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La inocencia del Haiku

 

La inocencia del Haiku

Selección de poetas japoneses menores de 12 años. Compilador: Vicente Haya.

 

Vaso roto, Madrid, 2012

 

Por Ricardo Martínez

 

        El haiku es lo inmediato y, a la vez, lo mediato. Lo inmediato en cuanto a que una voz, un gesto, una imagen suscitan ( o pueden sugerir) una imagen más completa, un sentimiento más hondo, una percepción de la realidad con mayor significación. Y de ahí su condición de mediato, esto es, no es por sí lo que se tiene delante lo que compone el poema, sino cuanto evoca.

 

        El haiku  tiene, a la vez, la brillantez (y la exigencia) de la brevedad. El canon ha sido establecido en la poesía japonesa prácticamente desde el siglo XVII: tres versos de cinco, siete y cinco sílabas. Y así ha de caber todo. De ahí ha de nacer la visión más delicada, el sentimiento más profundo, la idea de trascendencia más elaborada: “Pacto de meñiques/ ¡Qué fríos están los dedos!/ La lluvia de otoño”.

 

        No siempre, tal es la tendencia actual, se cumple el canon formal del número de sílabas, lo mismo que no siempre –aunque tiende a ser así-  lo observado por el poeta, lo que sugiere el pensamiento o visión o sentimiento suele ser la Naturaleza, la vida de la naturaleza, si bien suele tender a respetarse este ‘principio’: “La flor de hósenka/ de pronto estalla:/ la semilla negra”.

 

        El haiku es poesía pero acaso debamos considerar que es algo más, por cuanto su contenido espiritual es manifiesto desde su origen. Su nutriente le viene de toda la riqueza de la filosofía oriental, estando vinculado muy directamente a la fisolofía Zen. Es, pues, un ejemplo, una representación poética, pero también una forma de pensar, una postura espiritual.

 

        Es de señalar que no es una forma literaria frecuente en la cultura occidental. Su influencia llegó, sobre todo, a través de la cultura francesa y la ocasión se dio cuando desde aquí se reparó en la iconografía y los ideogramas japoneses, allá por la segunda mitad del siglo XIX. Pero actualmente sí es casi frecuente encontrar textos de haikus en nuestra cultura, lo que exhibe, para el perceptor atento, la diferencia esencial en cuanto a la percepción sensible entre Oriente y Occidente, la adopción vinculante que se establece con la belleza, con el sentido de armonía. “Chove para que eu soñé” escribió Novoneira en su lengua natal un día, para destacar la influencia de su paisaje natal en su corazón.

 

        En este libro, la autoría de los niños como poetas otorga, si cabe, mayor sensibilidad al texto y, por extensión, a la lectura.

 

 

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