Serie Directores de Cortos: 4- Gerardo Herrero
Por Rubén Romero Sánchez
Cuando apago la grabadora, Gerardo Herrero (Oviedo, 1979) y yo continuamos hablando de cine durante mucho tiempo. Al llegar a casa no recuerdo qué cosas se han registrado y qué cosas permanecerán en mi memoria sin poder escribirlas porque no retuve sus palabras exactas. Escucho la conversación y sólo oigo a un cineasta apasionado por su trabajo que no duda en asumir riesgos, más difíciles en cada corto que rueda, como si en ello residiera la redención del artista que lo es porque necesita contar historias que conmuevan.
Tras el éxito de Pic-nic, en el que narra la historia de una mujer que lleva a la muerte a todos los miembros de su familia por un irónico error, Gerardo Herrero ha rodado The Acrobat, con el que recientemente ha conseguido uno de los premios Telemadrid/La Otra en la 14ª Semana del Cortometraje de la Comunidad de Madrid. En él, Herrero reflexiona, utilizando como marco el suicidio del personaje protagonista, sobre las elecciones que hacemos en nuestra vida y las consecuencias que tienen, sobre la entrega incondicional a una pasión, sobre las segundas oportunidades.
Cine poético, de inabarcable plasticidad, de profundidad literaria, de futuro.
– ¿Cómo surge la decisión de contar historias mediante el cine?
– Desde pequeño me ha gustado mucho dibujar, con doce años dibujaba cómics. En mi tiempo libre veía muchas pelis, y un día ves una peli de la que te enamoras, porque siempre hay una o dos pelis que te impactan. Tienen que ver mucho posteriormente con el concepto que tú tendrás de hacer cine. Piensas que te gustaría hacer eso, que esa es tu inspiración. Luego no llegas, claro, porque normalmente son pelis enormes. Me pasó con Apocalypse Now, que la vi de pequeño y no me gustó nada. Luego la redescubrí con trece años y su arranque me pareció flipante; es contar mediante imágenes una historia, con el sonido… Es cine en estado puro. Me gustaba mucho Coppola, que se basaba mucho en el cine mudo y coge referencias de ese cine. También me impactó La semilla del diablo de Polanski. Y a partir de ahí te lanzas. Coges una cámara de vídeo y te pones a probar cosas. Yo, que soy de Asturias, me vine a Madrid y me metí en la escuela de cine, en la que fue muy difícil entrar y de la que fue muy fácil salir: me echaron, luego repetí, es una historia muy larga.
– Del blanco al negro es un corto que hiciste allí, en la escuela.
– Sí, yo tengo una relación de amor y odio con ese corto, porque lo hice como un homenaje a Hitchcock, y hacer un homenaje a Hitchcock es muy peligroso. Los medios que tienes en la escuela son limitados. Yo quería hacer un ejercicio de estilo, pero fue un ejercicio de estilo limitado.
– Los giros del guión de ese corto son totalmente hitchcokianos.
– Sí, el guión tiene un punto de muchas cosas de pelis de Hitchcock. Esto está muy bien visto en las escuelas de cine. Si dices que homenajeas a Hitchcock, ¿qué te van a decir los profesores? Pues que genial. Pero claro, luego tienes que cumplir la expectativa. Y en mi opinión eso no me ocurrió. Y eso está en el germen de Pic-nic. Me dije que cuando me metiera en otra historia me tenía que lanzar a saco y no tener miedo. Por eso Pic-nic, que lo hice con mis reglas: probé a rodar con un bebé, con bombas… Fue como lanzarme a propulsión a hacer algo. Y esa es la mejor filosofía que puedes tener: hacer algo como si fuera tu último proyecto. Si no pones toda la carne en el asador, malo.
– En Pic-nic ruedas en exteriores, con niños y con animales salvajes. Justo lo que no se debería hacer al principio.
– Pic-nic era imposible hacerlo en la escuela de cine. Con esto no quiero decir nada malo de la escuela; yo creo que las limitaciones son necesarias para los cineastas. Yo creo que con ese corto he iniciado una filosofía de plantearme retos, como escalar una montaña cada vez más alta. Cuando te planteas esos retos y los superas sientes más satisfacción que cuando eres más conservador. En Del blanco al negro me pasó eso.
– En Pic-nic se pueden ver muchas cosas. Una de ellas es que todos nuestros actos tendrán consecuencias para nosotros u otras personas.
– Ese era para mí el arco dramático para la protagonista. Ese tipo de ironías me encantan: haces todo lo posible por salvar a alguien, pero haciéndolo lo llevas a la destrucción total. Lo más curioso de Pic-nic es que, aunque parece una obra muy intelectual, no nació así. Yo lo que quería hacer era una historia de terror. ¿Cuáles son mis historias de terror favoritas? Alien me encanta. Me planteé hacer algo tipo Alien, donde los personajes fueran muriendo uno a uno, y de pronto se me ocurrió la idea de hacerlo en un bosque. Pero no quería irme al género, así que haciendo unos planteamientos más realistas y leyendo unos libros de Joe Sacco, que es un dibujante que habla sobre las guerras de Bosnia, de pronto saltó la idea: un campo de minas. Y a partir de ahí fui tejiendo la historia. Pero no me apetecía hacer algo de fantasmas o una monster movie. Me apetecía hacer algo real, que es mucho más terrorífico. De hecho, Pic-nic ha estado en muchos festivales de terror, incluso ha ganado premios. Demuestra que el terror puede mostrarse de muchas maneras; aunque más que terror es horror.
– Es casi una actualización de lo que los griegos llamaban «ironía trágica». Nos damos cuenta cuando la protagonista ve el espejo. Se da cuenta de que su familia ha muerto por un error suyo de apreciación.
– Claro. Yo creo que ese es el punto. En lugar de obtener una reacción sorpresa al final, que la tienes, yo quería darle más al dramatismo. Había gente que me preguntaba cuando escribía el guión si iba a morir ella. Pero no, ella tiene que vivir, y eso es lo mejor. Me parece terrorífico, y en ese sentido la historia funciona muy bien. Yo escribí Pic-nic en verano, hace 4 o 5 años. Yo pensaba que no gustaría mucho, y menos aún en España. Era una época en la que se premiaban mucho los cortos blancos, cortos con buenas intenciones, cortos con niños. Y yo con mi corto, donde encima me cargo a niños, a un bebé… Pero me apetecía contar esa historia. Y hay mucha gente a la que le encanta el corto y mucha gente que lo odia.
– Iván Ruiz Flores me decía el otro día que la gente soporta cualquier violencia en la tele o en el cine excepto la violencia que puede ser real.
– Claro, es como la vida misma. A mí me gusta que la gente reaccione así ante la muerte de casi todos los personajes, y me parece lo más interesante de Pic-nic, que la gente se posicione.
– Pic-nic es un corto muy premiado. ¿Cómo se enfrenta uno a otro corto tras las expectativas que ha levantado?
– Cuando empecé a escribir el siguiente corto, había gente que me decía: «¿y ahora a cuántos vamos a matar?». Pero es que no se trata de matar a gente por matar, ni de hacer algo igual. Me apetecía hacer algo diferente, algo en otra onda, no desde el punto de vista formal, porque Pic-nic y The acrobat tienen cosas en común; pero yo creo que era importante que en el fondo, en lo que expresase, hubiese diferencias. Pic-nic es género, y después me apeteció hacer algo más de reflexión, reflexión sobre mi vida y otras cosas personales. Lo que pasa es que me metí en un berenjenal muy heavy, porque ha sido un rodaje muy complicado, porque no tenía dónde agarrarme. En Pic-nic te agarras al género, pero en The acrobat no. Tenía una historia que era barro puro. Era reflexionar sobre lo que pasaba en la cabeza de una suicida; luego eso lo impregnas con tus propias vivencias, pero cuando vas por la mitad tus vivencias son otras, y eso a la hora de escribir la historia afecta. Veremos cómo funciona The acrobat en los festivales. Pic-nic ha tenido mucho éxito, y cuando te enfrentas a algo nuevo te planteas si haces una cosa diferente o haces lo mismo. Lo importante es hacer lo que te salga de dentro y tirar adelante con ello.
– El rodaje de The acrobat duró doce días.
– Sí. Yo quise trabajar sobre la figura de una acróbata, y la duda era si cogíamos a una acróbata profesional o una actriz. Empecé contando con un acróbata profesional, pero la cosa no funcionó por su calendario apretado que no compaginaba con un corto. Cancelé el rodaje tres o cuatro veces, entre cambios de actores, el tiempo, los permisos… Lo he rodado por partes. La escena del teatro la rodé en verano. Otras secuencias en otoño, otras en invierno, y en abril tuve que repetir escenas. De hecho, salió gracias a mi equipo, que se implicó al máximo, incluso diciendo que no a curros, para acabar el corto. Esto fue como cuando yo hacía cortos en Asturias, que, como estudiaba la carrera, tenía que rodar de fin de semana en fin de semana.
– En The acrobat también se plantea que en algún momento de nuestras vidas tenemos que plantearnos quiénes somos, quiénes hemos dejado de ser y quiénes podremos llegar a ser.
– Exacto. Y puedes sacar mil interpretaciones más. Así fue concebido este corto. Para mí era muy importante centrarme en la última frontera: voy a tomar una decisión que lo va a cambiar todo para siempre. Es un corto sobre una suicida y las razones que la han lelvado ahí, y si podría haber otras razones que podrían no haberla llevado ahí. Es una obra muy abierta, es muy diferente a Pic-nic. En ese sentido, estoy muy orgulloso. Yo soy un amante del género, pero sé que con el tiempo veré The Acrobat con mucho cariño precisamente por eso, porque es muy diferente. Es una obra que hay que ver varias veces, porque aparte de que puedes sacar mil interpretaciones, la potencia visual te puede cegar un poco. Asimilarlo a la primera creo que es complicado. Tiene ese punto que te sobrecoge, como Pic-nic, aunque Pic-nic es más implacable. The acrobat fue como escribir una canción. Tiene hasta una especie de estribillo. De hecho, gran parte del montaje lo tuve que hacer con música, cosa que no se suele hacer. Lo normal es que una vez montadas las imágenes le añadas el sonido. Para mí la música es fundamental. Y el silencio.
– El narrador de The acrobat dice que nosotros somos como los acróbatas. ¿Crees que de alguna manera todos estamos al borde del abismo, como un acróbata?
– Sí, por supuesto. La figura del acróbata es una metáfora de alguien que apuesta todo por una profesión. Todos apostamos por algo, una profesión, una persona… The acrobat va de cómo reaccionas cuando tienes unos sueños por los que lo das todo y al final lo pierdes. A mí me apetecía trabajar sobre la figura de una suicida en las alturas de un edificio. Y me puse a buscar metáforas sobre las que trabajar. Necesitaba alguien que se lanzase desde una azotea y se pudiera salvar. Esta figura me ayudaba a solventar los problemas propios de la dramaturgia de la historia.
– ¿Siempre pensaste en crear The acrobat con la estructura con la que está narrado?
– Yo al principio quería hacer dos vidas distintas del mismo personaje montadas en paralelo. Así ibas viendo dónde iba cada una. Pero el montaje no funcionaba. Entonces puse patas arriba el corto, y focalicé todo en la historia de una persona que está sobre una azotea. Ahora todo se mueve en la mente del personaje. A mí no me interesaba hacer juicios morales sobre el suicidio. Es sólo el planteamiento de una mujer sobre qué podría haber hecho con su vida.
– El tema del suicidio se suele tratar como tema central de una obra, pero en tu corto no lo es, sino que lo central es la reflexión de la protagonista sobre su vida.
– Yo no voy a decir a nadie que se suicide oq ue no se suicide. Yo lo que puedo hacer es contar una historia para que el espectador se plantee lo que se plantea el personaje, pero sin defender o criticar el suicidio.
– ¿Cómo rodaste la secuencia en la que ella se lanza al vacío desde una azotea de la Gran Vía?
– Lo rodé todo con planos reales. No quería utilizar el croma, sólo lo usé en uno de los planos, todo lo demás es real, es un salto real desde una azotea. Lo mejor es rodar real. Ridley Scott dice que es mejor lo real. Yo pregunté a una empresa de producción para rodar con croma y me querían cobrar un presupuesto de 40.000 euros por un par de planos. Decidí buscarme la vida. Utilicé juegos ópticos y especialistas. Cuando rodé sólo con la actriz y la pantalla verde pensé que nos volvíamos locos, es un disparate. No podías disparar a todos lados, no podía hacer planos cenitales… un rollo. Lo mejor es rodar real. Afortunadamente hay gente que está lo suficientemente loca para lanzarse al vacío en la Gran Vía.
– ¿Cuantos más riesgos tomas, mayores son las satisfacciones?
– Depende. A veces decides no arriesgarte, hacer algo sencillo, y quedarte satisfecho. Aunque si los que hacemos cine no nos arriesgamos no se arriesga nadie. Yo creo que tienes que arriesgarte y ser honesto. Y es difícil serlo; es fácil sucumbir a modas. Hombre, si lo honesto en ti es sucumbir a las modas… Hay que hacer las pelis que a ti te gustaría ver, y seguro que como tú hay un montón de gente.
– ¿Crees que los cortos tienen vida más allá de los festivales?
– El circuito de los cortos me parece genial. Puedes estar dos años con un corto en el circuito y vas viendo que tu trabajo llega a la gente. Yo creo que el lugar de los cortos está en los festivales. También en internet, pero los festivales son una oportunidad para verlos en una sala, y perder eso sería una putada.
– El cortometrajista Jota Linares me contaba que muchos festivales financiados con dinero público estaban desapareciendo a causa de la crisis.
– Lo que está pasando me parece muy chungo. Pero sólo me alegro por una cosa: ahora por fin se ha descubierto el pescado, con todo el rollo de las subvenciones. Los cineastas éramos la cabeza de turco, pero el dinero se lo estaban llevando siempre los mismos. Yo creo que se habla mucho a la ligera. La gente dice que lo primero es lo primero; pero qué harías si en casa no tuvieras un solo libro, o una sola peli… Ahora al menos se ve lo que está ocurriendo, y es que hay gente que está sacando mucho dinero a costa de mucha otra gente.
– Para terminar, me gustaría saber en qué proyectos andas metido ahora.
– Acabo de escribir un corto que me va a permitir hacerlo puente con la peli larga que estoy escribiendo, aunque no me gusta hablar de los proyectos porque a veces no se cumplen. Mi plan es rodar una peli fuera, y la historia que tengo entre manos es lo que pide. Además, es un buen momento para irse fuera. Sería mi primera peli, y a muchos directores de cortos les pasa que tienen éxito con los cortos pero su primera peli no es lo que se esperaba. En las pelis no eres del todo libre. Y a mí me parece fundamental que en tu primera peli intentes jugar con tus reglas. Si no tienes dinero, haz una peli con dos personajes metidos en un Rodilla. Pero que sea algo que tú digas: voy a ensuciarme con esto, pero aprieto yo el gatillo. Yo no soportaría hacer una primera peli que no fuera como yo tenía pensado.
Esta serie de entrevistas, Rubén, a los que amamos el cine, nos hacen comprender y aprender, dos cosas fundamentales en la vida. Por cierto, el Picnic de Herrero – nada que ver con la mítica película de Joshua Logan interpretada por William Holden y Kim Novak a mediados del siglo pasado – nos hace aprender algo: hay que medir. Y hay que informarse. La aventura no es ir a ciegas. Es arriesgarse en el conocimiento.