La que nos espera (26)
Por Javier Lorenzo.
– ¿Usted cree que Cataluña es leal, señor?
He mirado a Roger como como si ante mí hubiera aparecido un perro verde.
– Tú no serás escocés, ¿verdad, Roger?
El muy ladino se ha encogido de hombros, ha sonreido misteriosamente y ha dejado la pregunta sin respuesta.
– Es sólo curiosidad, señor. Veo a todo el mundo muy soliviantado con este asunto y me gustaría contar con una opinión tan ponderada como la suya.
– Da la impresión de que me haces la pelota, pero en el fondo, felón, lo que tú quieres es que yo me meta en un jardín.
– Dios me libre, señor. Con lo bien que lo hace usted solito. Pero bueno, si no quiere o no se atreve…
– Y ahora me provocas, Roger. ¿Es que no eres capaz de limitarte a planchar mis camisas y prepararme la cena?
– Acabaría aburriéndose, el señor, no sé si lo sabe.
– Lo sé, bandido, lo sé. Así que te daré lo que me pides. La respuesta es que no. Que no es desleal. Tal vez carezca del sentido de la oportunidad, pero desleal, no.
– Me tranquiliza, el señor.
– No vayas tan rápido, mucamo. Desde mucho antes de los Reyes Católicos, siempre ha existido, digamos, un cierto desapego de la casta política catalana. Y no respecto a eso que hoy llamamos España, que entonces no existía, sino al poder en general. Eso fue lo que llevó a la nobleza catalana a abandonar a Ramón Berenguer IV frente al sitio de Tortosa, o a Jaime I en su conquista de Valencia. Y si eso lo hicieron con sus propios reyes, qué podía esperarse del futuro. Ese desapego fue, en definitiva, lo que condujo a cuantas revueltas y conflictos se produjeron en esa tierra. El resto lo ha hecho la ignorancia mutua.
– No sé si le entiendo, señor.
– Verás, Roger. No hace tantos años, los niños madrileños cantaban aquello de “baixant de la font del gat, una noia, una noia”, mientras que muchas catalanas tendían la ropa tarareando “La verbena de la Paloma”. No es que fueran unos lazos muy fuertes que digamos, pero al menos servían para no sentirse completamente extraños. En cambio, el otro día una concursante catalana perdió en un concurso televisivo nacional porque no supo quién era el autor de “La maja desnuda” mientras que si ahora se le preguntara a cualquier madrileño por lo que es “La Santa Espina”, posiblemente lo adjudicaría a la Semana Santa sevillana o algo similar. Sencillamente, la ignorancia de unos respecto a los otros ha conducido a la más absoluta de las incomprensiones, si no de las enemistades.
– Entonces coincide con el ministro: hay que españolizar a los niños catalanes.
– Esa es una torpeza indigna de un intelectual. Eso es situar “lo español” frente a “lo catalán” y, por lo tanto, alienta aún más las pretensiones de los independentistas.
– No sé si queda otro remedio que el de batirse en duelo, señor. ¿Usted no aceptaría el guante?
– Ya es tarde para aceptar el desafío, Roger. Al menos el de la opinión. ¿De qué sirve ahora recordar a insignes españoles como Agustina de Aragón, Luis de Requesens, o Prim, todos catalanes? ¿Cómo implicar a un pueblo en las heroicidades que en nombre de España hicieron sus antepasados sin que parezca otra imposición? ¿Es que acaso a alguien le puede importar, por ejemplo, que la actual frontera de Canadá con Alaska –en Nootka- se trazara en ese lugar porque en el siglo XVIII una compañía de voluntarios catalanes les dijo a los rusos que de ahí no pasaban? ¿O que entre los últimos de Baler –sí, los de Filipinas- hubiera un buen número de catalanes? ¿O que la bandera española, la peseta y mil casticismos más –desde la rumba hasta el término “gabacho”- tuvieran su origen en Cataluña?
– Ya sé que le gusta la Historia, señor, pero tampoco abuse.
– Tienes razón Roger. Hoy lo que se impone es “el sentimiento”. El concepto bajo el que todo se ampara. Pero lo cierto es que nadie nace con sentimientos de pertenencia a un lugar, un pueblo, a una identidad. Es la educación lo que ancla tus raíces en el suelo en el que vives. Y si esa educación está manipulada, o simplemente sesgada, y se administra durante treinta años en un solo sentido, buscando más la diferencia que los puntos en común, ocurren derivas como la que hoy vivimos. A ver, ¿tú sabes quién era Antonio de Bufarull? ¿No? Pues busca y empápate.
– ¿Ahora me va a poner deberes? ¿No sería mejor encontrar una solución?
– Malamente la habrá. Al menos, mientras los políticos de uno y otro signo sigan envenenando a los ciudadanos. Porque el agravio que puedan hoy sentir muchos catalanes no es inferior al hartazgo que sienten el resto de los españoles ante una confrontación que nunca acaba. Y así no se llega a ninguna parte, salvo al desastre. Posiblemente, si la próxima Diada se celebrara en Madrid, tendría mayor acogida aún que si se celebrara en Barcelona. Sólo que unos dirían que Cataluña no es España, mientras que otros gritarían “Spain is not Catalonia”. Como diría Muñoz Seca, en este caso “los extremeños se tocan”.
– ¿Va a meter la sexualidad de los extremeños en este embrollo, señor?
– ¡Serás frívolo y pazguato!
– No, señor. Lo menciono porque la columna le está quedando hoy muy seria y quería aportar un poco de chispa.
– La culpa es tuya, que has sacado el tema a relucir. Y si está saliendo muy seria, pues qué le vamos a hacer. No siempre vamos a estar tocando las castañuelas.
– Hombre, en ese caso yo podría acompañarle con la gaita.
– ¡Acabáramos! ¿Estas seguro, Roger, de que tú no eres escocés?