Ignacio F. Garmendia, Vandalia
«Creo que el tiempo del sectarismo no debe suscitar ninguna clase de nostalgia»
Entrevista a Ignacio F. Garmendia
Por Cristina Consuegra
La colección poética andaluza Vandalia, editada por la Fundación José Manuel Lara, acaba de celebrar su décimo aniversario. Vandalia cuenta con uno de los catálogos más eclécticos y sólidos del panorama editorial nacional, un catálogo cuyos responsables siempre se han preocupado por amueblar a base de miradas poéticas singulares y comprometidas con el ejercicio de la poesía, donde conviven las antologías generales, particulares y temáticas, y los poetas jóvenes y veteranos. En su haber, la colección cuenta con dos Premios Nacionales de Literatura, Julia Uceda y Juana Castro, y uno de la Crítica, Jacobo Cortines. Ignacio Garmendia, editor de la colección, es parte responsable de esta amalgama poética que sostiene la trayectoria de Vandalia.
Para poder hablar sobre estos diez años de la colección Vandalia, colección que pertenece al proyecto editorial de la Fundación José Manuel Lara, hay que echar la vista atrás, ¿cómo surge la colección? ¿Y cómo ha cambiado o mutado —en el caso de que lo haya hecho— esa idea primigenia con el transcurrir del tiempo?
La colección nació a propuesta de su director, el poeta sevillano Jacobo Cortines, cuando se puso en marcha la línea editorial de la Fundación Lara. En un principio se articuló en tres series —Senior, Maior y Nova— que debían recoger, respectivamente, las obras de autores fallecidos, las antologías retrospectivas de poetas consagrados o los títulos inéditos de poetas en activo, pero siempre nacidos en Andalucía. Con el tiempo, sin embargo, y por impulso de la directora de la Fundación, Ana Gavín, la colección se abrió al resto de España y los países de lengua española, pero sin abandonar la idea original de apostar por los autores andaluces, que de hecho han seguido y seguirán formando parte de su catálogo. Hablamos siempre de los siglos XX y XXI, que es el marco en que nos movemos desde el principio.
En la página web de la Fundación, con relación a la colección Vandalia, se puede leer que «persigue la difusión de la variedad y la riqueza de la poesía contemporánea, con una propuesta basada en criterios de calidad y sin omitir ninguna de las corrientes estéticas». ¿Qué línea de trabajo y criterios editoriales hay que llevar a cabo para alcanzar tal fin?
Basta con dejar aparte los gustos personales, con los que uno forma su biblioteca personal, para intentar abarcar el mayor número de líneas posibles, con el criterio de la calidad como único guía. A la hora de valorar esto último entran también criterios subjetivos, por supuesto, pero como tenemos asesores y amigos a los que escuchamos con atención y gratitud, el riesgo de arbitrariedad se reduce bastante. De todos modos, siempre he pensado que es posible —o al menos a mí no me cuesta trabajo— apreciar estéticas distintas o incluso enfrentadas, porque los buenos poetas siempre ofrecen algo aprovechable. Puede entenderse que los autores se agrupen en banderías, pero no que los lectores hagamos lo propio. Creo que el tiempo del sectarismo no debe suscitar ninguna clase de nostalgia.
Supongo que durante el recorrido de esta década, la colección habrá atravesado mejores y peores momentos. ¿Qué es lo que hace que siempre se siga adelante, creyendo en lo que se hace?
En general, el de la edición es un oficio laborioso y esforzado, pero vocacional, que necesita por supuesto del rigor y también del entusiasmo. De otro modo es improbable que uno pueda dedicarle, y además alegremente, todas las horas que necesita, muchas de las cuales se invierten además en tareas poco lucidas o casi invisibles. Si lo hubiera sabido antes, tal vez me habría dedicado a una profesión más confortable o menos esclava, pero el caso es que se disfruta, si no tiene uno mentalidad de oficinista ni está pendiente del reloj o del calendario. Todos los que trabajamos en la colección —y creo que la mayoría de los editores— compartimos este espíritu. Cuando te gustan los libros, es un placer hacerlos y esa recompensa no está pagada. Por otra parte, hay que agradecerle a la Fundación Lara que haya seguido y siga apostando por una línea editorial que no persigue la rentabilidad sino la excelencia, tanto más en los tiempos que vivimos.
De entre los títulos que conforman la magnífica colección Vandalia, ¿serías capaz de destacar un par de ellos y alegar las razones de tal selección?
Es difícil escoger, pero si tuviera que elegir sólo dos, entre los publicados últimamente, optaría por Las cosas se han roto, la maravillosa antología del ultraísmo preparada por Juan Manuel Bonet, y Un plural infinito de Rafael Pérez Estrada, al cuidado de Jesús Aguado. En el primero de los casos, porque era un libro absolutamente necesario y nadie mejor que Bonet, autor del benemérito Diccionario de las Vanguardias y máximo especialista en el periodo, podía acometer la tarea. En el segundo, porque Pérez Estrada ejemplifica a la perfección lo sucedido con autores muy valiosos que por azares editoriales o la heterodoxia de su propuesta —o ambas cosas, como le ocurrió al malagueño— no han logrado una repercusión acorde a la calidad de su obra. Pero hay muchos otros títulos, me parece, perdurables, empezando por el volumen de Julia Uceda que abrió la colección y supuso el rescate de una autora importante que hasta entonces no había traspasado los círculos minoritarios.
¿Qué te gustaría alcanzar, a nivel editorial, en los próximos diez años de la colección?
Es complicado proponerse grandes objetivos con una periodicidad de sólo tres o cuatro títulos al año, me bastaría con seguir una línea de continuidad y si acaso aumentar algo, cuando sea posible, el número de novedades. Pocos libros, pero bien elegidos y bien hechos, que sigan siendo leídos cuando termine el brevísimo recorrido por las librerías y puedan ser requeridos por los aficionados al género —unos pocos miles en España, para qué nos vamos a engañar— en el momento de su publicación o años después. De todos modos, tal como están las cosas, diez años son un plazo casi inconcebible y debemos poner las energías en los libros del curso siguiente, ir sumando títulos que merezcan la pena y trabajar como si el mundo —lo que no es descartable— se fuera a acabar mañana.
¿Qué sentido tiene, en este presente tan injusto y huidizo, publicar poesía? ¿Sigue siendo esa disciplina contestataria desde la que configurar una nueva realidad?
No calificaría la poesía como una disciplina contestataria. Aunque creo que es muy deseable mostrar una actitud de rebeldía —a lo Camus, porque la pose bolivariana me parece un fraude— en otros ámbitos de la vida, no sólo a la hora de defender el Estado de bienestar, como es obligado ahora, sino también en las numerosas ocasiones cotidianas en que debemos elegir entre comportarnos o no como personas honestas, por ejemplo pagando impuestos o plantando cara a los abusos o ayudando de verdad a quienes lo necesitan, la poesía no necesita de esa actitud para ejercer su influjo. El gran Virgilio, por poner un ejemplo inactual, no sólo no se enfrentó al poder sino que estaba a su servicio. Sí es cierto que la poesía configura una nueva realidad, y que esa nueva realidad se presenta a la vez como una fuente de placer y como una vía de conocimiento. Desde este punto de vista, publicar poesía tiene todo el sentido, pero sería buena señal que la lectura, en general, ganara nuevos adeptos, hasta aproximarnos a los niveles de las sociedades más cultas que son casi siempre —pero no siempre— las más libres.
Empleando una expresión coloquial, eres un espectador privilegiado del acontecer poético de nuestro país. ¿En qué momento se encuentra la poesía nacional?
Diría lo primero que cualquier lector puede mantenerse al tanto, si lo desea, aunque no tenga nada que ver con la edición, la literatura o el periodismo. Pero en todo caso creo que hay bastantes poetas buenos o muy buenos, de todas las generaciones, escribiendo y publicando en estos momentos. Probablemente los hay más que nunca, al contrario de lo que piensan los apocalípticos, pero es verdad que el número es lo de menos. También hay más editoriales especializadas que nunca, aunque el momento actual es delicado. Que luego haya más o menos lectores es algo que no cabe atribuir a nadie, ni para bien ni para mal, porque los hábitos personales son exclusiva responsabilidad de cada uno y va siendo hora de que nos olvidemos de las altas instancias para justificar nuestras limitaciones o carencias.
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