Edward Hopper. Pinturas y dibujos de los cuadernos personales
Edward Hopper. Pinturas y dibujos de los cuadernos personales. Prefacio de Adam Weinberg. Ensayos de Deborah Lyons y Brian O’Doherty. Ediciones La Fábrica y Museo Thyssen Bornesmiza. Idioma: español-inglés. 39,90 €.
Prefacio
La triangulación es el proceso mediante el cual se puede determinar la posición de un punto en el espacio conociendo la localización de otros dos. Los libros de contabilidad de Edward Hopper nos ayudan a situar, metafóricamente hablando, los fundamentos y el alcance de su arte. Los cuadernos, que abarcan sesenta años de trabajo, recopilan bocetos esquemáticos de sus pinturas junto con una serie de notas escritas en su mayoría por su mujer, Josephine Nivison Hopper, a la que él llamaba Jo. Aunque en un primer momento estos libros nacieron como un inventario de las obras de Hopper y de ciertos datos contables, como en qué fecha fueron vendidas, a quién y por cuánto, los textos –junto con los dibujos– funcionan también como una valiosa documentación, pues recogen los pensamientos de la pareja sobre toda una vida de trabajo.
Los bocetos, versiones reducidas de las obras originales, y realizados después que éstas, revelan la percepción que Hopper tenía sobre la composición de las obras y las figuras que aparecían en ellas. En este libro se reproducen por primera vez las pinturas reales junto a sus páginas correspondientes en los cuadernos, permitiendo una cuidadosa comparación entre ambas y dando idea de lo que el artista percibía en la tarea de revisión de su trabajo antes de que este saliese del estudio.
Parece acertado que Hopper y Jo empleasen para su archivo un formato de cuaderno generalmente utilizado para el registro de transacciones financieras. Tal y como señala Deborah Lyons en su lúcido ensayo, cada vez era más habitual que los artistas americanos del siglo XIX y principios del XX gestionasen sus propias carreras y llevasen un registro de su producción artística (verdadera raison d’êtrede Jo en relación a su marido). Los cuadernos no solo contienen información sobre hechos relevantes, sino que también revelan
observaciones y comentarios personales de Jo. Incluso el título que aparece en la portada del primero, «Edward Hopper: su obra», presumiblemente sugerido por Jo, eleva el contenido del volumen a algo más que un simple cuaderno. Los comentarios escritos por Hopper (muy pocos en comparación con los de Jo) se limitan a dar información técnica, como la marca de las pinturas y los colores. El hecho de que a veces Jo incluya en sus notas algunas citas de Hopper muestra que, en cierto modo, sus reflexiones evidencian el propio pensamiento del artista. Esta «común biografía» (tal y como Brian O’Doherty la denomina en su ensayo, uno de los textos más completos que se han escrito sobre Hopper) es especialmente relevante si tenemos en cuenta los escasos comentarios que el taciturno artista expresó sobre su trabajo, especialmente cuando la locuaz Jo estaba presente. De hecho, los cuadernos podrían considerarse un retrato psicológico de la pareja: los bocetos de Hopper, en su mayoría en blanco y negro, son austeros, concisos y directos, frente a los comentarios informales, anecdóticos y coloridos de Jo.
El Whitney Museum of American Art ha mantenido una larga y profunda relación con Hopper, derivada de su colaboración con la institución que precedió al museo, el Whitney Studio Club, donde realizó su primera exposición individual en 1920. Hopper continuó participando en las exposiciones anuales del Studio y posteriormente en la primera Bienal del Whitney, en 1932. A partir de entonces, participó en un total de treinta ocasiones en las muestras anuales y bienales del museo, hasta su muerte en 1967. Early Sunday Morning, obra maestra del artista fechada en 1932, fue adquirida por el Whitney con motivo de su inauguración ese mismo año y se convirtió en una pieza central del nuevo museo. Como señala O’Doherty, las exposiciones retrospectivas de Hopper de los años 1950 y 1964 fueron organizadas por Lloyd Goodrich, amigo y valedor del artista, y director del museo por aquel entonces; a estas les seguirían otras grandes exposiciones en 1979,1980 y 1995. Cuatro de los cuadernos fueron legados a Goodrich por Jo tras su muerte, en 1968, quien a su vez los donó al Whitney. Se añaden así a los fondos del museo, que contienen más de 2.500 obras de Hopper, donadas en su mayor parte tras la muerte de Jo, lo que da fe de la larga relación entre los Hopper y el museo. El Whitney continúa organizando exposiciones dedicadas al artista, en su labor de destacar la grandeza de su obra y de confrontar esta con la de otros artistas. En 2009, la exposición internacional Modern Life: Edward Hopper and His Time, organizada por el museo, analizaba el auge del realismo en el arte americano entre 1900 y 1940, situando a Hopper en el contexto de sus contemporáneos. En el momento de escribir este prólogo, el Whitney prepara una ambiciosa exposición centrada la forma de dibujar de Hopper que permitirá a los espectadores ver una selección de páginas reales de los cuadernos.
Mientras la figura de Hopper como hombre se desvanece en la historia, los cuadernos nos ayudan a situar los hechos, situar al artista, y arrojar luz sobre el discurso reflexivo que envuelve a sus creaciones. En poco tiempo, las últimas personas que conocieron personalmente a Hopper se habrán ido y los libros de contabilidad adquirirán entonces aún mayor importancia como testigos de su talento. Constituyen la principal evidencia del genio que transformó las observaciones de la vida cotidiana en obras maestras atemporales.
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