El camino de Santiago
Por Ricardo Martínez.
El camino de Santiago. Walter Starkie. Cálamo, Palencia, 2012.
Hay un pasaje en este libro, delicioso por tantos motivos, que me ha llamado especialmente la atención y que, a mi entender, señala el verdadero objeto y destino de todo camino: el de la asistencia al viajero, el de la generosidad, el de la implícita propiciación del caminar al hombre que es, o quiere ser, libre. Es en el punto en que hace referencia a los gitanos y dice: “Los gitanos, como peregrinos, encontraron al principio en Europa todas las puertas abiertas, porque eran mirados como hombres y mujeres sagrados a quienes había que ayudar a cumplir su penitencia, porque los cristianos caritativos estaban obligados a facilitar el camino a cuantos emprendían el largo viaje a Compostela, proporcionándoles toda la ayuda necesaria”
Así pues, redención para el pecador y redención también para aquel que propicia su posible redención haciéndole más llevadero el camino. Un gesto cultural, pues es bien sabido que los pueblos nómadas tienen como prioridad la acogida al viajero. Un gesto cultural que aúna pueblos y gentes distintos, pues la solidaridad ha sido, sin duda, el primer principio democrático practicado por aquellos que creen en el hombre y valoran su libre albedrío. “Quien viaja (quien camina) añade algo de valor a su vida”, dice el adagio árabe.
El libro es doblemente delicioso porque a una prosa de una rara belleza, de un equllibrio solo atribuible a un hombre curioso, inteligente y culto como es Starkie, se une la riqueza múltiple de lugares, de anécdotas, de reflexiones. Todo ello aderezado por una sutil ironía, por una presencia constante, como guiño intelectual, de sentido del humor.
Alguien ha dicho, por otra parte, que el Camino por excelencia, el camino de Santiago (tan responsable de la idea de Europa como cultura y civilización, como principio de identidad) ha de hacerse sólo. Con ello se propicia la necesaria soledad de aquel que pretende estar a bien consigo y con Dios (o su sentido de la trascendencia) y con el otro, a sabiendas de que éste es el que le aporte el camino en su discurrir: nuevas amistades, nuevos matices del conocimiento…
Una lectura, pues, tan recomendable como necesaria en tiempos en que el grupo parece querer dominar (y en ello domeñar) cualquier voluntad individual: la que propicia la curiosidad y la reflexión, la que otorga valor al sentido de trascendencia, la que nos hace libres. Eso sí, siempre a expensas de los pequeños avatares que pueda propiciarnos la propia naturaleza: “Saqué mi violín y toqué una jota para los circunstantes. El vino reanimó mi corazón, pero no me dio nuevas piernas; a decir verdad, mis piernas eran las única parte de mi cuerpo a la que le faltaba seguridad…”
Ya ha aparecido el Códice Calixtino después de su absurdo y trágico robo. Este libro también, de alguna manera, le rememora.