Los peces no cierran los ojos
Por Ricardo Martínez.
Los peces no cierran los ojos. Erri De Luca. Seix-Barral, Barcelona, 2012.
Existe un vínculo implícito entre la biografía del autor y los hechos narrados en este libro lleno de una especie de didáctica emocional, toda vez que el narrador se recuerda a la edad de diez años viviendo un verano junto al mar –en relación directa con el mar y sus significados- en una isla próxima a Nápoles –su patria, su paisaje- y donde conoce a ‘ella’, una niña cuyo nombre no recuerda -¿o, al modo del Quijote, ‘de cuyo nombre no quiere acordarse’?- y junto a la que descubre el valor, o las vicisitudes, del amor.
La narración en todo momento es vívida, creíble, con un lenguaje próximo, directo, intenso, y siempre atravesado por una idea de compromiso con la vida. De la que se va derivando, en fragmentos elegidos, una idea del compromiso político –el autor estuvo presente en el 68 en París- y de lo que tales circunstancias contribuyeron a forjar en él un adulto comprometido.
El libro se lee con verdadera fruición por cuanto ese niño posee no solo realidad por sí mismo, sino que, haciendo gala de una rara consciencia –tal vez influido por la lectura de los libros que ha dejado su padre- transmite una especie de enseñanza de vida que hace dúctil y continuada la lectura.
A pesar de la circunstancia expresa de la niñez y sus emociones, el lenguaje no decae en sentimentalismos, antes al contrario, está dominado siempre por una voluntad descriptiva muy precisa, no solo en los detalles materiales (la alusión al viento dominante, ‘el ábrego’, que retiene, por períodos de tres días, a los pescadores en tierra; la percepción del cuerpo como una costra que el crecimiento obligará a abandonar para crecer) sino también en el código moral (una idea precisa de justicia, la voluntad de no delatar a sus agresores)
La lectura resulta en todo momento placentera, alusiva por el tema, rica por la precisión de los recursos estilísticos desplegados, y aún cautivadora por los asomos de sonrisa que suscita al ‘ver’ los comportamientos de un niño sensato que tiene una idea muy particular del amor y que, cuando besa, no cierra los ojos, como los peces.