La sombra de la sirena
La sombra de la sirena. Camila Läckberg. Editorial Maeva. 440 pp. 20 €.
Prólogo
Sabía que, tarde o temprano, todo volvería a salir a la luz. Era imposible ocultar algo así. Cada palabra lo había ido acercando a lo innombrable, a lo terrible. A aquello que tantos años llevaba tratando de reprimir.
Ya no podía seguir huyendo. Notó que el aire de la mañana le inundaba los pulmones mientras caminaba tan rápido como podía. El corazón le bombeaba en el pecho. No quería ir, pero tenía que hacerlo. De modo que decidió dejarlo al arbitrio del azar. Si se encontraba allí a alguien, se lo contaría. De lo contrario, seguiría su camino hacia el trabajo como si nada hubiese ocurrido.
Pero, cuando llamó, le abrieron la puerta. Entró y entornó los ojos ante la luz sucia del interior. Quien tenía delante no era la persona que él esperaba encontrar. Era otra.
La larga melena de la mujer se balanceaba rítmicamente por su espalda mientras él la seguía a la habitación contigua. Empezó a hablar, hizo preguntas. Las ideas rondaban la cabeza como un torbellino. Nada era lo que parecía. No estaba bien y, aun así, era lo correcto.
Enmudeció de repente. Algo lo había alcanzado en el diafragma con tal fuerza que le partió en dos las palabras. Miró hacia abajo. Vio manar la sangre mientras el cuchillo se deslizaba saliendo despacio de la herida. Luego, otra cuchillada, más dolor. Y aquel objeto afilado que se le movía por dentro.
Comprendió que ya había pasado todo. Que terminaría allí, aunque aún le quedaba tanto por hacer, por ver, por vivir. Al mismo tiempo, aquello entrañaba cierta proporción de justicia. No se había ganado la buena vida que había disfrutado. No después de lo que hizo.
Cuando el dolor le adormeció todos los sentidos, llegó el agua. El movimiento sinuoso de un barco. Y, cuando el agua fría lo rodeó, dejó de sentir por completo.
Lo último que recordaba era su pelo. Largo, oscuro.
I
– ¡Pero si ya han pasado tres meses! ¿Cómo es que no lo encontráis?
Patrick Hedström observaba a la mujer que tenía delante. Se la veía más cansada y mustia cada vez que pasaba por allí. Y acudía a la comisaría de Tanumshede todas las semanas. Todos los miércoles. Desde un día de principios de noviembre en que desapareció su marido.
– Hacemos todo lo que está en nuestra mano, Cia. Ya lo sabes.
La mujer asintió sin pronunciar palabra. Le temblaban las manos levemente en el regazo. Luego lo miró con los ojos llenos de lágrimas. No era la primera vez que Patrik presenciaba aquella escena.
– No volverá, ¿verdad que no? – Ahora que solo le temblaban las manos, sino también la voz, y Patrik tuvo que combatir el impulso de levantarse, bordear la mesa y abrazar a aquella mujer tan frágil. Tenía la obligación de comportarse de un modo profesional, aunque tuviera que ir en contra de su instinto protector. Reflexionó sobre cómo debía de responderle. Finalmente, respiró hondo, y dijo:
– No, no creo que vuelva.
La mujer no hizo más preguntas, pero Patrik se dio cuenta de que sus palabras no habían hecho más que confirmar lo que Cia Kjellner ya sabía. Su marido no volvería a casa jamás. El 3 de noviembre, Magnus se levantó a las seis y media, se duchó, se vistió, se despidió de sus dos hijos y luego de su mujer. Poco después de las ocho, lo vieron salir de casa para ir al trabajo en Tunumsfönster. A partir de ahí, nadie sabía dónde se había metido. No se presentó en la casa del compañero que lo llevaría en coche al trabajo. En algún punto del trayecto entre su casa, situada en la zona próxima al estadio deportivo, y la casa del compañero, junto al campo de minigolf de Fjällbacka, Magnus había desaparecido.
Había repasado toda su vida. Habían enviado una orden de búsqueda, habían hablado con más de cincuenta personas, tanto del trabajo como familiares y amigos. Buscaron deudas de las que hubiese querido huir, amantes, desfalcos en su lugar de trabajo, cualquier cosa que pudiera explicar que un hombre formal de cuarenta años, con dos hijos adolescentes, desapareciera un día así, de improviso. Pero nada. No había datos que indicasen que se hubiese marchado al extranjero, y tampoco habían sacado dinero de la cuenta que tenía con su mujer. Magnus Kjellner se había convertido en un espectro.
Cuando Patrik hubo acompañado a Cia a la salida, llamó discretamente a la puerta de Paula Morales.
– Adelante.- Se oyó enseguida la voz de su colega, y Patrik entró y cerró la puerta tras de sí.
– ¿Otra vez la mujer?
– Sí- respondió Patrik tomando asiento en la silla, frente a Paula. Puso los pies en la mesa pero, ante la mirada iracunda de su colega, se apresuró a bajarlos otra vez.
– ¿Crees que está muerto?
– Sí, eso me temo -admitió Patrik. Por primera vez, manifestó en voz alta el temor que había albergado desde los primeros días de la desaparición de Magnus-. Lo hemos revisado todo y el hombre no tenía ninguna de las razones habituales para desaparecer por voluntad propia. Todo parece indicar que, sencillamente, salió de casa y luego…¡se esfumó!
(…)