El farsante feliz
Por Ricardo Martínez.
El farsante feliz (Un cuento de hadas para hombres cansados). Max Beerbohm. Acantilado, Barcelona, 2012.
Lord George Hell sí estaba cansado cuando la flecha de Cupido, representado en un enano teatral, traspasó el sensible corazón del noble. Hasta ese momento su vida había sido un ejemplo de travesuras morales y argucias en el juego “Basta que sepan que era voraz, destructivo y rebelde (…) Sus camaradas le eran ya indiferentes, igual que su propio cinismo y su desdén, la materia prima de su existencia”
Pero he aquí que, una vez más, el Amor ha de venir a redimir al pecador, y esta vez la causante es la joven y agraciada Jenny Mere, debutante en la opereta ‘La hermosa de Samarcanda’ que se representaba en el Garble’s, a donde el lord asistía como espectador. Transido de amor, a ella se dirige del siguiente modo: “Señorita le ruego que escuche mis pobres palabras y no me condene a abandonar su Belleza, su Genio y su Virtud” La joven, no obstante, azorada le responde: “Solo a ese hombre cuyo rostro sea tan maravillosos como el de os santos, sólo a él podré entregarle mi verdadero amor”
Como quiera que los rasgos del lord no se correspondian con tal modelo, encargó una máscara, que se le adaptó a la perfección y que contenía esas cualidades requeridas por Jenny. Por eso, estando ambos un día a una y otra orilla de un riachuelo, Cupido volvió a ejercer su función; esta vez en ella (que ahora quedó seducida por la belleza que representaba la máscara) y allí unieron su amor con alegría y ternura.
Él, con el tiempo, enamorado y arrepentido, donó todos sus bienes a obras benéficas o resarció a aquellos que había engañado, pero había aún dos obstáculos que salvar: el uno el engaño que ejercía la máscara y que no podría ser eterno; el otro el despecho de su antigua amante, una italiana, ‘la Gamboi’, que descubrió su argucia. Un día “se abalanzó sobre él como una pantera, arañándole la cera de las mejillas” a fin de arrancarle la máscara y así poner de manifiesto su embuste ante su joven amada.
Pero he aquí que éste es un cuento de hadas, así que había de vencer la fuerza del amor. Desprovisto el lord de su rostro artificial por efecto del ataque, miró, asustado, a los ojos de su amada, más he aquí que “en la superficie opalina de éstos vio el diminuto reflejo de su propio rostro” Y el milagro fue que se le hizo propio el rostro con el que se había pretendido ocultar, algo que Jenny celebra diciendo: “tu rostro es aún más amable, más puro incluso, que la máscara que lo escondía y que me engañaba”
¡Ay, Amor, siempre presto al rescate!