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Juan Gómez Bárcena: «La realidad es a menudo fantástica»

Por Care Santos.

Juan Gómez Bárcena debuta en el relato corto con un libro excepcional, Los que duermen (Salto de página), una colección de relatos plagados de ecos literarios que van de las crónicas de indias a los robots de Asimov. Lo legendario, el valor de la palabra, el papel de la memoria y el claro homenaje a algunos autores conviven en sus páginas, que destilan amor por la literatura y el pulso firme de un autor muy joven cuyo nombre se configura como uno de los claros exponentes de la literatura en castellano. Le hemos entrevistado la misma semana que comienza a hacerse cargo de la sección de cuento de Culturamas y nos ha contado su visión del género.

1.- Da la impresión leyendo su libro de cuentos de que su bagaje lector aborda todos los géneros: de Bernal Díaz del Castillo a Asimov. ¿Es así? ¿Qué tipo de lector cree que es?

Mi formación académica, y sobre todo mi curiosidad lectora, me han llevado a explorar muchos géneros, y mi libro es una buena muestra de ese interés disperso y tal vez un poco caótico. Los que duermen combina textos de diferentes géneros y tradiciones, desde crónicas y cuentos con sabor medieval hasta relatos de ciencia-ficción, y sin duda uno de los mayores retos al escribirlo ha sido conseguir que el lector lea el conjunto sin percibir discontinuidades ni rupturas. Porque de hecho no las hay; mis cuentos siempre abundan en las mismas obsesiones, por más que cambien los escenarios, los géneros o los protagonistas.

2.- Los relatos de Los que duermen pueden considerarse de género fantástico, aunque entendiendo esta clasificación en sentido amplio. ¿Qué es para usted, como escritor, lo fantástico?

Lo cierto es que hasta el momento de publicar Los que duermen no se me había ocurrido pensar que estuviera escribiendo un libro de género fantástico. Puedo estar de acuerdo en que lo sea, pero sólo si no entendemos el concepto como lo opuesto a lo real. Pienso por ejemplo en uno de los cuentos que podemos considerar más fantásticos del libro, La leyenda del rey Aktasar, donde se cuenta cómo cierto pueblo imaginario aprende a viajar en el tiempo mediante desplazamientos en el espacio. Años después de escribirlo, di por casualidad en cierto manual de Antropología con el caso de los hopi, una tribu amerindia que al igual que los protagonistas de mi cuento asimilan los conceptos de espacio y tiempo. ¿Deja de ser fantástico el relato a la luz de ese descubrimiento? No lo creo. Lo que creo es que la propia realidad es a menudo fantástica, y que la literatura es el vehículo apropiado para demostrarlo.

3.- La relación entre verdad-mentira subyace en todo el libro y llega a protagonizar varios cuentos. ¿Cuál es su relación con la mentira, cuando escribe?

Efectivamente me interesa mucho la relación entre verdad y mentira, o más exactamente, descubrir aquellos contextos en los que ambas se confunden; los momentos en que la ficción logra infiltrarse en la realidad hasta volverse indiscernibles. Decía Baudrillard que todo simulacro es en último término real, y retaba a quienes no estuvieran de acuerdo a “fingir” un secuestro o un robo y más tarde convencer a la policía de que se trataba sólo de una farsa. Pienso también en la tragedia de Chernobyl, paradójicamente acaecida por un error durante un simulacro de accidente nuclear.  Mi libro está también lleno de simulacros muy reales, desde un campo de concentración paradisíaco construido por Hitler para burlar las inspecciones de la Cruz Roja hasta una mujer que cada día inventa un pasado diferente para su madre con Alzheimer. Ése es, supongo, mi modo de relacionarme con la verdad y la mentira: suponer que entre ambas podría no existir de hecho ninguna diferencia.

4.-  Da la impresión, al leerle, de que hay una búsqueda de lo literario por encima del lenguaje audiovisual -o más cinematográfico- y en eso se desmarca claramente de muchos de los autores de su generación. ¿A qué autores, de su generación y de otras, le gusta considerar su familia literaria?

A menudo los miembros de una familia no se parecen demasiado: sólo están unidos por ciertos escenarios, ciertos afectos, cierta manera de estar o de vivir. Así sucede en mi familia literaria, dentro de la cual me gustaría contar con escritores de mi generación como Alejandro Zambra, Alberto Olmos, Óscar Esquivias, Andrés Barba, María Zaragoza, Juan Soto Ivars o Matías Candeira, por más que como digo seamos escritores muy diferentes y tal vez alguno de ellos se muestre disconforme –esperemos que no- por mi trato de familiaridad. A esta reunión improvisada invitaría también, puestos a pedir, a Borges, Fante, Bolaño o Ribeyro, aprovechando que no están en condiciones de declinar mi oferta. 

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