Musicofobia
Musicofobia en el Festival de Música de Alicante 2012
Por José Miguel Ferrer Puche
Presidente de la Asociación Wagneriana de Alicante
Enviado especial al FMA 2012
Durante los últimos días del Festival de Música de Alicante hemos asistido a un programa, sobre todo el del viernes 28 de septiembre de 2012, a lo que no podía faltar en esta clase de aquelarres sobre “lo contemporáneo”. Ser pianista y extravagante animal escénico, junto a advenedizo de políticos, le ha valido al señor Carles Santos una carrera basada en escandalizar. Personalmente, a estas alturas ya del siglo XXI, me escandalizan mucho más los entresijos de la crisis económica, con sus aberraciones bancarias, que estos escándalos hechos a mano y a máquina, estos escándalos planificados, estos escándalos diseñados, a fin de cuentas, para llamar la atención y que ya no llaman la atención de nadie, solo la vergüenza de lo que se hace con el dinero público.
Durante el siglo XX llegó la hora de especular con todo, también con el arte. Carles Santos es el más claro ejemplo de lo que es hacer carrera a base de chupar la sangre a una estética exangüe, la de la especulación escénica y sonora. En una sociedad con una cultura musical en decadencia, era de esperar que el escándalo programado, que trabajar para el escándalo, tenía que dar algún fruto. Porque pretender crear belleza y codificar con sonidos la filosofía, el pensamiento o la pasión, valores que están garantizando la reutilización de la música de siglos anteriores, especialmente del XVIII y XIX, requieren verdadero talento musical, el que todos reconocemos, nos caiga mejor o peor este o aquel compositor. Esta absoluta carencia de ideas es lo que subyace tras la obra completa de Carles Santos. Una carrera diseñada para hacerse sobre la nada de nuestro tiempo. No hay que estar tan loco como se lo hace en escena, es solo un disfraz: porque para ser la proposición del PSPV como vocal del Consell de Cultura Valenciano hay que echar muchas horas “de partido”, no hay que estar loco. Hay que dedicarse en cuerpo y alma a quedar con unos y con otros, a fumar y beber mucho para maquinar toda la plataforma de influencias que lo convierten a uno en eso, un enchufado sin talento que termina por ser vocal del Consell de Cultura en el año 2012. Eso es signo de la profunda decadencia que sufre en muchos aspectos la sociedad moderna en general y en concreto la Comunidad Valenciana. Quizá debido a este gasto de energía que hace el señor Santos en política consigue estar enchufado en festivales en los que, precisamente por la falta de tiempo y talento, tiene que mostrar obras que no le interesan a nadie, salvo (quizá) a su ego, estupideces que solo suponen un insulto a los ciudadanos, a los contribuyentes, a los miembros de una sociedad maltratada por el despilfarro y la chorrada descabellada.
«Ser pianista y extravagante animal
escénico, junto a advenedizo de
políticos, le ha valido al señor
Carles Santos una carrera basada
en escandalizar (…)»
El espectáculo prestado por el señor Santos al festival alicantino era una estruendosa guerra contra la maquinaria de una fábrica de galletas desmantelada. Pistones, electroválvulas y motores de naves espaciales eran los buques insignia de la flota de ruidos. Desgraciadamente sin acabar lo que parecía proponerse, Carles se daba de testarazos contra un piano que sufrió en el proceso la pérdida de alguna de sus teclas. Lástima, que en lugar de las teclas no se rompiera otra cosa.
CaboSanRoque lleva diez años sacando música de instrumentos creados a partir de objetos tan variados y comunes como lavadoras, máquinas de coser, grapadoras, puertas chirriantes y demás, alguno de ellos encontrados en los mismos contenedores de basura de nuestras calles, y también sacando subvenciones para poder estrenar tan alucinantes elucubraciones sonoras, porque de lo contrario, ¿Cómo financiar semejantes esperpentos? Sólo con políticos; con mecenas como los Wesendonk, que pagaron muchos años de manutención y deudas a Wagner, logramos una obra como Tristán e Isolda, y benditos sean los Wesendonk con todos sus complejos de época… Pero para llevar adelante estos esperpentos contemporáneos la gente cultivada, con gusto, con conocimiento, no sirve: hacen falta nuestros maravillosos políticos de la cultura, esos hombres trajeados que se dedican a salir en los periódicos y soltar paridas como los caballos sueltan bostas.
Confrontar un instrumento tan noble como un piano, con un ingenio mecánico controlado por ordenador y exento de todo tipo de sensibilidad o sentimiento, me parece una nueva tontería sobre la que se podrían sacar variaciones sin fin, y estoy seguro de que Santos y los suyos, mientras tengan subvenciones para financiarlo, nos mostrarán esas variaciones. Como espectáculo, habría ganado más mostrando poco a poco los distintos instrumentos de la máquina, sin embargo, a solo un minuto del comienzo, esta se puso a rugir con fervor. No me extrañó que en el minuto dos se marcharan varias personas de la representación presas del pánico. Al final, máquinas que fabrican dinero, máquinas que pagan objetos y máquinas que nos hacen “música”, que se llama así solo porque ellos se empeñan en eso, porque eso ya no es música, sino ruido y, una vez más, bajo su capa de complejidad “teórica” la ocultación de un objetivo tan simple como lamentable: las ganas de un chico con complejos de llamar la atención en clase.
«(…) musikanten perdidos en busca
de sonidos sin significado, donde
nadie parece haber comprendido
el concepto de estructura, ni el de
profundidad, que nos deja como
desenlace un sabor agrio y los
tímpanos horrorizados y
profanados (…)»
Otro día también tuvimos en Alicante la oportunidad de escuchar al grupo de solistas del Ensemble Modern (EM) y obras de autores de finales del siglo XX y XXI. El grupo fue fundado en el año 1980 y están establecidos en Frankfurt; dicen que es uno de los más destacados grupos de cámara de Europa y en la actualidad consta de 19 solistas de ocho nacionalidades diferentes. Y precisamente y quizás aquí reside el problema, ¿qué significado tiene el término solistas? ¿Cuántos han de ser? A la vista de las obras programadas, vienen sólo ocho solistas de los diecinueve: los necesarios para piano (y clavecín), oboe, clarinete, trompa, trompeta, violín, viola y violonchelo. Un concierto de cámara que es más bien de “mini-cámara”: de sus seis piezas, una sola para cuatro intérpretes. Y de entre todas ellas, tan solo el trío para violín, trompa y piano del magistral György Ligeti, se salvó del abucheo. Como contrapunto a esta crónica trazar un recuerdo de este que es posiblemente el verdadero y más grande compositor del siglo XX. Ligeti no solo ha sido maestro en el desarrollo, la textura, la composición, sino que llevó la ampliación de los horizontes de la armonía a un mundo extraordinario, poético y lleno de descubrimientos. Si obviamos su sentido del humor, su “música pura”, su música de cámara, su obra vocal dedicada a las melodías que compusieron el tejido melódico tradicional de su tierra, nos sitúan ante lo inevitable: la plataforma del nacionalismo musical del que surge un compositor universal. Nadie puede colgarse en el pecho la medalla de “moderno” con más honor y dignidad que Ligeti, mientras que otros escandalizan con basura pagada con dinero público llevando la cultura al borde mismo de la extinción por aburrimiento, por falta de gusto, y ante todo, por falta de talento. Porque, como apuntaba, para que gente como Santos haga carrera con semejante bagaje sin valor alguno, es necesario estar enchufado, y el enchufe institucional en el mundo de la música clásica significa que esas atrocidades que nos hacen sonreír en el mejor de los casos, se hacen a costa de dejar en el olvido a quienes se toman la composición y la música como algo serio, poderoso, profundo y ligado a la humanidad.
«Ligeti no solo ha sido
maestro en el desarrollo,
la textura, la composición,
sino que llevó la ampliación
de los horizontes de la
armonía a un mundo
extraordinario (…)»
En resumen, este festival, que ha perdido por el camino las siglas de identidad y ha dejado de llamarse “contemporáneo”, ha sido el fiasco final, sin verdaderos compositores comprometidos con ideas, sino musikanten perdidos en busca de sonidos sin significado, donde nadie parece haber comprendido el concepto de estructura, ni el de profundidad, que nos deja como desenlace un sabor agrio y los tímpanos horrorizados y profanados por el estupor del ruido sin más. Se espera un cambio de rumbo y sobretodo “criterio profesional” y “conocimiento” por parte de quienes se gastan el dinero público en chorradas campestres como las que hemos tenido que soportar, con la penuria de que quienes lo organizan, posiblemente, consideran imbéciles a los oyentes. No todos lo somos… no conseguirán causarnos la musicofobia a quienes la amamos, la comprendemos y estamos preparados para distinguir al genio de la tomadura de pelo.