Tokio aún nos ama
Por Juan Carlos Vicente
Ocho escenas de Tokio, de Osamu Dazai.
Sajalín Editores S.L, 2012.
Leer este libro me ha traído visión de nieve y, en su brevedad, pequeñas tormentas interiores. A través de ocho relatos, uno de ellos más extenso que reúne pistas y pautas presentadas en los otros siete, viajamos por el corazón helado de Dazai mientras late en el Japón de las décadas de 1930 y 1940.
Hay una modernidad aplastante en la narración y el estilo, en el lenguaje y la precisión de este, una precisión cuántica que contrasta con el caos nihilista de la intimidad del autor. Sin embargo, no está exento de la tradición del país, del carácter entre temperamental y sumiso que nos aboca a la imposibilidad de encontrar un equilibrio fuera de esos límites. En todos los cuentos el conflicto interior es el protagonista, también la necesidad de escribir y los fantasmas del éxito, el alcohol, la política, el amor e, inevitablemente, la muerte.
Y hay poesía. Hay poesía allí dónde solo tiene cabida lo extremo y lo brutal, porque de otra manera sería imposible concebir la belleza, y la prosa de Dazai está llena de ella, en su sencillez y en su ritmo, en su propio, trágico, y anunciado final, quizás románticamente absurdo, pero que entronca con los principios de honor del Japón más tradicional.
Me pregunto, si no se hubiera suicidado (algo que llevaba anunciando años, insoportable la existencia cuando la necesidad de vivir es desplazada a los instantes, y estos, cada vez más, invadidos por una brevedad que desaparece y es insuficiente) si nos hubiera permitido ser observadores, o público silencioso, de un triunfo sobre sí mismo, o si tal vez se hubiera transformado en palabra hermética, prohibiendo su exposición para protegerse de un mundo que le dolía.
Nunca lo sabremos, pero nos queda su memoria, su obra, un legado tan breve como intenso. Nos queda su vida impresa en papel.