Festejo y naturaleza humana
Por Cristóbal Vergara Muñoz.
Durante el auge de la Ilustración, el hombre moderno intentó dedicarse a tratar de desterrar y disipar la superstición y la ignorancia potenciando las partes de la humanidad y de conocimiento humano pertenecientes a la racionalidad. Hoy, más de dos siglos después tenemos sentimientos encontrados con esta corriente y ese intento y vemos que si bien algunos de sus proyectos se han realizado, la gran mayoría de un modo u otro han terminado en el olvido.
El proyecto moderno en relación a la cuestión de la relación entre «festejo» y «tradición» origina, al subrayar las propiedas racionales del hombre, la disminución de valor -o directamente humillación- del sentimiento y la pasión. Dado este punto de vista y como reacción a ello, tenemos después la posmodernidad que aconteció durante el siglo XX hasta nuestros días. Como demostración de la ineludible necesidad de festejo del ser humano, nos encontramos cotidianamente con la clara respuesta: la inmensa abundancia de la “tradición” y la cultura popular dentro de la sociedad de masas unida a todo tipo de eventos que implican única y exclusivamente tanto el divertimento colectivo como el individual. No quiero hacer aquí una vindicación del hombre moderno ni tampoco una mofa o descalificación sino que simplemente pretendo señalar las carencias que el proyecto de la modernidad generaba respecto a esa lucha contra el «festejo» y las consecuencias que inevitablemente eso tenía. Cuando por ejemplo se propuso la idea del “calendario positivista” en el S. XIX se olvidó completamente el carácter ritual y originario de la función del propio calendario. En la modernidad, el proyecto ilustrado se olvidó, o más bien intentó eliminar algo tan natural y a lo que estamos tan acostumbrados que en general a todos nos resulta extraordinariamente normal, esto es: las ganas de fiesta.
Hoy día, pese a los profundos cambios tecnológicos, económicos y políticos que vivimos, el ansia humana de celebración y divertimento es ineludible aunque cada vez estemos más supeditados a la rentabilidad e instrumentalidad de todo. Puede llegar a ser un arma en manos del poder mas en absoluto es un elemento suprimible, como pretendía la modernidad. Quienes hoy detentan el poder lo saben sobradamente. A lo que nos lleva esto entonces es a plantearnos como tesis principal de esta reflexión que el ser humano de hoy es exactamente igual que -incluso- el ser humano de hace milenios porque sus necesidades son esencialmente las mismas.
Hasta los eventos que propiciaron la revolución francesa en 1789 el ser humano y, por tanto, sus sociedades, habían vivido regidos por la religión y la tradición a modo de única guía. El proyecto ilustrado de la modernidad proponía una cosa completamente diferente de la cual en cierta parte muy importante nosotros somos herederos. Esto era, hacer de la razón y del uso racional de nuestras capacidades y entendimiento nuestra guía fundamental como individuos y como civilización, relegando a un segundo plano lo no perteneciente a ésta. En ciertos ámbitos no nos cabe duda de que lo hemos conseguido. Nuestro mundo, y nosotros como especie somos completamente dependientes de las comodidades que por medio de la razón hemos creado y sin las cuales nos costaría enormemente reinventar nuestra existencia. Este hecho y los peligros que ello conlleva son por ejemplo expuestos por el filósofo de la escuela de Frankfurt Max Horkheimer en su conocida “Crítica de la razón instrumental”. Debido a esto, hemos de tener claro que somos herederos de la racionalidad, o al menos, de un tipo concreto de racionalidad.
Sin embargo, una y otra vez la modernidad, en su ansia por instituir la racionalidad -y por tanto la disciplina del derecho como modo de fundamentar la sociedad humana- y dejar atrás el enfoque religioso/tradicional olvidaba el poder de lo quizás más primigenio de la cultura humana: la fiesta y la celebración.
Recordemos por ejemplo culturas regidas por la oralidad. La educación se fundamenta en la tradición. La tradición es la guía de quiénes componen esa sociedad y aprender canciones y bailes es la educación basada en ejemplos de quienes todavía no conocen la escritura. Es por eso que el cante y el baile han sido siempre la base de toda cultura humana y a ello le acompañaba el ansia de diversión y jolgorio y esto; es común a todos los seres humanos desde hace milenios hasta hoy. Para una cultura premoderna, la celebración de una fiesta (y por tanto la realización de un acto religioso y ritual) estaba por encima y resultaba más importante que cualquier labor cotidiana enfocada a la utilidad, la eficiencia o el beneficio personal. Era un evento que paraliza una cultura y se sobrepone a los acontecimientos. La fiesta es por supuesto la manera por antonomasia de hacer comunidad y crear vínculos entre los individuos. En este sentido nosotros, ubicados en una sociedad como la occidental, estamos ante diversas problemáticas con esto. Si bien somos seres humanos y lo primigenio y originario de “las ganas de fiesta” o lo propiamente “festivo” se conservan entre nosotros (hay que tener en cuenta que lo que entendemos por “fiesta” o “festivo” es un concepto de grandísima amplitud) al igual que cualquier otra cultura muy distinta. Ejemplos fáciles de comparar en este caso son pensar en las ganas de festejo de un joven de nuestra cultura con el de cualquiera cultura indígena africana por ejemplo. Evidentemente las actividades realizadas y su origen pueden diferir entre poco y mucho en la comparación, pero la intención de diversión originaria es si no semejante, muy parecida. El problema, entre otros, al que una sociedad tan acelerada como la nuestra se enfrenta es que todo evento cultural ha sido relegado a un segundo plano en favor de la rentabilidad que podamos sacar de él. Así, el sistema político y económico ha convertido el tiempo de disfrute de la vida y de celebración de actos de la comunidad en tiempo de “ocio”. Concepto el cual, si indagamos un poco, va referido al descanso del trabajo alienante y enfocado al divertimento individual.
Como conclusión que quiero mencionar aquí es el error del proyecto ilustrado al no considerar este instinto tan básico y primitivo en toda su importancia. El “festejo” es sin duda una forma de juego, y la necesidad de diversión y de creación de comunidad es una necesidad primigenia del ser humano desde su origen. Recordemos entonces la advertencia que realizaba el conservador Joseph de Maistre a los revolucionarios franceses acerca de que era imposible que tratasen de constituir sociedad si eran incapaces de organizar una fiesta siquiera.
Hecho de menos, en el artículo, la Fiesta como negación de la norma social que rige a diario. En la sociedad administrada se acepta la laxitud de la norma administrativa durante los festejos. Es esta visión la que explica mejor el miedo de la razón a la fiesta.
Sin embargo, el movimiento dialéctico de la Fiesta se funda en la contradición de la misma Razón que por un lado promueve la fiesta libertina como solución al pudor del individuo en favor de la procreación (supervivencia de la especie), y por otro lado frena la fiesta como atentado a la norma que la misma razón establece para la sociedad que se debe autoconservar.
La sociedad siempre ha vivido esta tensión en la Fiesta