Boris Godunov en tiempos bajos
Por Eloy V. Palazón
El Teatro Real pone en cartel un gran estreno para abrir la temporada de ópera en escena: la versión completa del Boris Godunov de Musorgski y con la orquestación del propio compositor.
Además, es el estreno en España de la versión de 1872, a la que se ha incorporado la escena de la Catedral de San Basilio de la versión de 1869, lo que hace un total de diez escenas y cuatro horas de obra. El director musical, el de escena y su equipo eligieron conscientemente incorporar tanto la escena de la catedral de San Basilio como la de la revolución en la nueva representación de Boris Godunov en Madrid y, por lo tanto, representar las diez escenas que Musorgski escribió para la primera y la segunda versión. Se hace no sólo por razones musicales, dado que tanto la escena de San Basilio como la de Kromi son algunos de los coros más impresionantes de la historia de la música, sino también por razones escenográficas. Como ya escribió el musicólogo alemán Carl Dahlhaus, las rupturas, saltos y transiciones bruscas forman parte de la dramaturgia innovadora de Musorgski, por lo que le considera no sólo un precursor musical de Debussy o Messiaen, sino también de Brecht. Al representar ambas versiones, todo ello se hace visible y audible. Así se puede presentar un retrato mucho más polifacético y detallado del pueblo ruso, el gran protagonista en la segunda versión.
La dirección musical está a cargo de Hartmut Haenchen, ya conocido en el coliseo madrileño por esa maravillosa Lady Macbeth en Mtsensk de la temporada pasada; y la escénica, por Johan Simons. La escenografía nos traslada al patio, un poco herrumbroso, de algún edificio con un carácter comunista donde se mezcla la historia zarista con la comunista y la actual polémica con Pussy Riot –con las conocidas capuchas de este grupo punk-rock feminista. Una mezcla de sensaciones, sin duda. Al volver del descanso –después de casi dos horas de función–, el espectador se encuentra con un árbol genealógico proyectado sobre el telón donde se puede leer la lista de zares y presidentes de Rusia, queriendo mostrar, tanto en esa puesta en escena que atraviesa toda la historia del país como en la proyección, una idea de continuidad entre el pasado zarista, el régimen comunista y la actual “democracia” donde Putin es incontestable. No es casualidad que la obra de Pushkin termine con las siguientes palabras: “El pueblo permanece callado”, tal vez como permanece ahora, en la actualidad, con la dura represión por parte del gobierno ruso.
El reparto está integrado por voces notables: en el papel de Boris Godunov está Günther Groissböck, Grigori está interpretado por Michael König o Andrey Popov en el papel del idiota –uno de los papeles más complejos de la obra, si no a nivel vocal o interpretativo, sí por parte del espectador. Otras voces reseñables son las de Alexandra Kadurina en el papel del hijo de Boris, Alina Yarovaya en el de la hija, Stefan Margita haciendo de Chuiski o Julia Gertseva representando a Marina Mnishek.
Reseñable, sin duda, el papel del coro Intermezzo, titular del Teatro Real, que, como ha dicho Mortier, ha sido reducido a 80 cantantes, cuando lo ideal sería 100. Y magnífico el trabajo de los Pequeños Cantores de la JORCAM.
La versión que presenta el Real, la de 1872, supone una ampliación y adaptación de la primera al gusto operístico de la época, una fusión de elementos de la grand opéra histórica, el drame lyrique y el realismo ruso decimonónico. Si el Boris de 1869 concluía como una tragedia individual con la muerte del zar, el Boris de 1872 traslada el desenlace a una confrontación directa entre el pueblo ruso y la violencia de una institución arbitraria, en una escena muy diferenciada musicalmente.
Modest Musorgski basó su ópera histórica Boris Godunov en el drama homónimo de Aleksandr Pushkin, que relata el régimen del primer zar elegido de Rusia (1598-1605) y la llegada de su sucesor, el llamado falso Dimitri (1605-1606).
No son buenos tiempos para el Teatro Real, que ha tenido que regatearle al Ministerio el recorte de la subvención, que al final se ha quedado en un 30% menos cuando en un principio era del 50 %. Pero Gerard Mortier es optimista, siempre con la sonrisa en la cara, y esto en la semana en la que se ha conocido el mayor recorte en la historia a la cultura en España.