Estampas egipcias
Por Ariadna G. García.
Estampas egipcias. José Maria Eça de Queirós. Impedimenta.
Pocos libros hay en el mercado que sean tan oportunos e interesantes como esta colección de crónicas del periodista luso Eça de Queirós. Este conjunto de ensayos y relatos, de clara inspiración romántica, no sólo sobresalen por su ambientación exótica, oriental, sino que son necesarios para comprender qué está pasando hoy en el Oriente Medio.
Eça de Queirós estuvo en Egipto en 1869 por motivos de la inauguración del Canal de Suez. Sus impresiones del viaje fueron publicadas al año siguiente por el Diario de noticias. La obra se ajusta al gusto de los lectores del siglo XIX por la cultura árabe y la estampa costumbrista. Las descripciones de las ciudades de Alejandría y El Cairo son excepcionales. El autor, desde la distancia, se dirige a los cinco sentidos de sus conciudadanos portugueses. Las continuas referencias al esplendor faraónico de Egipto y a las Mil y una noches embriagan a una comunidad lectora ávida de fantasías y de misterios.
No obstante, este color local pronto se convierte en testimonio del violento contraste entre el antiguo Egipto y el moderno. La llegada de la industria modifica el paisaje. Así, la legendaria ciudad de Alejandría se ha convertido en un lugar sin alma. Su colosal biblioteca y sus jardines han sido remplazados por casinos, bancos y hoteles. Por su parte, el tórrido destierro dibuja una naturaleza exuberante, indómita, que el hombre de finales de centuria pretende doblegar con su tecnología. El canal artificial de Suez, que une el mar Rojo con el Mediterráneo, representa esta subordinación del medio a los intereses económicos de la raza humana.
Queirós, por tanto, fusiona en sus artículos el caudal romántico con el modernista. Su obra constituye un fértil delta donde crecen a un tiempo la imaginación y la denuncia.
Es precisamente la crítica al feroz capitalismo europeo, que extiende sus tentáculos a Oriente, la que convierte el libro en un manual imprescindible para entender el fondo de la Primavera árabe. Eça de Queirós, con su fina ironía, responsabiliza a Francia e Inglaterra del endeudamiento egipcio a finales del siglo XIX. Las obras del Canal, subvencionadas por la segunda para favorecer el comercio con la India, pusieron al país al borde de la ruina. Denada sirvió la revolución democrática que lideró Arabi Pachá, pues las potencias de Europa prefirieron en el poder al jedive, que gobernaba en Egipto a golpe de látigo. Todo intento de reforma, de mejora de las condiciones del campesinado (mano de obra barata, injuriada, explotada) se calificó en Occidente de sublevación anárquica en contra el Estado. Con esta excusa, Inglaterra alineó sus acorazados frente a las playas de Alejandría. Sólo unas horas después, bombardeó la ciudad y puso a Egipto bajo su protectorado. ¿No es esta misma hipocresía occidental la que aplaudió la dictadura de Sadam Husein en Irak? ¿Y no es la misma que durante treinta años aprobó la dictadura de Hosni Mubarak? Egipto, hasta el año 2006, que alcanzó su pico de extracción, era uno de los países exportadores de petróleo más importantes del mundo. Mientras una minoría local amasaba dinero y las empresas extranjeras sacaban las divisas, el pueblo se moría de hambre. Hubo que esperar al 25 de enero de 2011, en que la ciudadanía tomó la plaza Tahrir, para que Egipto, al fin, clamase por su democracia e independencia.
Las Estampas egipcias critican la ambición de Europa, su lucha sin cuartel por los recursos de países feudales. Se trata de un libro valiente y visionario. Si en 1869 Europa se congratulaba de la apertura del canal de Suez y enviaba al Mediterráneo decenas de buques (franceses, italianos, españoles, británicos, armenios y griegos) para celebrar la obra a cañonazos, pese a la represión en que vivía el pueblo egipcio, en 2022 docenas de políticos se agolparán en los palcos magníficos, suntuosos, de los estadios de Qatar con la hipócrita intención de rendir pleitesía al principal exportador de gas natural del mundo, mientras que los cataríes viven bajo las órdenes de su emir, carecen de constitución, y la policía prueba la dureza de sus látigos en las espaldas de los homosexuales.
Para lectores exquisitos, que gusten de la belleza del lenguaje (formidable la traducción de Martín López-Vega) y del compromiso de las ideas.