‘Día de mercado’, de James Sturm. La vida tejida en una alfombra
Por Rubén Varillas.
Hace ya unos años que la obra de James Sturm se viene publicando en nuestro país con cierta regularidad (Encima y debajo, El asombroso swing del Golem, etc.). Si de algo puede presumir el norteamericano, más allá de la calidad evidente de todas sus propuestas, es de la heterogeneidad de su trabajo: no hay campo temático que se le resista a este neoyorquino que se estrenó bajo el magisterio del mismísimo Art Spiegelman, como asistente de producción de esa revista de la alta cultura comicográfica que fue Raw.
En 2010, Astiberri publicó Día de mercado, uno de los mejores trabajos de James Sturm y quizás su obra más intimista y reflexiva. En ella, reflexiona sobre la naturaleza humana, los miedos que atenazan nuestra existencia y acerca de la ilusión, ese motor vital que alimentan las pequeñas esperanzas cotidianas. La acción se sitúa en una comunidad yiddish centroeuropea, un centro rural pretérito habitado por agricultores, mercaderes y artesanos judíos, que basan su existencia en la compraventa y el intercambio de bienes. Mendleman es uno de esos artesanos, dedica su vida a la elaboración de alfombras, que luego trasporta con su mula y vende cada día de mercado.
A través de la mirada de Mendleman, Sturm nos guía por un relato costumbrista construido alrededor de los tonos grises y ocres que visten sus viñetas del mismo color de la tierra, la madera y el frío otoñal. El lector se sumerge en el itinerario físico (y en el deambular interior) del artesano Mendleman, reconstruye con él los mil veces imaginados cuentos de la lechera y se deja llevar por las mismas desilusiones que a uno le atenazan cuando se da cuenta de que, en ocasiones, estamos expuestos a un progreso económico que no significa necesariamente una mejora en la vida de los individuos que lo sustentan (pruebas recientes nos sobran). La falta de autoestima, la dureza del medio rural y las cambiantes leyes de mercado minan la confianza de Mendleman y le provocan una bipolaridad emocional que Sturm consigue expresar en su relato de forma simbólica gracias al uso del color y a su talento como dibujante. Así, el humilde comerciante judío se debate entre la alegría racional de su futura paternidad y los delirios de grandeza artísticos de un tejedor de alfombras que interpreta su futuro y sus sueños a través de su ministerio. Con la misma presteza, Mendleman se desmorona cuando sus convicciones no se concretan según las expectativas que las alumbraban: “¡Con qué rapidez puede volverse nuestro mundo del revés! En apenas un instante, todo puede cambiar”.
El dibujo de Sturm se mueve en la estela de autores como Alex Toth o, más recientemente, de David Mazzucchelli, dibujantes que han cimentado el realismo exquisito de su dibujo en la economía de la línea, en el empleo de la mancha y el sombreado, y en la concisión expresiva dentro de la viñeta; mucho más que en el detallismo o la miniatura exhaustiva. James Sturm es un dibujante tremendamente dotado y maneja el color con maestría simbolista: su recreación escénica de los caminos, los bosques y las veredas que recorre Mendleman antes de llegar al mercado donde debe vender sus alfombras funcionan como un ejercicio de paisajismo poético y, al mismo tiempo, como un reloj dentro del relato. A través de sus paisajes desnudos, el autor marca los ritmos interiores de la narración. Recrea amaneceres rosados, ocasos cenicientos y noches que se ciernen amenazantes sobre los mismos espacios que unas horas antes aparecían desbordados por los gritos y la negociación de los bulliciosos comerciantes. Al hacerlo, el dibujante parece recrear, en un juego de espejos metaficcional, aquellos mismos paisajes que el alfombrero Mendleman intentaba captar con su tejedora: “¿Cuál es el momento exacto de la puesta de sol? De modo que hice una alfombra uniendo tejidos negros y púrpura. Cuando la luz se desvanecía lo suficiente como para no seguir distinguiendo la diferencia entre los dos colores, había comenzado el Sabbath y podían iniciarse las oraciones”.
Estrictamente hablando, Día de mercado no es una novedad, pero sí un gran cómic que merece mucha más atención de la que concitó en su día. Nunca es tarde para recuperar viñetas como éstas si la historia es buena, y en la de James Sturm se imbrican tantos hilos y temas como en la mejor de las alfombras. Les invitamos a que se paseen por ella.