Subterránea animalidad
Por Luis Borrás.
Subte. Rafael Pinedo. 92 páginas. Editorial Salto de Página. Madrid, 2012.
En esa particular relación de amor y odio que sostienen la literatura y el cine parece que la literatura está siempre condenada a la subordinación, a perder, a ser inspiración, letra pequeña devorada por la facilidad, el poder y la comodidad de la imagen. Parece, incluso, que el mejor destino que tiene una novela para conseguir la fama –y el autor dinero- es convertirse en una película taquillera. Pues “Subte” es un ejemplo de que es posible que la literatura derrote al cine. Que es posible la paradoja de que una novela –que siempre es visual- no pueda convertirse en una película. Que el escritor puede crear una ambientación que sólo será posible ver en el papel. Porque una película no puede grabarse sin ninguna luz, pero sí que es posible escribir una novela que transcurra en la oscuridad. Porque el hombre, anulado el sentido de la vista, tiene los demás sentidos para intentar saber lo que pasa a su alrededor: el tacto, el olfato, el oído y el habla. Y ese es el primer gran mérito de ésta novela.
Porque “Subte” es una narración en la que, salvo una pequeña parte inicial y otra final que transcurren en la penumbra, el resto sucede en la más absoluta oscuridad. Pinedo nos presenta, sin preámbulos ni explicaciones, a una mujer embarazada de ocho meses en el interior de un túnel, corriendo por entre las vías, pisando las traviesas que él denomina “durmientes” utilizando la segunda acepción del diccionario. Y así nos mete en ese espacio angustioso y en penumbra -¿el túnel de una mina?- huyendo de unos lobos hambrientos: “La jauría estaba cerca, muy cerca, demasiado cerca” sin tiempo para ayudar al que tropieza y cae detrás. La condición humana es la de presa y hay que huir para salvar la vida, no ser devorado. Y en esa huida la mujer se tira a un agujero y queda aferrada a unos cables que evitan que caiga al vacío. El hueco de un ascensor. Ya sólo le queda la opción de bajar. Bajar y bajar hasta que sus pies tocan el suelo de otro mundo completamente oscuro.
El impacto de “Subte” es brutal porque de cuajo nos arranca de nuestra lógica y cómoda vida. Estamos en el salón de casa cómodamente sentados y desde sus palabras escasas, certeras y terriblemente efectivas, pasamos a estar metidos en un túnel, perseguidos por unos lobos, colgados de unos cables. De la luz pasamos a las tinieblas, no tenemos linterna, cerillas ni móvil. Y la luz, que es algo lejano, no puede tocarte la piel; si lo hace produce horribles quemaduras que acaban matándote. No se puede vivir fuera de la oscuridad, fuera del túnel. ¿Desde cuando y por qué? ¿Qué ha pasado? Ninguna de esas preguntas importa. Ahora pasaremos miedo, hambre y beberemos el agua que transpiran las paredes. Estamos solos, no vemos nada y alguien nos atrapa, nos golpea sin hablarnos y nos lleva a un lugar desconocido.
“Subte” supera cualquier expectativa. Julio Verne con su “Viaje al centro de la tierra” escribió una novelita rosa. Pinedo lleva esa experiencia al extremo de lo imposible. A un submundo dentro de una piedra horadada. A la vida en lo más profundo de la entraña. Y todo a ciegas, sin ver. Como las criaturas abisales que viven en la oscuridad. Pinedo nos presenta de golpe la vida humana retrocediendo muchos miles de años. Regresión desde la modernidad, pesadilla de “El planeta de los simios” de Pierre Bouelle.
Pinedo reduce toda la civilización a lo más básico. La humanidad a tribu y el hogar a vivac, la escuela a enseñar a contar con los dedos de la mano y a unos cuantos consejos prácticos para sobrevivir. La tradición es una ceremonia de apareamiento colectivo y el nacimiento es al mismo tiempo la transmisión del alma y la muerte de la madre.
Puedo reírme ahora de cualquier historia de tribus primitivas y su comportamiento salvaje, inmisericorde. Puedo reírme ahora de cualquier ritual y sacrificio, de cualquier condena y esclavitud, de todos los circos romanos y las minas de Barrabás. “Subte” los supera a todos. Porque el terror es la propia tribu, es vivir dentro de ella y sus leyes; la pertenencia a una secta y su destino, el hombre reducido a su esencia animal; a su mismo valor y utilidad. Pero “Subte” es también la mujer y su fortaleza física, su lucha por la supervivencia, la superación del miedo, el dolor y la oscuridad, y por encima de todo, capaz de superarlo todo, de hacer cualquier cosa, el instinto maternal.