Raúl Tejón: “Hacer teatro, hoy día, es un lujo. Que te ofrezcan todo un Chéjov es algo grandioso”
Por Carmen Garrido
Fotos de Pablo Á. Mendivil y Jesús Ugalde (Cortesía de La Casa de la Portera)
Se adentra en silencio en la callejuela oscura, te persigue con pasos sabios, sus tacones no rozan apenas el pavimento, pero sí rozan tu sombra, cada vez más cerca están sus modos, sus cadenas y, cuando ya notas su aliento sobre tu espalda, saca su navaja, te agarra por el cuello, tira de tu cabeza hacia atrás. Ya eres suya, ya no hay posibilidad de escapar. Y, entonces, en ese preciso instante, ya sabes que se quedará contigo para siempre, que te marcará su sello, su química voluntad. Y sientes la herida que se abre en ambas comisuras cuando ella te rasga la boca y te deja desfigurado con “la sonrisa del payaso”. No duele tanto la sangre que brota. Duele más la cicatriz que nunca se irá.
Esa emboscada a traición, ese esquilar el alma o dibujar un velo de humo que tape constantemente el rostro, sin dejar ver nada, es la quintaesencia de uno de los Chéjov más dolorosos y más humanos. Un auténtico terremoto que mutará al espectador que, desde el 27 de octubre, visite La Casa de la Portera. Decía el gran Peter Brook que si “una obra de teatro confirma todo aquello en lo que ya creíamos, ésta no nos sirve para nada”. Una frase no se cumple en este drama, que dirigido por José Martret, “obliga” al espectador a mirar el alma derrotada de un hombre joven, brillante y honesto, que es asaltado por la neurosis, por una profunda tristeza que le separa de cualquier concepción dionisíaca de la existencia. La depresión (“Ivanoff” es casi un tratado de psiquiatría desde el acertado punto de vista médico del doctor Chéjov), el dolor del alma que sólo pueden retratar los que han sufrido la neurosis o la melancolía, se persona en el protagonista de esta tragedia, un Iván que encarna el actor Raúl Tejón, al que sólo se le puede calificar de “brillante”. Tejón se disfraza de un Iván exhausto (de ahí el término off del título de la obra), que detesta la vida y a las burguesas gentes que le rodean, los compromisos atávicos, los roles sociales, la estúpida caricatura del hombre que debe ser feliz. Y este intérprete “del método” lo hace sin dramatismos exacerbados, sin la alharaca que muchas veces rodea a los sufridos personajes chejovianos, hilando fino en las miradas, en una perfecta interacción con el resto de los nueve actores, perfecta compañía para este protagónico de Tejón: nueve voces que personifican nueve Tratados de Anatomía, nueve entidades en lograda comunión (y batalla) con la figura rendida de Iván.
Me reuní con Raúl Tejón en una tarde agosteña una semana después de haber visitado Abades, 24 y con la sensación todavía de que estaba ante una forma de hacer teatro totalmente distinta. No hablo de la original y excéntrica (en el mejor sentido de la palabra) propuesta de José Martret y Alberto Puraenvidia de reconstruir el bajo de un edificio y convertirlo en una casa de la Rusia del XIX, con un toque de horror vacui muy particular, como si cada trozo de pared necesitara el mimo de un objeto, proponiéndose “educar en la belleza” la mirada de un espectador que penetra en un laberinto de teatro, donde la máxima debe ser “actuar y narrar de la manera más clara posible”, que decía Patrice Chereau, a propósito de otro texto sobre la depresión, “Coma”. No hablo de la cercanía de los actores, que transpiran el texto, dotándolo de plena actualidad. No hablo del asombro de los veinte espectadores al situarse, de pronto, en el centro del escenario, eliminando la cuarta pared y siendo comensales de ese festín de hienas y leones que van devorando a Iván. Hablo de la transformación que se experimenta ante un texto desguazado a la perfección por el director y los intérpretes, que logran que se pase de la risa al llanto, de la incredulidad a la comprensión profunda –y terrible- de la batalla de un ser humano contra la depresión. La oscuridad del alma de Iván contrasta con la personalidad solar de Raúl Tejón. Este licenciado en Derecho y Empresariales, formado en Corazza, experto en papeles shakesperianos, con dieciséis años de profesión a sus espaldas, me desgrana su forma de atacar este personaje de Chéjov, un auténtico regalo para él. Lía los cigarrillos con parsimonia mientras el café languidece en la terraza de El Viajero, La Latina. Frente a la oscuridad del despacho de Iván, en La Casa de la Portera, la canícula cae de pleno.
-¿Cómo acaba un licenciado en Derecho y en Dirección y Administración de Empresas en La Casa de la Portera?
–(Sonríe) ¡Buf! ¿Empiezo desde la Universidad? Me aficioné al teatro en el colegio, gracias a un profesor, don Jesús, e interpreté algún Lorca. Más tarde, seguí formándome en el instituto y cuando llegué a la Universidad me uní al grupo de Inés París. Con Sergio Peris-Mencheta y con Rebeca Ledesma formamos una asociación de teatro en la que trabajábamos de una manera ya más profesional. Como había que sacarse unas pelillas a la vez que estudiaba, me hice unas fotos para una publicidad y de ahí… Me empezaron a llamar. El primero, Amado Cruz para “A las once en casa”. Compatibilizaba la interpretación con los estudios, sabía que tenía que acabarlos, pero, a la vez, tenía la sensación de que nunca dejaría de hacer teatro… Y a pesar de esas cosas que nos dicen de que “no era una manera [oficial] de ganarse la vida”, hice un curso de teatro, con Juan Carlos Corazza, a la vez que buscaba trabajo. Pero…a las dos semanas me pasaron al curso regular y, justo ahí, Rebeca Ledesma me avisó para un Romeo que buscaban en la productora Fila 7. Obtuve el papel… ¡Y de ahí hasta hoy!
La carrera interpretativa de Tejón está llena de obras de grandes dramaturgos: Pinter, Mamet, Calderón, Winer. Pero, sobre todo, destacan sus colaboraciones con Sergio Peris-Mencheta y textos de Shakespeare como “La cocina” o “La tempestad”. Los inicios de ambos actores fueron de la mano. Me revela Raúl Tejón que tiene un “profundo amor Shakespeare” . Y, claro, surge la inevitable pregunta
-¿Y a Chéjov?
-Chéjov vino después. Uno lee una función de Chéjov con 20 años y no se entera de nada porque todavía no sabes nada de la vida. Cuando leía un texto del ruso a esa edad, evidentemente, me daba cuenta de que había conflictos en la obra, pero en ella no pasaba nada. La primera lectura seria de Chéjov la hice con Catalina Lladó, fue un “Tío Vania”. Y cuando terminé esa lectura, entendí por fin la cosmovisión chejoviana, que tiene que ver con lo más profundo del ser humano. Ahí empecé beberme sus obras enteras.
-Se necesita de cierta madurez, de cierta experiencia vital para aprehenderlo.
-Yo creo que sí…Pero no sólo con Chéjov, con todos los autores. Pero Chéjov es mucho más complejo porque va al “tuétano” y la comprensión de sus obras va de la mano de la edad y de los aconteceres existenciales. Y si me dieran “Ivanov” con 45 años en vez de con mis 36, seguramente, entendería mucho mejor lo que le pasa a Iván. En los textos de Chéjov, además, hay muchas sutilezas. No hay una frase que se diga en vano. Todo se dice cuando y porque se tiene que decir.
-¿Qué estaba haciendo Raúl Tejón antes del 8 de marzo, día en que se estrenó “Ivanoff”, disparadero de un boca a boca que ha convertido la obra en un éxito?
-Había terminado el año pasado de rodar Bandolera e hice unas cuantas cosas en TV. Había estado trabajando en Italia, intentando levantar un proyecto de teatro. Y, de repente, me llamó ese “loco maravilloso” que es José Martret… Y me dije qué demencia… Nueve actores, en una casa todavía por construir… Cuando quedamos ¡se presentó con un Ivanov y un Chéjov! Le dije: “¡No me cuentes más! ¡Claro que sí!” Lo he dicho en todas las entrevistas que he hecho, “que te propongan hacer teatro hoy por hoy es un lujo, que te propongan hacer un Chéjov es tremendo ya… ¡pero que te propongan hacer un protagonista es grandioso! Y aunque sea sólo por la experiencia, no queda otra que decir que sí al reto.
-Usted ha hecho teatro siempre del modo “clásico”: escenario, público, cuarta pared ¿Qué sintió la primera vez que actuó en Abades 24?
-Sabía que nunca me iba a preocupar la cercanía del público. Lo espectadores están y, aunque estemos encima de un escenario, la intención siempre, se actúe donde se actúe, es romper la cuarta pared, romper la distancia que hay entre nosotros. Y cuando la gente ya está dentro de la escenografía y ya no hay cuarta pared… es un trabajo que te ahorras. Es cierto que tienes que estar más alerta, ser consciente de más cosas que te rodean pero, en definitiva, la forma de trabajar siempre es la misma. No hay ninguna diferencia. Yo, en un escenario “clásico”, hago lo mismo que en La Casa de la Portera. Yo no intento modificar al público, intento modificar al compañero y a éste lo tengo siempre a la misma distancia. Si yo modifico al compañero y éste a mí, eso, a su vez, va a transformar al público. Si estoy pendiente de una forma constante de los espectadores no va a ocurrir nada. Por lo tanto, me da lo mismo estar en un escenario de los “usuales” que en La Casa de la Portera.
-Impresiona mucho entrar en el laberinto que han hecho Puraenvidia y Martret. Y con los cuadros de Roc Alemany, ese remedo de Odalisca del despacho de Iván, esa Duquesa de Alba total look de Vittorio&Lucchino, oteando todo lo que ocurre en los pasillos, los muebles antiguos, en rojo barroco…
-¡Es que ese laberinto ni nos lo imaginábamos! Cuando entramos allí, aquello parecía una casa de Sarajevo después de la guerra: paredes desconchadas, suelos rotos… Era todo una locura, y mientras ensayábamos nos preguntábamos ¿pero esto se va a transformar en la casa de Iván y en el salón de los Leyva? Y tanto que se transformó. Mira lo que ha hecho Alberto. Ha transformado un local derruido en dos casas. Tremendo.
-Además de la repercusión que ha tenido la obra, gracias al viva voce, ¿se da cuenta de que en medio de todo lo que está pasando, con un recorte en Cultura del 30%, son un “oasis” y una inspiración para muchos artistas que quizá piensen que no hay solución, a los que la desesperanza les hace quedarse en casa? En cambio, ustedes apuestan por la creación, por el Arte, al precio que sea.
-Es cierto que apostamos. Pero también es que apostar es una posición ante la vida. Mira, yo nunca he parado de hacer teatro. Hace mucho que encontré para qué vivir. El de qué vivir depende de la época. Lo que me mueve es la pulsión de contar historias y, si me ofrecen una historia como la de Iván, me tiro a la piscina, con independencia de que eso me reporte beneficio económico o no. Porque aunque, realmente, estamos en la boca de todo el mundo y de los medios, pero lo que me llevo es lo que estoy aprendiendo con Iván, de cara a mi formación como actor. Ese deseo de aprender ha sido una constante en mi vida, así como en la de Martret, que es el germen real de todo esto. Si encuentras a un director que es capaz de entender las cosas como tú, confías en él y todo fluye de manera natural. Es mucho más difícil lo que estamos haciendo nosotros que quedarse en el sillón esperando a que te llamen. Pero es que yo aprendí hace mucho que te llaman cuando surge y cuando no, me lo tengo que buscar yo.
-En cierto modo, ustedes han jugado a una ruleta rusa. A apostar.
-¡Pero si nosotros pensábamos que íbamos a estar sólo un mes! Creo que no hay que pensar nunca en el resultado ni en adónde se va a llegar. Ni en las mejores de las quinielas pensamos que “Ivanoff” sería lo que ahora está siendo.
-Es cierto que hay un, cada vez más potente, circuito off de teatro en Madrid: Microteatro por Dinero, Garage Lumière, la Sala Cuarta Pared. Pero ¿son conscientes de que han abierto una brecha, de que han establecido una diferenciación incluso dentro de ese circuito?
-Sí, era algo que le hacía falta. El circuito off siempre ha existido. Ahí tenemos la Triángulo, la Pradillo, lo que era en su momento Ensayo 100 -una lástima que cerrara-, La Grada, Guindalera, Liberarte (que llevaba nuestro común amigo Martijn Kuiper)… En este circuito off se exhibían aquellos montajes que no encontraban su hueco en el sistema on. La diferencia es que La Casa de la Portera o Microteatro buscan una alternativa a cómo mostrarlos, dando igual el tiempo de la obra, ya sea una función de 15 minutos o una de dos horas. Se trata de encontrar otra forma de presentar las obras.
-¿Cómo se prepara un actor ante un personaje como el de Iván? ¿Qué siente cuando lees “Ivanov” por vez primera?
-Lo primero…¡Me cago! (Carcajada) Una “cagalera” es lo que yo siento cuando me dan un monstruo como ése. Yo no soy un actor rápido, eso es lo primero que yo hablé con José Martret. Posiblemente pierdo muchos casting por esa razón, porque no soy capaz de llegar a una prueba y tenerlo todo claro. Lo primero que hice fue contar con Martret todos los adjetivos que se dicen en el primer acto… ¡Y salen como 84 diferentes! Así que nos dimos cuenta de que esto era “una pelota” de muchas cosas y teníamos que encontrar qué color darle, qué faceta mostrar. Los demás ya dicen lo que es Iván. Somos nosotros los que tenemos que contar lo que Iván muestra, lo que es para nosotros. Y por ahí empezamos. Ya veríamos dónde estalla esa “pelota”. Y estalla en el tercer acto, donde tiene que hacerlo, pero con un proceso anterior de mucha pelea en el buen sentido por buscar qué es Iván, qué le pasa. Y me preparé con mucha vitamina y mucho sueño, porque llegaba de los ensayos reventado, y con muchas ganas porque no hay otra alternativa más ponerse las botas de faena y…hasta donde se llegue.
-Pensaba, cuando acabé de ver la obra, que Iván era uno de los personajes más duros de esta temporada teatral madrileña. ¿Cómo pasa de ser Raúl Tejón, en el estado anímico en el que esté cada día, a convertirse en un depresivo cada miércoles a las 21.00 horas, primer pase de la obra?
-Más bien…Me convierto en un neurótico. Siempre he pensado que los actores somos como los perros. Cuando un perro tiene una herida le ponemos la lámpara en la veterinaria, alrededor de la cabeza, para que no se rasque. Lo mismo hacemos los actores: tienes que morderte un poquito el alma, en el buen sentido. Nada de psicologías baratas. Yo estoy formado en el método porque estudio en Corazza. Pero tuve la suerte de formarme con Catalina Lladó y Consuelo Trujillo. Catalina viene de estudiar de Nueva York con Uta Hagen y ella me enseña lo que es la acción, que es básica y te hace entrar en el estado emocional del personaje. Hay que mover las propias tripas porque es bueno y porque si lo haces de una manera consciente, adulta y sin hacerte daño creo que incluso es terapeútico. Mover esas tripas genera empatía, capacidad de ponerte en el lugar del otro. Y en esta caso se trata de entender a un neurótico. Yo tengo parte de neurótico, tú también, yo he pasado depresiones aunque no tan fuertes como las de Iván. Todos sabemos a qué huele eso. Rilke decía que “nada de lo humano me es ajeno”. Y nada de lo humano, a mí, Raúl, me es ajeno y tengo que entender todo lo humano como actor.
-Tiene que defender al personaje.
-Sí, sí. Si me toca hacer de un hijo de puta, que me toca mucho, porque tengo la gran suerte de hacer de todos los malos…
-¡Eso es lo que quieren todos los actores!
-Sí, pero también te digo que a los malos los matan rápido (risas). Me dan “”los malos porque siempre he tenido claro que de un malo tengo que mostrar su peor veta ya eso es lo que va a hacer entender la historia y el personaje. Cuando te tocan personajes así eso, te rascas esa herida que te comenté antes y dices lo mismo: a ver a qué huele esto.
-¿Se da cuenta de que gente que no tenía ni idea de lo que es una depresión, una neurosis, una melancolía profunda (un término bastante suave para lo que le ocurre a Iván) llega a comprender perfectamente las características de esas enfermedades gracias a la obra? Porque muchos frivolizan con el término “depresión”, que es durísimo. Y, en cambio, a la salida de “Ivanoff”, somos capaces de decir: este infierno es el que viven a diario miles de personas y yo no he sido capaz de ponerme en su lugar jamás.
-Efectivamente. Creo que frivolizamos casi siempre con lo que desconocemos. Hay dos maneras de frivolizar: una para tomar distancia de algo que conocemos mucho y otra de algo que no conocemos absolutamente nada. Si tú has estado depresivo alguna vez, nunca frivolizas con la depresión. Pero si nunca has estado deprimido, seguramente no lo entiendas. Es muy difícil ponerse en lugar del enfermo mental.
-Hay algo muy curioso en vuestra interacción con el público. Cuando llegamos a La Casa de la Portera y les vemos en el despacho de Iván, nos entra pudor al estar tan cerca de los actores. Pero luego, deshacéis completamente ese pudor hasta el punto de que cuando Iván estalla y le dice a su mujer “tú te vas a morir”, la gente llora. Desbloquean la barrera más difícil de vencer: la del llanto en mujeres y hombres.
-Este es el triunfo de Ivánn, el porqué Iván triunfa de esta manera. No tenemos pudor cuando vemos un Telediario y lloramos en casa. Tenemos un pensamiento judeocristiano de muchos siglos que nos ha hecho pensar que el sufrimiento es la única manera de conseguir algo. Estamos en una sociedad donde es muy fácil decirle a alguien cosas bonitas o enseñar emociones como la risa pero nos ponemos muy pudorosos con sensaciones que no son ni más ni menos importantes como la tristeza o la pena y que la sociedad nos enseña a esconder. Ya sabes…”los chicos no lloran”, “no llores en público, qué van a pensar de ti”, “es mejor dar envidia que dar pena”…Por eso, cuando estás en una casa que no es la tuya, en una ficción y en un espacio que es un poco irreal donde no sabes muy bien que está pasando si es de verdad o no, si consigue tu cabeza entrar de verdad ahí… caen las barreras y empiezan a surgir emociones con el público. Porque nosotros también hemos entrado ahí y hemos jugado a romper esas barreras. Al público se le incluye desde el primer momento, es parte de la historia. Ese es uno de los motivos del éxito de Ivanoff.
-Veo que comprende lo que le ocurre a Iván y todo lo que le angustia… ¿Pero comprende esa falta total de empatía con cualquier ser humano que le rodea?
-¿Tú crees que Iván no empatiza con nadie? ¡Empatiza con todos!
-¡Pero le molestan!
-¡Porque no puede evitarlos! Pero… ¿por qué no estalla hasta el tercer acto? ¡Porque se pone constantemente en el lugar de todos los que tiene alrededor! Y porque llega un punto en el que dice: “si yo me estoy poniendo en vuestro lugar y os estoy diciendo que me concedáis un tiempo para “entenderme” porque no sé lo que me pasa… ¿Por qué no sois vosotros capaces de poneros en mi lugar?” Es muy dura la situación de Iván.
-¿Eso es empatizar o es que Iván peca de querer agradar a los demás?
-Yo creo que Iván está ya en un punto en que ya no quiere agradar a nadie. De hecho, pelea con Miguel, con su esposa, con su amigo, pelea con todo el mundo, no está “social”, él ha roto las barreras sociales. No se aguanta y se muestra tal y como es. Mucha gente dice: es un egoísta. Sí, pero es que posiblemente si le hubieran dejado vivir ese egoísmo, no acabaría como acaba.
-Creo que Iván está tan comido por la enfermedad que ya está despersonalizado: no alberga sentimientos ni buenos ni malos, incluido el egoísmo.
-Es que ni sabe lo que tiene ni sabe vivir. Y él es consciente de que eso. Pero lo gracioso es que el resto de personajes están tan enfermos como Iván, sólo que él es el único consciente de su mal. Fíjate de lo que está rodeado: un alcohólico, una mujer tacaña hasta la enfermedad, una idealista del amor activo…
-Magnífica la actuación, por cierto, de Cristina Alarcón, obsesionada con redimir a Iván a través del amor…
-Fíjate qué necesidad de redimir al enfermo… Pero ¿quién te ha dicho a ti que salves a nadie? Si yo quiero que me salves te lo pido, pero si no quiero que me salves, no lo hagas porque me hundes más. O la mujer de Iván, Ana, tan enferma. No sólo físicamente sino que es capaz de aguantar lo que sea al lado de su marido porque su propia vida no tiene salida. O el doctor, interpretado por ese gran Correcher, otro disparate mental.
-La segunda parte, que transcurre en el salón de los Leyva, va más allá de la crítica chejoviana a la burguesía. Y va más allá porque es muy actual. En ese salón no se habla de los problemas que tienen entre ellos. Las diferencias, las tragedias se enmudecen o se silencian a través de los chismes.
-Es como decir: “¡Vamos a hacer un Sálvame!” ¿Por qué funciona Sálvame, que más allá del contenido, es un formato impresionante, donde comen, hablan, lloran y discuten entre ellos en directo? Porque esto ha sido así desde que el mundo es mundo. Siempre hemos sido cotillas y es mucho más fácil poner el ojo en el vecino… Es que si miramos para adentro…Corremos el peligro de acabar como Iván. Mirar para adentro es muy duro. Bárbara y Sylvia parecen amigas pero no lo son; todos saben que Germán es alcohólico, pero nadie dice nada…Todos se critican a las espalda… Es la enfermedad de la burguesía. La grandeza de Chéjov consiste en que en dos horas resume a toda una sociedad. “Ivanov” no triunfa cuando la estrena Chejov porque en el siglo XIX, la lucha consistía en no morir en una fábrica por una jornada de 16 ó 18 horas de trabajo. No había tiempo para la neurosis, sólo para la supervivencia. Pero la burguesía ya empieza a adolecer de la depresión, aunque a las mujeres se las curara con laúdano y se volvían adictas y a los hombres se les curaba con amantes, para acabar, al final, aburriéndose de todo.
-¿Iván hubiera tenido un final distinto si hubiera vivido en este siglo?
-Quién sabe. Seguramente le hubieran puesto hasta arriba de Prozac o de Lexatin y hubiera sobrellevado mejor su problema…pero Iván está en un pozo tan oscuro que, de todas maneras, habría tardado más en tomar la decisión pero habría acabado igual .. De hecho, hoy por hoy, hay gente que acaba igual.
-¿Como Raúl Tejón opina que es más cobarde lo que ha hecho Iván o que es más cobarde seguir viviendo?
-Yo siempre he pensado que para hacer algo como lo que hace Iván hay que ser muy valiente. Coger un revólver, apretar un gatillo. Los intentos de suicidio que no llegan a ningún sitio casi siempre son llamadas de atención. El que tiene claro que se quiere suicidar, se va. Siempre defenderé la vida y creo que yo nunca llegaría a esa situación pero no puedo decir de esta agua no beberé. Y creo que Iván es un personaje muy valiente.
-Ya conoce las a las voces críticas de este país que vituperan a los actores que se pasan de la televisión al teatro. ¿No cree que hay un cierto purismo en ese tema como si todos los actores jóvenes que proceden de ese medio tuvieran que ser una Sarah Bernhardt, un Olivier?
-Yo creo que la TV está muy denostada y hacer televisión es muy difícil. Hacer una película al año con dos meses de ensayo y, posiblemente, trabajando con un coach otros dos, es maravilloso, pero yo quiero ver a mucha gente que critica a la pequeña pantalla levantándose a las seis de la mañana después de haberte acostado a las doce y tras haber estudiado dieciséis secuencias. Por favor, dejémonos de tonterías. Claro que es un producto hecho de manera diferente, pero no de peor calidad. He hecho tramas interesantísimas en ese medio y para mí han sido mucho más difíciles que hacer un Iván. Al final, he tenido dos meses de ensayo para la propuesta de Martret, pero cuando me dan un pederasta, violador de niñas retrasadas, menores de edad, lo he tenido que asumir en tres meses. Hay muy buena ficción en la televisión española pero nos acomplejamos porque no podemos hacerle competencia a la CBS o la HBO. Señores, tenemos un mercado mucho más pequeño, pero que vean “Anillos de oro”, “Segunda enseñanza” o “Turno de oficio”. Y eso por hablar de las antiguas, que siguen teniendo vigencia hoy día. Hacemos muy buena ficción, con medios más limitados, pero eso no significa que sea peor ficción.
-Tenemos poca ficción porque de los 58 rodajes de películas que se empezaron en el 2011 hemos pasado a 21 en 2012; los Ayuntamientos deben unos 70 millones de euros a los grupos musicales que han contratado; el presupuesto para teatro se reducirá en torno a un 20%; el de bibliotecas en un 60%. ¿Qué opina de esta situación que lleva a la UVI a la Cultura española?
-Si un país no apuesta por la Cultura ni la Educación está hipotecando su futuro. Tenemos el futuro hipotecado pero les hemos dado la mayoría absoluta y ha sido decisión nuestra, les hayamos votado o no. Porque si yo no les he votado, pero no he hecho lo suficiente para que mi amigo no les vote…también tengo parte de responsabilidad y tengo que aprender a gestionar esa responsabilidad. Creo que el problema no reside en que nos den o no subvenciones. A nosotros no nos las han dado y estamos haciendo “Ivanoff” y está siendo una locura. No pasa por subvencionar a cultura sólo. Esto tiene que pasar por un cambio de modelo en lo que queremos que sea nuestro país y tiene que ver con poner el ojo en el largo plazo porque si lo ponemos en el corto, eso es pan para hoy y hambre para mañana. El otro día leía un artículo que decía que un cerdo en un criadero tiene más espacio que un niño en un aula. Si queremos seguir produciendo porcino, estupendo, pero la cuestión es qué va a pasar cuando estos niños, que ahora tienen esos metros de menos, no puedan comprar ese porcino.
-¿Hay una cierta devaluación de la figura del artista?
-Sí, el manido “éstos que no trabajan”. Ya quisiéramos trabajar más. Siempre lo he dicho: este trabajo no es el andamio ni trabajar en una mina, pero es un trabajo muy duro, inestable, que no te da ninguna garantía, y encima te expone a la opinión de cualquiera, y eso no ocurre en otros trabajos. ¿Cuántas veces no hemos oído en la tele: “eso lo haría yo”? También está habiendo ya un cambio de paradigma de lo que es el actor y el artista: antes todo era una especie de batiburrillo, la farándula, un término usado despectivamente. Y yo no tengo nada que ver con un artista plástico, porque mi manera de expresar es diferente, pero tampoco tengo nada que ver con un cantante o con un tertuliano de televisión. Y, ojo, no los critico porque hay colaboradores estupendos. Pero parece que como ha habido una época en que igual podías ser presentador de un programa de entretenimiento y, al día siguiente, actor en una serie, a todos nos meten en el mismo saco y pareciera que todo es lo mismo. Pero no lo es.
-¿La renovación pasa también por los teatros públicos?
-Yo creo que sí, que los organismos públicos, al igual que la Administración en general, están anquilosados porque los proyectos son a largo plazo. Me ha dado mucha pena que se fuera Mario Gas del Español porque creo que estaba haciendo algo maravilloso respecto a otras épocas del Español. Pero después de tantos años, ya no tiene que demostrar nada. Ya demostrado que se pueden hacer musicales en un teatro, que se pueden hacer óperas como hizo en el Matadero, que se pueden traer a compañías extranjeras maravillosas, que hay sitio para todo y que hay otras maneras de mostrar. Pero sí creo que hay que renovar, por ejemplo en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Yo no he conseguido en dieciséis años de profesión hacer una prueba para la CNTC. Y, cuando hacen las pruebas, te meten en una base de datos. Creo que por ser, precisamente, teatros nacionales, deberían abrirse. Es lógico que cada director tenga sus actores con los que se entienden o con los que le es más fácil trabajar, pero tanto los teatros nacionales como los autonómicos o los municipales tendrían que dar la oportunidad a que hubiera más gente.
-¿Qué proyectos le esperan tras “Ivanoff”?
-Sigo intentando levantar mi proyecto de Italia, un “Bernarda Alba”, versión y adaptación mía al italiano, sólo con hombres. Ahora en Italia la cosa está mal y están al borde del rescate como nosotros, lo que pasa que su rescate va a ser todavía más caro y es difícil conseguir financiación. Allí las estructuras están todavía más anquilosadas que aquí… No sé si en Italia una Casa de la Portera podría existir, aunque quizá nos sorprenderíamos y la gente sí iría, aunque lo veo complicado. Peleo, sigo rodando “Inquilinos”, que es la serie que estamos haciendo por Internet desde hace un par de años y que tiene seguidores por todo el mundo. Espero el retorno de Iván, aunque ya hay ganas de vacaciones porque seis meses jugando al neurótico cansa.
-Desde el 27 de octubre, estáis de nuevo en Abades, 24. ¿Qué le diría a la gente que no ha ido a La Casa de la Portera todavía?
-Que es teatro hecho a pulmón y sin trampa ni cartón, sin red, somos trapecistas. Ni tenemos efectos ni artificios. No hay más que los cuerpos humanos y un texto de Chéjov que ya de por sí oírlo es una maravilla. Es un teatro muy de verdad, más allá de que los actores estemos más acertados o no porque la verdad y la mentira en la actuación es muy relativa.
CUESTIONARIO PROUST PARA ACTORES (Raúl Tejón)
– Idea perfecta de la felicidad para un actor.
– La posibilidad de que te dejen trabajar, más allá de que esté peor o mejor remunerado.
– Virtud y defecto que le gustan y le disgustan en un actor.
– ¿Un defecto? Que nos damos más importancia de la que tenemos, cuando no estamos operando a corazón abierto a nadie, cuando estamos haciendo algo para entretener a la gente. El objetivo es hacer pensar al público. ¿La virtud? Que somos entusiastas por naturaleza.
– Actor o actriz que más admiras.
– ¡Buf! No sé si Meryl Streep o Vivien Leigh…Y alguna española…Vicky Peña, dale lo que sea y lo convierte en algo maravillloso. Ella hace que un texto sea bueno. ¿ Actor? Julio Chávez. Es argentino. Es tremendo lo de ese hombre. A su lado, Marlon Brando es un aficionado. He visto muchas cosas suyas y siempre que lo he visto me parece brutal.
– Su mayor extravagancia como actor.
– ¡Puf! ¡Es que soy muy soso! Seguir soñando en que esto va a seguir adelante ya es una extravagancia.
– Estado mental ideal para interpretar a Iván.
– De relajación.
– Virtud y defecto de Iván.
– La virtud es que es un valiente y el defecto es que es un inconsciente…como todos los valientes.
– Dramaturgo favorito.
– (Duda) Si es contemporáneo, Kushner… Y si es clásico es que entre Shakespeare y Chéjov… no puedo decidir. Puede que yo sea un poquito más chejoviano .
– Un director con el que le gustaría trabajar.
– Hoy por hoy, con Miguel del Arco y con Mario Gas. Y no voy a decir ningún nombre extranjero porque aquí los tenemos buenísimos.
– Cuándo y dónde ha sido más feliz en tu carrera como actor.
– Ahora estoy viviendo un momento muy dulce, pero recuerdo una “Tempestad” que hice con Peris-Mencheta donde yo hacía el Caliban, la eclosión como un actor un poco más maduro. Ahí entendí la grandeza y la maravilla de un trabajo bien hecho y como eso modifica al que te va a ver.
– Si no hubiera sido actor…
– Seguramente, equivoqué mi vocación y si me hubiera dedicado al Derecho, lo hubiera hecho desde la docencia y la investigación. Aunque no me imagino siendo otra cosa que actor, trabajaría en algo manual, artesano, en algo que sea tangible. Lo cierto es que cuando se termina la función, aunque sea algo intangible, realmente queda un cuerpo, hay un entidad mesurable.
– En qué actor o actriz se rencarnaría.
– ¡En Brando! Qué talento, qué talento. Por “La Ley del silencio” o por “Un tranvía llamado deseo”. Fíjate si era guapo de joven, pero más que como icono sexual, él pasa a la Historia como un icono de la interpretación.
– Cine, teatro o televisión.
– Cualquiera que me permita contar una buena historia.
– Cuál considera que es su mayor logro.
– Llevar dieciséis años viviendo de esto.
– Su bien más preciado como actor.
– Cada vez más… La humildad. Si abordas un personaje desde la arrogancia, diciendo “esto yo sé cómo hacerlo”, vas a patinar. Y como cada personaje me resulta más difícil y cada vez tengo más conciencia de lo que tengo que transmitir y entender, intento no llegar a la parálisis por análisis, pero creo que cada vez soy más consciente de lo difícil que es hacer cualquier cosa, por lo pequeña que sea.
– Una superstición.
– No soy supersticioso pero juego a las supersticiones y sobre todo he jugado mucho con uno de los grandes de este país, que es Antonio Vico. Como buen comediante y de familia de comediante, él juega a las cábalas y yo le sigo: por ejemplo, no silbar en el camerino, porque si silbo tengo que salir y dar tres vueltas y decir un taco… ¡Me encanta hacerlo con él! Aparte de eso, ni entro con el pie derecho en el escenario ni tengo rituales para vestirme.
– Héroe o heroína de la vida real.
– Mi heroína es mi tía abuela Asunción. Una señora que, sin piernas, levantó a su familia entera. Una señora que perdió las piernas por ir al estraperlo e intentando que no mataran a su marido en una cárcel franquista. Si alguien puede echarle ese coraje a la vida… ¿por qué no se lo voy a echar yo? No estoy tal mal como ella.
– Un libro para acompañar una tarde después de ver Ivanoff.
– El complemento perfecto sería “Cien años de soledad”. Esa novela te enseña que no hay un final.
– Un poeta.
– Gil de Biedma.
– Una obra de arte.
– Cualquiera de las de Roc Alemanay. Ese perro con cuerpo de mujer es la imagen de Iván.
– Un color.
– Iván siempre va de negro pero le veo más azul claro.
– Se arrepiente de algo en su carrera como actor.
– No. He podido tomar mejores o peores decisiones, tener más o menos acierto pero lo que he hecho es lo que soy o lo que me ha traído hasta aquí con independencia de que haya llegado a mejor o peor puerto.
– Lema de Rául Tejón como actor.
– El de Rilke: “Nada de lo humano me es ajeno”. Conocer el alma humana es lo que a mí me mueve para hacer esto.
Cuando me despido de Raúl, bajando las escaleras de El Viajero, me vino a la cabeza una gran frase unamuniana. Me volví y se lo comenté al actor. “A propósito de la cita de Rilke que mencionas, ¿sabes qué tenía como mantra durante toda la función, una vez que conocí a Iván? Que él es “nada menos que todo un hombre”. Tejón sonríe y se marcha para los ensayos, solar, luminoso, un hombre emprendedor y creativo. Increíble que dentro lleve a ese “hijo” de telares negros, ahogado por la familia, al que el destino le impone la penitencia del vacío. No es la historia de “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” la que guarda en su interín, es el buen hacer de un teatro creíble, es la esencia de el ser intérprete en tiempos en que la autenticidad es el bien más reclamado. Es la magia del nuevo teatro, made in Madrid, made in La Casa de la Portera.
he, he, he esperem que ningfa es senti ofe8s jo diria que el pecntrtaege de merda e9s me9s o menys el mateix de sempre, el que passa e9s que actualment tenim moltes me9s eines per produir-ne: (de merda, semi-merda o quelcom diferent)