Alejandro Zambra: «Hay libros que es mejor no leer»
Por Care Santos.
Alejandro Zambra tiene fama de autor contenido, denso en su estudiada brevedad, sutil. Sus novelas son ejemplo muy celebrado de ello —Bonsai, Formas de volver a casa, La vida privada de los árboles. Como lector, en cambio, Zambra parece incontenible, desbordado, insaciable. Lo demuestra en No leer (Alpha Decay), recopilación de artículos en torno a la lectura, la escritura y el oficio literario, que garantiza al lector no sólo un catálogo de posibles lecturas en futuro, sino también un muestrario de los autores que conforman el universo literario de uno de los narradores más aclamados en habla hispana.
Pregunta: Supongo que sospecha que uno de los efectos secundarios de su No leer es, precisamente, leer. El lector se lanza a buscar los libros citados con urgente necesidad. ¿Lo pretendía?
Respuesta: Qué bien, esa pregunta me llena de alegría.
P: El libro arranca con lo que parece un ataque furibundo contra la lectura obligatoria en la escuela. Pero también parece que esa obligación dejó algo bueno. ¿Propondría otro método para acercar a los jóvenes a la lectura, que no fuera obligándoles a leer?
R: Claro. La verdad es que leí, por obligación, muy buenos libros. Y además yo era muy nerd. Y lo sigo siendo. El otro día me emocionó encontrar, por ejemplo, en las estanterías de la editorial Alpha Decay, las obras completas de Benito Pérez Galdós. Creo que estaban al lado de Tao Lin o de Micah P. Hinson o de Fabián Casas. En fin, me pareció emocionante.
No creo que haya un método para incentivar la lectura. Me gustan algunas de las bibliotecas de ahora, que te permiten hojear los libros, leer fragmentos. Yo recuerdo que el bibliotecario era una autoridad y le temíamos: nunca hablaba más de lo necesario, nunca reía y era inflexible con las multas. Ahora me parece que se impone la figura del bibliotecario buena onda, divertido, deportivo, permisivo. Por otra parte, no creo que haya que leer cualquier cosa. Hay libros que es mejor no leer. Hay gente hermosa y noble que no lee nada y otras personas terribles que se pasan la vida leyendo.
P: Como escritor, a menudo se le califica de sutil, pausado, reflexivo, detallista y comprometido. ¿Le sirven al lector los mismos adjetivos o buscamos otros nuevos?
R: No sabría contestar esa pregunta sin hacer un par de chistes malos o quizás más bien tristes.
P: ¿Escribimos aquello que nos gustaría leer pero nadie ha escrito todavía?
R: Sí y no. Me gusta esa idea, que apunta a la originalidad, pero también en el sentido borgeano —no podríamos no ser originales, estamos condenados a repetir inexactamente a los demás. Pero en otro sentido, pienso que escribimos sin nunca pesar del todo el posible valor de nuestras frases.
P: Dice usted en No leer: «Aunque escribo libros, siempre me asombra que la gente escriba libros». ¿Tiene alguna teoría acerca de por qué usted escribe libros?
R: Tengo muchas, no todas realmente confesables. La más básica: necesidad de expresión. O porque otros escribieron y yo leí y a veces creo que de algún modo hay que pagar esa deuda. Pero pienso que es sobre todo la compañía que se da cuando escribes un libro. No sé si uno es el acompañante o el acompañado, pero me gusta ese vínculo. Menos mal que no me preguntaste por qué publico los libros que escribo, esa pregunta sí que sería difícil de responder.
P:¿Qué es lo último que ha releído?
R: Lo último que releí fue Una biblioteca de verano, de Mary Ann Clark Bremer, publicado por Periférica. En realidad lo leí por la mañana y lo releí de inmediato esta tarde.