglesia de Saint Saviour, titulada “Ring of Envy”. Saint Saviour es una iglesia en el centro de Knightsbridge, casi frente a Harrods, que ha sido convertida en teatro.  A los que hayáis leído mi novela Arcadia esto os va a divetir. Esta iglesia, ahora teatro, la dirige el Reverendo Rob Gillion un hombre encantador, lleno de entusiasmo y divertido que ha sido actor y que sigue actuando en este proyecto. Cuando el Obispo de Londres le dejó a cargo de Saint Saviour y le dijo que hiciera algo original con ella, él la convirtió en teatro para ayudar a chicos del Este de Londres con problemas a salir de las calles y, como ha ocurrido literalmente, cambiar sus vidas.

La compañía que fundaron se llama Intermission Youth Theatre y la obra que vimos es una curiosa y original adaptación del Otello de Shakespeare pero que en vez de tener lugar entre generales de la armada Veneciana, transcurre en Londres en un gimnasio, entre boxeadores que rivalizan por conseguir un puesto para luchar por el título de campeón. El escenario es un ring y los actores entran y salen, suben y bajan entre música rap y teléfonos móviles para crear una intensa y colorida adaptación que estoy segura emocionaría al propio Shakespeare. Porque es curioso ver a unos chicos de Hackney en el año 2012 recitando con sus palabras lo que el escritor más potente, sangriento y lúcido de la historia escribió hace más de cuatrocientos años. Shakespeare es imbatible, lo resiste todo. El director y adaptador de las obras, Darren Raymond, (de nuevo una maravillosa sincronicidad que diría Jung), tiene talento y personalidad y está haciendo un trabajo magnífico que a los que estéis en Londres os recomiendo visitar. 

Hablando con el Reverendo Gillion nos comentó que algunos de los que ahora forman parte de la compañía han estado en la cárcel y han tenido vidas que nosotros no nos atrevemos más que a vislumbrar en películas y periódicos. Un detalle que me cautivó porque tengo una curiosa devoción por la palabra: Santuario, es que durante los “riots” del 2011 en Londres, cuando los vándalos se pusieron a romper escaparates, a quemar lo que se pusiera en medio y a convertir una de las ciudades más seguras y ordenadas del mundo en un infierno, muchos de estos jóvenes salieron de su barrio para refugiarse en Saint Saviour buscando eso, Santuario. Este es un concepto olvidado que ya casi no existe, pero hace siglos las iglesias eran territorio sagrado dónde quien así lo solicitara, podía esconderse si era perseguido o necesitaba ayuda. En los disturbios de Londres mientras sus amigos se dedicaban a destruir, ellos, porque así lo eligieron, prefirieron apartarse de todo aquel caos en el Santuario que el padre Gillion había puesto a su servicio. Nos contó que desde la iglesia siguieron en la televisión las imágenes que los helicópteros iban grabando y que reconocían a sus “colegas” y vecinos entre aquellas hordas de locura. Una de las actrices después de la representación comentó en una rueda de preguntas y respuestas que Saint Saviour es para ella un refugio, “cuando cruzo la puerta, dijo, me olvido del mundo y de todos mis problemas”. Santuario. Bonita palabra y bonito concepto.

 

En Saint Saviour todos esos chicos “malos” del Este se transforman en bardos, en poetas, en actores y ya no son “sólo chicos malos”, de pronto forman parte de nuestro legado cultural, de pronto aportan a sus vidas y a las de los demás un sentido, porque son capaces de ver más allá de su situación, porque saben reconocer lo que está bien y lo que está mal, porque prefieren dedicarse a crear que ha destruir, porque han elegido formar parte de lo que tiene valor, de lo que perdura. Saint Saviour es una Arcadia soñada, un lugar de esperanza y paz. Paz activa, paz creativa, paz diligente, paz despierta.

No la paz y el supuesto buen rollo que distingue ese acuerdo mutuo de permisividad ante los delitos que caracteriza al grupo de borregos: “Hoy te perdono yo a ti por ser un chorizo, pero mañana perdóname tu a mí porque estamos en el mismo redil y si no nos apoyamos entre nosotros ¿que será de nuestro rebaño?”. No hablo de ser comprensivo con los delitos, eso es lo que ha llevado al país entero a una vorágine de robos, de pirateo, de prevaricaciones, de encubrimientos entre colegas a todos los niveles. Los políticos y los banqueros roban, se quejan los ciudadanos. Pero es que esos ciudadanos también roban. Y no pasa nada. Esa tolerancia mal entendida también es delito. Esa permisividad es falta de ética, de educación. No es bondad, es encubrimiento. El “point” de la cuestión no radica sólo en el robo de un post que tardé en escribir media hora.  Eso es sólo un pequeño ejemplo de lo que pasa en este país.

¿Igualdad? No lo creo. Con vidas terribles y destrozadas unos son capaces de construir personalidades llenas de coraje y valor, de aprender de lo bueno y admirar con respeto. Otros, se hacinan en sus pequeños círculos, en sus pobres sueños de grandeza, incapaces de superar su ignorancia y superficialidad, creyendo que son reyes de nada, buscando una admiración que no merecen y excusas para sus infantiles actos.  

Hay vidas y VIDAS. Hay gente y PERSONAS. Hay banalidad e infantilismo y hay PROFUNDIDAD Y MADUREZ. Lo que decidamos escoger es lo que seremos. Podemos engañar a los otros, quizá por algún tiempo, pero la vida es demasiado valiosa, demasiado corta para engañarnos a nosotros mismos.  

 

Lo que permanece es lo genuino, el trabajo bien hecho, si no que se lo digan a Shakespeare. Eso y el esfuerzo de personas como el padre Gillion y los chicos de Intermission. No ansiar la fama a cualquier precio, si no esforzarse por merecer la gloria es lo que tendría que estar de moda. 

La grandeza debería ser la meta de cualquier ser humano para, como escribió Goethe:

“Deshabituarnos de lo mediano,

Y en lo entero, bueno, bello,

Vivir resueltamente”.

 

Samantha Devin

 

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