Un trozo invisible de este mundo
Por Eva Llergo
Sencillamente brutal. Tanto como resulta escuchar de sus propios labios el desnudo testimonio del que sufre y no con la anestesia de oírlo a través labios ajenos. Así son los cinco monólogos teatrales sobre la inmigración y el exilio que contiene Un trozo invisible de este mundo: Arquímedes, Locutorio, Mujer, Turquito y El privilegio de ser perro. Pero nos quedaríamos muy cortos si aplicáramos únicamente estos adjetivos al montaje. Juan Diego Botto dramaturgo es tan soberbio como lo es durante la representación Juan Diego Botto actor. El texto, en algunos momentos, planea alto rozando casi la filosofía. Aunque, no se asusten, nos referiríamos a ella como una filosofía popular, incluyente, humana, palpitante. En ocasiones, la sinceridad con la que suena el texto y la voz de su actor/autor te hiela la sangre en las venas.
Y, sin embargo, uno pasa gran parte de la obra riendo… Pero, ¿cómo?, se preguntarán, después de todo lo dicho. No se desaprovecha ni un solo momento de comicidad. Botto ha sabido ver y subrayar toda la ironía trágica que encierran estas situaciones imposibles. Ha explotado el sano ejercicio de reírse de uno mismo, aunque sólo sea porque es muy probable que sea el último salvavidas que le puede quedar a uno en estas situaciones. Y nosotros, el público, nos reímos con él y no óolo nos sirve para aliviarnos de la intensidad de la obra, sino porque de este modo la catarsis es más alta. “¿Qué hago yo riéndome de este pobre hombre?”, se pregunta uno cada vez que se le escapa la sonrisa.
El tono de conversación, casi diríamos de confesión, que tienen las cinco piezas, convierten por arte de magia los monólogos en una suerte de diálogos. Los personajes van increpando al público con preguntas (casi todo el texto es una única y enorme pregunta retórica: “¿por qué?”) y uno establece mentalmente un diálogo con ellos, tan íntimo, que sales convencido de que has sostenido una prolongada conversación con la realidad.
Y es que la inmersión (que diría Buero Vallejo) en esa realidad a la que es sometido el espectador desde la entrada no le da tregua: carteles de aeropuerto que separan las colas entre nacionales y extranjeros, luces parpadeantes, maletas apiladas por todas partes, una cinta transportadora con su rodar incesante, y, sobre todo, la pegatina con el número 20-01 con la que todo el público es invitado a adornar su jersey. Esa pegatina nos iguala y nos hace sujetos activos de la tragedia. Todos somos el individuo 20-01 al que se refiere el policía de inmigración de la primera pieza: Arquímedes, la única que no tiene como protagonista a un inmigrante. Así, con esa jugada perspicaz, si todavía quedaba algún incrédulo en la sala antes del comienzo de la obra, su perspectiva cambiará radicalmente al verse tratado como uno de “los otros”.
Mientras las maletas caen por el extremo de la cinta transportadora y se van acumulando unas encima de otras, asistimos a la metafórica explicación de la ley de Arquímedes ofrecida por ese cínico policía de inmigración: “todo lo que está lleno rebosa”. Esta es una pequeña muestra de la utilización alegórica y magistral que hace de la escenografía el director de la obra. Porque si el actor/autor se ha llevado gran parte de nuestros loores, no queremos dejar pasar la oportunidad de alabar la tarea del director. En la obra no hay un solo elemento desaprovechado, cada gesto o atrezo significa. Esta economía del lenguaje teatral potencia aún más el dramatismo del texto y nos da una verdadera lección de teatro, de teatro en estado puro.
¿Pegas? Lástima que haya que llegar a esta sección pero, parafraseando a uno de los personajes, la vida no es blanca ni negra sino que establece una dialéctica. En fin, notamos una leve falta de cohesión entre las cinco piezas de la obra. No hubiera hecho falta, a no ser porque algunas sí guardan una relación muy estrecha, lo que deja al resto con una cierta sensación de estar sembradas en medio de un campo ajeno. Por otro lado, queda mencionar a una solvente Astrid Jones que, sin embargo, nada tiene que hacer contra esa fiera teatral que es Juan Diego Botto.
Por si no les ha quedado claro: no se la pierdan. Y tienen poco tiempo para reaccionar porque se cae del cartel el día 4 de noviembre.
Un trozo invisible de este mundo
Autor: Juan Diego Botto
Director: Sergio Peris-Mencheta
Reparto: Juan Diego Botto, Astrid Jones.
Lugar: Naves del Español Matadero
Fecha: Desde el 2 de octubre al 4 de noviembre
Horario: De martes a sábado, a las 20.00h; domingos, a las 19.00h.
Precio: Entradas 25 euros. Martes, miércoles y jueves, 25% dto.
Duración: 1h. 50 min.