Sentirse bien siendo cínica
Por Tura Varla
Ese día, después del trabajo, volví a quedar con Malena, recuperando un tradicional café de jueves que había perdido bastante protagonismo desde que Poeta Posmoderno se hiciera con ese día como si fuera propio. La relación de Malena con Imbécil Integral no pasaba por sus mejores momentos. A pesar de su condición de psicóloga de éxito, había basado gran parte de sus lazos amorosos en un mal superado complejo de Edipo y sí, Imbécil Integral era uno de esos hombres casados que jamás se divorcian porque su posición es comodísima, a caballo entre su ignorante esposa y su apasionada amante con la que no asume ningún compromiso.
Malena normalmente lo llevaba con orgullo y dignidad, pero tenía momentos de bajón. Esos días en los que se preguntaba si aquello que estaba haciendo era lo que realmente quería, que por qué le resultaba tan complicado implicarse en relaciones normales y adultas, y por qué los hombres que le gustaban estaban siempre casados, con hijos, e incluso nietos en el caso de Imbécil.
-La culpa, por supuesto, es mía.
-¿Por? Odio esa costumbre femenina nuestra asquerosa de responsabilizarnos por todo. Tú que eres psicóloga deberías relajar, ¿no?
-Bueno, pues la culpa es mía porque me atraen los hombres fuertes, poderosos, desacostumbrados al compromiso, machistas. No sé por qué, pero es lo que me gusta. Es como una necesidad interna de que me mantengan controlada. O de vivir cosas que escapen a mi control.
-¿Pero es lo que quieres o Imbécil te abduce como si él fuera un extraterrestre y tú un conejillo de indias humano?
Malena se echó a reír.
-Bueno, no sé lo que quiero. Supongo que, en el fondo, lo que me gustaría es que él fuera mío y sólo mío. Formar una familia, un núcleo que sólo tuviera que ver conmigo, y no con su señora y el resto de sus familiares que no saben nada. A veces pienso que si esto saltara, yo sería la maravillosa hija de puta de toda la historia. Las amantes siempre somos las perversas. Suceda lo que suceda ellos ganan. Los cuidamos, los amamos, y en vez de unirnos entre nosotras o comprendernos, nos enfrentamos: está la puta y la esposa. Y decididamente me toca el papel de la puta.
-Bueno, ¿quieres que te alegre el día?
Alza las cejas con escepticismo. Y entonces le cuento lo de la noche anterior con Postmoderno. Y no sólo la historia del día anterior, sino los adornos de pedida de matrimonio, amor eterno, etc.
-Al menos no me ofreció fidelidad eterna. Eso hubiera sido ya la gran actuación.
Y en esos momentos me sonó el móvil. Sí, era jueves, como no podía ser de otra manera, Postmoderno. Se me hinchó la vena del cuello. En realidad no sé por qué estaba tan enfadada. No nos habíamos prometido nada, sólo buscaba un amante. En ningún momento le creí. Pero, de alguna manera me parecía que no estaba bien que un tipo guapo fuera por ahí jurando amor eterno a todas las tías con las que se acostaba como si fueran la única. Porque podría haber alguna incauta que se lo creyese. Que se enamorase. Y yo, que en esos momentos era consciente de todo el asunto, debía erigirme en defensora de esa incauta. Además resultaba del todo indignante que las tomase a todas por tontas, a mí incluida.
-Hola.
-Hola, preciosa, bonita, flor, ¿nos vemos hoy? -Era jueves, volvía a ser el adulador de siempre.
-No. He quedado con Malena.
-Pero si es jueves. Los jueves son nuestros. -Sabía que diría eso.
-Bueno, pues llama a otra de tus chicas. Antes los jueves eran de Malena y estoy pensando en devolvérselos. ¿No podrías darme el teléfono de la de los martes por si le apetece que le cambie el día?
Malena empezó a reírse y tuvo que taparse la boca con las dos manos.
-¿Qué? No sé de qué me hablas, cielo. -También sabía que diría eso, aunque en mi cabeza dijo “cariño”.
-Postmoderno, tesoro, no me puedo creer que un hombre como tú tenga a una sola. No me has declarado exclusividad, por lo que asumo que no la tengo. Es más, creo sinceramente que tienes una para cada día de la semana, o para cada dos días. Y yo, que soy la de los jueves, soy una mujer ocupada y puede que me vengan mejor los martes. ¿Me darás ese teléfono?
Silencio del otro lado de la línea. Una respiración. Luego la voz, pequeña.
-¿No te enfadas?
-No, ¿por qué iba a tener que hacerlo? ¿Creías que me había creído todos tus cuentos halagadores?
-Sí.
-Bueno, pues tu método tiene sus fallos. No me opongo a que te acuestes con una, con dos o con mil porque no te quiero. Y es más, me quedo muy tranquila porque de alguna manera me sentía culpable por no creerte. Y ahora resulta que tenía razón al no hacerlo, así que me siento bien. No te preocupes.
Y de golpe conecta con lo que le digo y se pone buenrollista.
-Jo, tía, eres genial. Todas las demás montan unos pollos impresionantes. Se enfadan, gritan, lloran. Tú molas de verdad. Siempre lo supe. Eres la mujer que necesito al lado. Que entienda que soy expansivo…
Me separo el teléfono de la oreja y lo tapo con la mano.
-Este tío es imbécil -Le digo a Malena que, inmediatamente, suelta una enorme carcajada.