Celestina, del verbo «celestinear»
Por Beatriz Cobo Montejo
Atendamos a los siguientes titulares: “Investigan a una mujer que ofrecía a sus hijos por 300 euros para actos sexuales”; “Juicio contra diez acusados de prostituir a seis menores”; “Condenado a un año y medio de cárcel por bajar y distribuir un vídeo pedófilo”. Seguramente podríamos encontrar muchas noticias parecidas en la prensa de todo el mundo; no descubriremos ahora que la trata de blancas está a la orden del día, ni que el sexo es uno de los motores que domina la sociedad. Hace apenas unos días, la Policía Nacional desarticulaba una red de explotación sexual de mujeres, con cuarenta detenidos que regentaban las diversas casas de citas donde se producían los encuentros. Resulta fácil encontrar conexiones entre la historia que nos cuenta Fernando de Rojas en su Tragicomedia de Calisto y Melibea y la actualidad, ya que hechos similares se repiten a diario en nuestras ciudades, barrios y vecindarios: donde hay desigualdad y miseria, anidan la corrupción, la podredumbre del alma. Esta es la parte trágica. Pero hay también la parte cómica, pícara, que despierta la identificación, porque ¿quién no ha hecho alguna vez de Celestina –con la mejor de las intenciones–, o ha sido víctima o conocedor de alguna en su entorno cercano? Merced a este personaje clave de la literatura, el lenguaje popular ha asimilado el uso de la palabra “celestinear” en su sentido más amable: propiciar el encuentro amoroso, con cierta astucia, lo que debiera llamar más a la risa que a la gravedad del drama.
El último trabajo que pudo verse en Madrid del director Mariano de Paco, El Capricho soñado, fue una fresca visita teatralizada al encantador jardín histórico de la Alameda de Osuna, que hizo las delicias de los paseantes.
Con ese regusto en la memoria, y la curiosidad de ver cómo afronta este inmenso reto la veterana Gemma Cuervo, tras diez años sin prodigarse en la escena, nos acercamos a la Sala Guirau del Fernán Gómez. Desde aquella otra Celestina que interpretara Nuria Espert en 2004, dirigida por el prestigioso Robert Lepage en el Teatro Español, con esa circense y aparatosa escenografía, no se había vuelto a ver otra versión en Madrid con ciertas aspiraciones.
Y sin embargo. El ambiente miserable, decadente y sórdido que rodea a Celestina, putas y criados, es un factor crucial para la aparición del conflicto y la credibilidad de la empresa, pero en este montaje no encuentra signos que lo evidencien. Tan de moda últimamente las escenografías en blanco y los diseños minimalistas, pretendiendo una supuesta pulcritud que en este caso no favorece al texto, y que la mayoría de las veces, deja al elenco tan vendido, tan sin recursos que lo arropen, que es poco menos que imposible que acaben transmitiendo la más mínima emoción. Un espacio blanco y diáfano ni resulta más moderno, ni más limpio, ni acerca la obra al público actual.
El comercio sexual se presenta en la obra como la única garantía de futuro para estas gentes; las leyes que rigen su conducta moral dependen pues de que sus necesidades básicas estén cubiertas. Este cuadro de avaricia, lujuria y muerte del que más adelante bebiera Valle-Inclán, profundiza sobre la corrupción humana y la falta de escrúpulos. Pero no hay buenos ni malos, víctimas ni verdugos, sino, fundamentalmente, diferencia de clases sociales. El enamoramiento que experimentan los jóvenes ricos es recibido como buenaventura para los sirvientes, y la virginidad de la doncella confiere aún mayor valor al negocio. Lo que ha cambiado desde el siglo XVI a nuestros días es, sobre todo, el concepto moral del honor femenino. Pero no hay resquicios de lectura contemporánea en esta versión producida por Secuencia 3.
Los actores, más solventes cuanta más edad –y por tanto más tablas–, andan perdidos en un escenario enorme que sigue siendo más idóneo para espectáculos de danza. Gemma Cuervo recrea una Celestina elegante y carnal, a ratos forzada –como la escena en que teme por su vida antes de presentarse en casa de Melibea–, a ratos, con destellos brillantes, –como el “momento esputo” de la escena del conjuro, en que se apoya en la presencia cómplice de un diablillo imaginario que guía sus hechicerías desde su hombro. Cuervo salva, aporta matices y traspasa su amor por el texto y el personaje, pero se ve obligada a luchar con todos los elementos de un montaje sin propósito en su contra. Una pena, además, para los intérpretes más jóvenes, que en vez de lograr cierta proyección gracias a esta oportunidad, sólo consiguen querer ser olvidados.
En fin, confuso uso del espacio, vestuario-disfraz, música chirriante y lamentablemente utilizada, desarticulada composición, nula creación de atmósferas, incoherencias dramáticas en los focos de atención, en el movimiento escénico y en el modo de concebir las transiciones, momentos cómicos desaprovechados, ridículas soluciones para las escenas de muerte…, entre los muchos desaciertos. Incomprensiblemente, ningún elemento de significación casa con otro. Falta timón, rumbo y sentido, un camino claro por el que dejar peregrinar a la «puta vieja».
La Celestina
Lugar: Teatro Fernán Gómez. Centro de Arte – Sala Guirau
Fecha: Hasta el 28 de octubre de 2012
Horario: Martes a sábado, 20.00h; domingo, 19.00h
Precio: 20€; martes y miércoles, 16€; jueves (mayores de 65, carné joven y desempleados), 14€