La ciudad de los constructores de violines
La ciudad de los constructores de violines
Henrik Nordbrandt
Por Ariadna G. García
La editorial Vaso roto, nacida en 2004, se ha ganado un puesto de honor en nuestro panorama literario gracias a la publicación de poetas nacionales (Clara Janés, Jesús Aguado…) y a la traducción de encomiables autores extranjeros (desde el ruso Ossip Mandelstam a la libanesa Joumana Haddad). Su papel de intercesora entre culturas, al margen de los catálogos de las editoriales ya consagradas, cobra un protagonismo mayor ahora que ha desaparecido DVD. Entre las obras que propone a sus lectores se encuentra esta edición bilingüe de La ciudad de los constructores de violines firmada por un danés, Henrik Nordbrandt, de corazón mediterráneo. No se trata del primer artista nórdico que vive más a gusto en el Sur. El director de cine Aki Kaurismäki, oriundo de Finlandia, lleva veinte años residiendo en la vecina Portugal. En su libro, por tanto, escasean las referencias a mares congelados o a carreteras sepultadas bajo la nieve. Su iconografía es otra. Bebe de la pintura de Sandro Botticelli, de la filosofía de Platón, o de la historia de Egipto, razones por las que su lírica resulta muy cercana.
En este poemario, Nordbrandt reflexiona sobre los ciclos de vida y muerte; ansia, posesión y melancolía. El sujeto que enuncia no puede eludir el giro de ambas norias, vive con la certeza de que la realidad es transitoria, se colma y se vacía a cada instante. Por ello, unas veces su voz se eleva por el mundo, y nos describe una ciudad anodina y común, provista de correos u oficinas; y otras, bucea a través de los símbolos en el misterio que existe al otro lado, invisible para aquellos se sacian su deseo de lo real. Él no.
El tablero donde se libra este continuo combate entre el nacimiento y la destrucción, es el afectivo. Las relaciones amorosas carecen de proyecto, apenas se conquista a una mujer ya se la pierde. El protagonista, pues, reside en el intervalo entre dos romances. Así, pasa las horas intentando enterrar un amor (“Una orquesta de cuerda tocaba día y noche/ para hacerme olvidar tu risa”) o tramando el asedio de otro (“Si pudiera capturarla le arrancaría la ropa…y le diría ¡quédate conmigo!”). El miedo al cambio impide al protagonista tanto entregarse a alguien (“Yo nunca he amado”) como aceptar el regalo de otra vida en la suya (“cómo puedo saber que era precisamente ella/ cuando todo lo que recuerdo son las circunstancias,/ la ropa interior, el río…cada cosa que vemos no es más/ que una miserable imitación/ que nos impide ver la cosa real”). Al fondo de los textos suena Rilke.
No existe remedio para esta insatisfacción constante, de signo romántico. La voz que enuncia acepta su destino, lo exige, incluso: “El que quiera enderezarme, tiene primero que hacerme pedazos” (Fruta). Sin embargo, hay un antídoto que puede contrarrestar los efectos de la desposesión física y psicológica de los bosques, la ciudad y sus gentes: la escritura. En los poemas se mantiene el mundo intacto, como si sus elementos fuesen las piezas de un museo: “Hay días en soy incapaz de elegir/ pero estoy ahí sonriente y sacudido por un llanto contenido/ con la sensación de pertenecer a una familia de piedra/ que ha sobrevivido al tiempo y la tierra gracias a un solo deseo:/ la capacidad de resistir/ y mostrar lo que ha pasado de largo, las procesiones de payasos/ y de soldados, los numerosos entierros, las muchas penas, la multitud de flores y frutas/ la casualidad en todo esto, y el terrible orden” (Riviera).
Poemario trascendente, hondo y lírico, La ciudad de los constructores de violines contiene algunos textos que los buenos lectores de poesía no se deben perder. A los nombrados, añadan Lo que el viento se llevó, el texto que da título al libro, Viareggio, El otro lado, Camaiore y el espléndido Bab-i Saadet.
¿Quién no comparte esa angustia por la extinción cuando las ciudades se transforman a diario, pierden su fisionomía, sus rasgos únicos, concretos y se estandarizan? ¿Cuando familiares y amigos, de repente, preparan sus maletas y se van? ¿Cuando el puesto de trabajo, hoy más que nunca, tiene la misma consistencia que los sueños? Henrik Nordbrandt da nombre a nuestras dudas, y consciente de que “todo está en movimiento” tutea a la emperatriz que nos gobierna a todos: la nostalgia.