Los vetos del Festival de Bayreuth 2012
Por José Miguel Ferrer Puche.
El encuentro entre el joven rey Ludwig II y Richard Wagner tuvo lugar el 4 de mayo de 1864. El rey apoyó no solo a Wagner, sino al propio festival de Bayreuth con un crédito de 400.000 marcos. A cambio, Wagner regaló a Ludwig varios manuscritos, entre los que figura el boceto de composición de “Der Fliegende Holländer”. El 22 de mayo de 1872, día en que cumplía 59 años, Wagner puso la primera piedra de la Festspielhaus. Años después, en el 1876, tendría lugar el primer festival en su ciudad.
Estamos en Bayreuth y esto significa arte total en su estado más puro. Sin embargo, lo primero que advertimos al ascender la virente colina de la ciudad bávara, es que el teatro necesita ayuda urgente, una ayuda quizás tan importante como la que ya tuvo del exánime pero implicado rey. No solo para renovar su afectada estructura, sino para paliar las penalidades que la misma orquesta sufre a la hora de realizar sus propios ensayos. Considero necesario un nuevo lugar para éstos, pero creo que también lo es respetar, conservar y defender el Bayreuth más fiel a sus orígenes, el que creó Wagner a la imagen y semejanza de sus magnas obras. Los wagnerianos deseamos seguir sentándonos en las mismas butacas de madera que lo hiciera el mismísimo rey Ludwig II. Pero esto no me corresponde a mí decidirlo, sino a las codirectoras del festival, herederas y biznietas del genial compositor, Katharina y Eva Wagner-Pasquier.
La inauguración del festival 2012, con o sin nuestro querido Wagner, nació como no con una polémica, pero en este caso ridícula, tanto para mí como para la Ópera de Munich. El bajo barítono ruso Evgueni Nikitin fue vetado para cantar el papel principal de “El buque fantasma” por vestir en su piel tatuajes donde se percibe el rastro de una cruz gamada estampada en su pecho, ya desdibujada por un nuevo tatuaje, cuando era adolescente y baterista de una banda de “heavy metal”. Si Wagner levantara cabeza… Nikitin fue sustituido por el bajo barítono surcoreano Samuel Youn. A mí personalmente no me importa si el intérprete es blanco, negro, amarillo o azul, aun menos sus tatuajes y, de la misma manera, tampoco sus ideales o inclinaciones, ya sean religiosos o políticos. Wagner habría querido simplemente lo mejor para su ópera y, en este caso, lo mejor era el bajo barítono ruso por su voz, su amplia experiencia y fuerza interpretativa. El festival es un homenaje al recuerdo y a las obras del extraordinario compositor y como tal, deberíamos respetarlo, como si de sus últimas voluntades se tratara por y para siempre, con sus pensamientos, sus arraigos y sus ideales. Politizar este evento es el mayor error que podía cometerse, aunque quizás alguien considere que la publicidad pueda merecer la pena…
Pero vamos a lo que nos interesa, la representación: Comenzó el 25 de julio del 2012. En qué estaría pensando el director artístico Jan Philip Gloger, que se olvidó del capitán de navío condenado a atravesar los mares eternamente hasta encontrar el amor. Ya estábamos avisados. Sabíamos de la amenaza que se cernía sobre nosotros con un ligero cambio algo “moderno”, pero nadie esperaba lo que estaba por llegar… El director de 31 años prefirió sustituir el universo del capitán maldito por el de un hombre de negocios que cruza un mundo carente de amor con una maleta con ruedecillas y un vaso de café. Este hombre rico e infeliz derrocha su dinero contratando prostitutas y hasta lo quema. No sé dónde esconderme. Entre abucheos del público y algunos débiles aplausos, de súbito me siento tan espantado, que tengo la sensación de no saber a qué ópera estoy asistiendo, tal es la desventura de estos cambios tan faltos de romanticismo y sentido dramático.
El surcoreano gustó a un público ávido de espectáculo. Hizo lo que pudo, salvando la situación si tenemos en cuenta el poco tiempo que tuvo de preparación. Eso sí, estuvo algo falto de fuerza y chispa en su interpretación. Arrodillado, dio gracias al público por su comprensión y reconocimiento. En estos momentos, resulta no menos que imposible cerrar los ojos y rememorar al que fue el más grande de los caminantes odínicos de las óperas de Wagner, al gran Wotan Hans Hotter, ¿quién será su digno sucesor? Sin duda lo echamos de menos y lo necesitamos. Acompañando a Youn, la soprano Adrianne Pieczonka (Senta) estuvo más que correcta; igual estuvo Franz-Josef Selig (Daland) con amplios registros, junto al tenor alemán Michael König (Erik).
El director de orquesta Christian Thielemann se dejó llevar por irracionales impulsos y sumergido de lleno en el sentimiento y la obra wagneriana, es sin duda la mejor parte de esta representación. El público enloqueció. Si bien, no sabemos si producto de su estado de trance o la incomprensión de otros, se provocaron leves desencuentros entre la orquesta y el coro.
En definitiva, la representación llega a ser superficial y simplista, reiterativa. Son evidentes los vacíos dramatúrgicos. La escenografía de Christof Hetzer, monótona. Aplausos y abucheos por igual cierran el acto, quizá más aplausos.
Para la celebración del bicentenario de Richard Wagner, el próximo año 2013, se anunció una nueva representación de “El anillo de los nibelungos” y un concierto de aniversario. Esperemos que Frank Castorf, a pesar de su espíritu innovador, independentista y crítico, lleve a escena la tetralogía sin “destrozarla”.
Jose Miguel Ferrer Puche es Presidente de la Asociación Wagneriana de Alicante