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Los Vértices de un Mundo Redondo

 Los Vértices de un Mundo Redondo

Mariano Rupérez Pérez

 

Por Luis Antonio González Pérez

 

Primera edición, junio 2012
Beginbook Ediciones
ISBN: 978-84-15148-91-3

  

Decía Rainer María Rilke en sus famosas Cartas a un joven poeta que “procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita”. En Los vértices de un mundo redondo el grancanario Mariano Rupérez Pérez, joven y ya laureado poeta, establece un diálogo entre una prosa poética, con ritmos que se asemejan a los de un diario, pero con una nada casual elección de los temas, imágenes y sensaciones expuestas, que dan pie, invitan o contestan a algún poema.

 

A pesar de lo sencillo que pueda resultar el planteamiento, el esfuerzo que realiza por dar cohesión, hilo y sentido a la construcción del libro, demuestra una reflexiva y ardua tarea de creación, que no corresponde en ningún momento a un poeta que se inicia, sino a quien ya disfruta del gusto de experimentar y salir airoso de las pruebas.

 

La conversación con el tú poético, con esa mujer que recibe los amores y resplandores de los versos de Rupérez, a veces rezuma ecos de relato o novela, como una intención oculta o futura del autor; y otras tantas de epístola, raíz perdida quizás de las relaciones literarias, y cuna de mucho taller de los poetas.

 

Quizás el planteamiento de este volumen de Mariano Rupérez entrara en cuestión si lo tomara entre sus manos cualquier purista de la poesía, o lectores habituales de este minoritario, para disgusto de muchos y falso orgullo de otros, alma de la palabra; la poesía. “La poesía es más profunda y filosófica que la historia”, frase que atribuyen a Aristóteles, quizás justifica la estrategia narrativa del autor: contar una historia y demostrar que en los poemas cualquier espacio tiempo se crece sobrepasando límites dimensionales.

 

En cualquier caso, hasta para esas voces más academicistas del verso, los poemas de nuestro autor se defienden perfectamente por si mismo, sin ayuda, apoyo o enmarque de las prosas que los circundan; si bien hay que decir, que no creemos que estos sean tan sólo eso, sino que bien podrían ser tratados de prosas poéticas o poemas narrativos.

 

Como todo poeta, Rupérez hace suya la necesidad de tomar los temas que conforman el bestiario filosofal del poeta; el amor, la muerte, el tiempo y la propia creación poética. Lejos de ser una crítica, esta afirmación, es una muestra más de que nuestro autor no teme retomar los cimientos de la poesía, pues como bien se ha escrito “poco importa hablar de lo mismo, si uno tiene una nueva manera de contarlo”. Además, todo vate que se precie debe enfrentarse a su propio santuario vital y encontrar en el su definición y testimonio, de forma tal que, iniciado el camino, pueda adentrarse en todas las realidades que circundan a cada uno de estos temas, que son al fin, las mismas preguntas que tras los siglos todo humanista a tomado como propias.

  

Dice Joan Margarit en una genial edición de Nuevas Cartas a un joven poeta, donde deja en la cuneta a otros cohetéanos que han intentado, con éxito editorial pero no literario, lanzar un nuevo ensayo sobre la poesía, que “la poesía no es la antesala a la soledad, sino la soledad misma”. De este modo igualmente Rupérez entra casi desde el inicio del libro en el tema de la soledad del poeta frente al mundo, la exclusión que un joven, o no tan joven, puede sentir cuando su mente marida con sus sentimientos y lo mueve a alguna revolución más que la media.

 

[…] Enfadado, me pongo tampones en las ideas

y cuando creo que puedo dormir,

llega mi soledad desnuda

y se tumba en mi cama.

Solo quiere que durmamos abrazados. […]

 

El poeta que toma como excusa poética la ruptura de un espejo, nos lanza reflexiones y sentencias entrelazadas con ingeniosas ironías y entretenidas anécdotas

[…] que para ser perfecto hacen falta varias imperfecciones. Él me respondió recordándome que eso era algo que yo también tuve que aprender.[…]

La sensualidad de sus versos se abre paso de una forma genial con figuras e imágenes con chispa y una tonalidad equilibrada y dispuesta

 

[…] El silencio se estira hasta tus

                  ingles,

que me susurran sencillas

                  sin tilde

–       por eso las entiendo -; […]

 

Como corresponde, Rupérez trata otro de los temas clásicos de la poesía, el devenir, el destino junto con la fugacidad de la vida en un buen número de textos del libro. Quizás una de las imágenes más potentes sobre esa referencia sea con la que cierra antes de adentrarnos en Tintas Clandestinas.

 

[…] Somos esclavos de nuestras circunstancias,

mas yo les esquivo la mirada, las ignoro

y las olvido

                  todos los días,

en algún momento.

 

La música es un referente en muchas líneas, otras tantas es una razón genial o un entorno sobre el que construir la realidad poética y personal de nuestro autor. Desde una cama cubierta con vinilos a unos versos tan geniales como los que dicen:

 

[…] Cuando resuenan mis temores

intento silenciarme el alma

         a destiempo;

pero me rindo

–       como siempre –

y acabo haciéndome un solo a capela

–       para recordarme que sólo tengo orejas,

atormentando un poco más

la lluvia incesante de mis adentros.

 

Además el propio poeta se confiesa como una posición defensiva frente al mundo, como una acción de exorcismo o la construcción de una irrealidad más habitable y amable, o quizás no.

 

[…] Me defiendo del mundo

         Literaturizándolo,

                  Versificándome. […]

 

Por supuesto hay que adentrarse en otros aspectos del libro para que nuestra lectura, además de en profundidad y analítica, sea también constructiva y medianamente objetiva. Por supuesto, como en cualquier otra creación artística, la opinión de un lector/observador, no vale más que la del propio autor o de cualquier otro, por lo que sólo tiene el peso responsable de la sinceridad y el atrevimiento.

Lo primero que desde nuestra visión, meridianamente estética, choca es la justificación inferior izquierda de la mayoría de los versos. Deja una sensación de ninguneo al poema, y no le da el espacio y marco que una lectura versada necesita, a nuestro parecer. Algunos de los poemas al estar tan incluidos y con poco espacio de la prosa no toman la importancia y presencia única para quien toma el libro en primera lectura. Un malditismo muy bien evolucionado hacia un tratamiento interesante e ingenioso del vocabulario urbano y de las imágenes propias de nuestro tiempo, se ven a veces cercenadas con construcciones que bien tienen sentido sabiendo de la formación filológica del autor, aunque reducen la contemporaneidad y singularidad de los versos. En algunos casos los textos narrativos pueden deslucir los poemas, pues si bien, la composición versada es de gran talla, la prosa que lo enmarca puede resultar de menor peso y rebajarla. Pero sin duda para los que seguimos a través de su blog su evolución, y hemos leído con detenimiento y estima este libro, nos encontramos ante un poeta que es capaz de lograr en su personal paisaje lírico una poética o lenguaje propio, que no pretende, ni necesita, parecerse o emular a otros contemporáneos, y que destaca sin esfuerzos. Además la continuidad de su obra, y por tanto la madurez del poeta en ella, se puede seguir, ofreciendo por tanto un itinerario interesante y enriquecedor al lector, y también al propio Rupérez. Su gusto por la innovación, por el disfrute coherente de su obra, pero sobre todo, la humildad y tesón con el que trabaja, dan buena cuenta de un futuro más que interesante de la obra y el poeta.

Desde esta pequeña atalaya que da lo vivido y escrito en este mundo que muchas veces adolece de poco interés por lo de los otros, y demasiado gusto por el hundimiento de los nuevos navíos de la poesía, recomendamos la lectura de Mariano Rupérez Pérez y este libro de Los vértices de un mundo redondo (Beging Book) que ya con esa gran presentación a modo de título lo merece.

 


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