Amor, muerte, vida eterna y conservadurismo
Por José Miguel Ferrer Puche.
Bayreuth, además de ser el templo de la música wagneriana por excelencia, sorprende siempre a propios y extraños. Y no por su majestuosidad o poderío, tan propios de las partituras del «más alemán de los compositores». Al contrario: fuentes rococó, jardines y juegos de agua en el Parque Eremitage, adornan y secundan los sobrios edificios de la administración y las mansiones patricias. Fue la condesa Guillermina, quien llevó el arte rococó a la Alta Franconia. En 1732, arquitectos y jardineros convirtieron los campos circundantes del “Palacio Nuevo”, en el sueño de una Bayreuth inigualable.
La primera vez que tenemos conocimiento de cuándo Wagner empezó a concebir Tristan und Isolde, la encontramos en una carta a Liszt, fechada el 16 de diciembre de 1854. Y no fue hasta el 28 de abril de 1857 que Wagner se trasladó al Asilo -la casa de campo cercana a Zurich que le había proporcionado Otto Wesendonck-. Allí fue donde, el 9 de agosto, interrumpió el trabajo en Siegfried para dedicarse a Tristán, cuyo boceto en prosa comenzó el 20 de agosto. Su aventura amorosa con Mathilde Wesendonck y la negativa de Breitkopfund Härtel a publicar El Anillo, influyeron de manera clara en su dedicación a componer la obra. Y así empezó todo, así empezó la creación de la obra de amor más pura y desgarradora jamás compuesta.
Hoy, 26 de julio de 2012, la representación de Tristan und Isolde fue dirigida escénicamente por Christoph Marthaler, mientras que la orquesta y el coro fueron dirigidos por Peter Schneider. La quinta reposición de Schneider -recordemos que hubo otras en 2006, 2008, 2009 y 2011-, parece estar más motivada por un problema de presupuesto y de querer asegurar, dándonos lo que ya todos conocemos, que por otros motivos más artísticos. Algo que contrasta con los altos precios que se pagan por asistir a estos eventos en Bayreuth, y con el tiempo que normalmente casi todos los mortales tenemos que esperar para asistir a ellos, en ocasiones más de 7 años. Es innegable que esperamos no solo lo mismo, ni tampoco más, esperamos lo mejor.
Vamos a la representación: el deterioro y hundimiento progresivo que presenta el decorado que es barco, castillo y refugio final de Tristán, refleja el sentido de pérdida irremisible que experimentan los protagonistas de esta gran historia de amor.
La soprano Iréne Theorin interpretó el papel de Isolda al lado del tenor Robert Dean Smith, que hizo de Tristán. La evolución de Iréne en su papel a lo largo del tiempo, con su voz teatral, llena y poderosa, hicieron que el Liebestod final -ese momento en que Isolda abandona la vida mientras entona la muy conocida y bella Muerte de Amor-, adquiera una dimensión dramática portentosa. Nos acercamos a Astrid Varnay, a la que tampoco podemos olvidar en esta ocasión, una soprano de carácter muy fuerte, que interpretó en múltiples ocasiones casi todos los roles femeninos del catálogo de Wagner, ya fuera rayando la perfección como Isolda, haciendo de Senta, de soprano como Elsa, Kundry, Brunilda, etcétera.
Robert Dean Smith en su papel de Tristán viene a ser un segundo toque de impersonalidad y conservadurismo, otra apuesta por lo “seguro”, una apuesta aversiva, sin pasión ni emoción. No es que tuviera un mal día, es que tuvo un día más, quizás condicionado por un contratiempo vocal en el ensayo general, lo cual además, le hizo parecer demasiado inquieto y tenso. Eso sí, su sólida técnica, hace que pase por el tercer acto casi como al principio de la obra. El público, que entendió la siempre elevadísima dificultad del papel de Tristán para cualquier tenor, aplaudió su actuación.
Otros intérpretes fueron: Kwangchul Youn (bajo), el cual no es un rey Marke profundo, pero responde de manera segura y magnífica a la figura del rey abatido, haciendo del gran monólogo del segundo acto, cátedra; Jukka Rasilainen (bajo barítono), que hizo un terrible Kurwenal; Ralf Lukas (bajo barítono), desconcertante, menos correcto que por costumbre; Michelle Breedt (mezzosoprano), que en la Bragnäne hizo un trabajo muy musical pero en ocasiones algo estridente; y el eterno trío de secundarios formado por Clemens Bieber (tenor), Arnold Bezuyen (tenor) y Martin Snell (bajo), que estuvieron correctísimos.
Marthaler y Anna Viebrok presentaron un Tristan und Isolde minimalista en el más estricto sentido del término, inspirado en las técnicas teatrales de Samuel Beckett o en la gramática de Chomsky. Anna incide dentro de la escenografía y del vestuario, en una estética cotidiana que refleja el dudoso gusto de la sociedad que nos envuelve. Ambos fueron masivamente abucheados por el público, en llamativo contraste con los vítores a los solistas. Las referencias al tiempo son escasas y no converge con la expresión física del amor. La pareja Tristán e Isolda, faltos de fuerza y emotividad, no llegan a tocarse, ni siquiera a acariciarse cual enamorados. No devoran los escasos momentos que comparten a solas en el escenario, cantan el deseo del uno hacia el otro a metros de distancia y siempre mirando al público, un público que no llora ni siente. Ni tan siquiera reaccionan a la muerte del amado. Triste, muy triste, quizá más que la misma obra en sí, pero con mucha menos carga dramática y sentimental.
Antes del último compás, el público empieza a aplaudir. Esto a Thielemann o a Barenboim difícilmente imagino que les ocurra, pero al maestro Schneider sí. ¿Falta de respeto? ¿O más bien le están pidiendo al maestro Schneider unas merecidas vacaciones? Ni todo es el éxito que nos quieren hacer creer que es con los aplausos y bravos, ni la educación y el respeto son lo que eran, ni en Bayreuth ni en ningún lugar.
Se esperan restructuraciones en Bayreuth para celebrar el bicentenario del nacimiento de Wagner, aumentando sus zonas peatonales y reformando hasta la mismísima Wahnfried, casa en cuya parte posterior se encuentra la tumba de Wagner. Esperemos que esas reformas contribuyan a la permanencia en el tiempo de sus estructuras y casas, y lamentamos la construcción de esas nuevas zonas peatonales, pues difícilmente podrán no enturbiar las imágenes que todos los que hemos estado allí conservamos en nuestras retinas.
Jose Miguel Ferrer Puche es Presidente de la Asociación Wagneriana de Alicante