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“JOSÉ GARCÍA”, DE JORDI COROMINAS (Barataria, 2012)



por Fernando Clemot

Podríamos resumir en una palabra el libro: intensidad.

“José García” (Barataria, 2012) de Jordi Corominas es un cúmulo de intensidades tras un esquema narrativo complejo, con cinco capítulos independientos o relatos, ya que cualquiera de las dos opciones (novela o libro de relatos) resulta válida para el conjunto. En este sentido recuerda su estructura a algunos de los mejores libros de relatos recientes, muchos de ellos con una estructura episódica muy parecida al de este “José García”. Estamos viviendo sin duda un buen momento para este género mestizo entre el cuento y la novela y la aparición de este libro abunda en esta línea y la enriquece con matices novedosos y sugestivos.

Si tratáramos sobre pintura estaríamos hablando de la técnica del “dripping” y no estaría mal nombrar a este formato así. Cada episodio mancha al otro, recorre a su vez como un brochazo toda la obra, la llena de significación. De una u otra manera cada uno de los episodios o relatos impregnan al siguiente y van manchando a un lado y a otro con dos ejes únicos y múltiples a la vez: la muerte accidental de dos personas con el mismo nombre, José García, y la presencia, casi como un personaje más, del barrio de Gràcia dominando toda la escena.

La imagen de una fatalidad, la muerte de dos personas que no se conocían, será un eje que irá desapareciendo y emergiendo dentro de un hervidero de idas y venidas, de personajes que se descuelgan, que se mueven como títeres dominados por un extraño “fatum” en mitad de un escenario que no pueden llegar a abarcar. El barrio de Gràcia es, en este sentido, una probeta, una reproducción a escala del mundo, de lo aleatorio, de todos los factores de la vida.

Corominas recorre este ámbito con una voz narrativa omnisciente, curiosa, que observa, lo banal, lo rutinario, con una mirada voraz. En este aspecto “José García” se emparenta con buena parte de la producción del autor en poesía y en narrativa en lengua catalana, en especial con el poemario “Paseos simultáneos” (Vitrubio, 2011) con el que mayor afinidad le une.

Dentro del libro, pleno de velocidad narrativa, nos encontramos con todos los tonos: lo sencillo y popular, también con lo bello e importante, situaciones y pensamientos que se cruzan igual que lo hacen los personajes del libro. Todos los personajes hablan por sí mismo pero todos parecen hacerlo con una misma voz, en un mismo tono. Vagabundean dirigidos por pasiones o por escuálidos objetivos vitales. La tercera persona los desnuda, es una voz omnívora que abandona a los personajes dirigiéndolos hacia un destino fiero, al horror o con suerte a un futuro que difícilmente podrá colmar sus expectativas.

El libro está lleno también de pequeñas intrahistorias, de guiños furtivos, de rupturas continuas del ritmo cuando el lenguaje se engalana o se trivializa. En este apartado la ejecutoria de Corominas es irreprochable. Sólo cuando dominas bien el lenguaje y el “tempo” te puedes dar el lujo de llenarlo de acelerones y frenazos como él lo hace.

Dentro del libro aparece con frecuencia el que podemos llamar “tema italiano”, elemento que cobra fuerza al centrarse en el asesinato de Aldo Moro, hecho clave en la historia contemporánea italiana (el centro sobre el que gravita también una de las mejores novelas de la reciente generación TQ, “El tiempo material”, de Giorgio Vasta), aunque también son importantes otros sucesos no tan recientes pero igualmente sugestivos como el encierro de Casanova en la cárcel de los Plomos. La historia y la vida diaria de nuestro vecinísimo país salpican casi todas las partes del libro con fuerza y autenticidad. Este gusto por la historia de Italia, tan tortuosa y difícil como la nuestra, hace un efecto de espejo, como si la realidad del país trasalpino fuera una forma de ver la realidad más próxima distorsionada, como Max Estrella reflejado en los espejos del callejón del Gato.

Todos estos factores nos sitúan ante una obra brillante, extrema y coherente a la vez.

Del “José García” de Corominas extraemos uno de los mejores valores de la buena literatura: convertir lo cotidiano en épica, comprender que la mejor de las historias la podemos encontrar en un bar, en un semáforo, bajo las persianas de un videoclub cerrado.

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