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Y su presencia arraiga en nosotros

Por José Ángel Barrueco

 

Todos los cuentos del mundo, Félix Romeo

Editorial Xordica, 2012

 

Es habitual que, tras la muerte de un escritor, se rebusque en sus archivos personales a la caza y captura de inéditos. A veces ese rastreo se salda con beneficios literarios, es decir, obras que merecen la pena, obras que necesitamos. En otras ocasiones el lector sabe que los gestores de los derechos del finado le han hecho un flaco favor al desenterrar textos que estaban mejor a la sombra. Éste no es el caso de los cuentos de Félix Romeo (1968 – 2011). Las historias reunidas no eran inéditas, sino que estaban dispersas en periódicos, antologías y revistas. Y, aunque lo fuesen, este volumen pertenecería al del primer ejemplo. Porque merece la pena. Y mucho.

Los editores de Xordica nos han hecho un regalo publicando estos relatos, unos diecisiete en total. Yo sólo había leído un par de ellos, y por esta ignorancia me he llevado gratas sorpresas: se agrupan aquí cuentos admirables que atrapan al lector en la primera línea. Los arranques de Félix son precisos, captan la atención y el interés de inmediato, como debe ser. Veamos algunos ejemplos:

Así empieza “Amor y explosivos plásticos”: Esta es una historia de amor. Aunque hay una pistola. Le pondré la pistola a Carmen en la cabeza y le diré que me diga que me quiere.

Y éste es el comienzo de “Después del día de los enamorados”: Esta historia dura bastantes años, sucede en varios países, pero se cuenta en veinticinco minutos, el tiempo de la comunicación en la cárcel, con mi padre.

O el de “La piscina”: Cuando compramos la casa, Marisa y yo bromeábamos con la posibilidad de encontrar un cadáver enterrado en alguna parte.

En Todos los besos del mundo (frase extraída de los correos electrónicos del autor) hay amores que perduran y amores que se marchitan, está presente la sombra del padre, hay pistolas y ajustes de cuentas con el pasado, a veces encontramos el relato con unas gotas de Raymond Carver (pienso en “Cigarrillos”), otras veces corroboramos que Félix era una enciclopedia literaria andante (ahí está “El hombre invisible y el zoo de los Bowles”), o paladeamos una historia deliciosa que habla de dos amores narrados con la simetría de quien sabe que cada relación es igual pero distinta (no se pierdan “Sonia y Natalia”, la semblanza de dos mujeres opuestas).

Incluso las historias más crudas desprenden cierta ternura. La ternura de Félix Romeo ya se intuía en su prosa. En cada uno de sus cuentos el narrador parece entrar despacio dentro de los lectores, como quien se cuela en una habitación en silencio y de puntillas, pero su presencia arraiga en nosotros: es precisamente ese andar sigiloso el que ha hecho de su obra lo que es, una sensible mezcla de memoria y de ficción en la que se dan la mano el pop y las pasiones literarias.

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