La que nos espera (23)
Por Javier Lorenzo.
– ¿Ya hemos hecho las maletas, Roger?
– ¿”Hemos”, señor?
– Tú ya me entiendes, malandrín.
– De eso no le quepa la menor duda, señor. Pero sí, ya está todo listo, salvo sus efectos íntimos. ¿Este año habrá también sesiones de regresión? Lo digo por ir preparando los peluches.
– Qué indiscreto eres, a más de bellaco. Pero no. Tal como ha ido el año lectivo, mejor no hacer viajes al pasado. Miremos al futuro, Roger. Con esperanza y buen ánimo.
– Tal vez tendría entonces que cambiarle el título a esta columna.
– De eso ni hablar, maldito pesimista. ¿Cómo la iba a llamar? ¿A la vejez, viruelas?” ¿”Anda moza que te endiño”? ¿”Viva los quintos del 86”? Te recuerdo que volvemos en septiembre, Roger. Y lo haremos con el mismo pendón y el mismo lema. Sin renuncias.
– Pues lo que usted diga, señor, pero el actual es de un agorero…
– Porque no adviertes la riqueza del fecundo idioma castellano. Y eso que te doy en parte la razón, pues ese “la que nos espera” es lo mismo que tuvieron que decir, musitar, blasfemar (toma resabio faulkleriano) las hordas de Atila en los Campos Catalaúnicos, las huestes de Cortés antes de la Noche Triste, los defensores de Numancia frente al Escipión y Rodrigo Rato tras asumir la presidencia de Bankia. No te digo más.
– Tremendos desafíos, sin duda.
– Y ahí vamos, Roger (verás que mis plurales son generosos). Pues ese grito que da la razón, esa advertencia del sentido común, ese saber contar dos más dos son cuatro, esa consciencia de que nos las van a dar todas en el mismo carrillo, supone al mismo tiempo la salvación. Si todo está perdido, ¿a qué viene preocuparse? Es un aquí y un ahora del que no podemos escapar. Por tanto, ¿qué mejor que afrontar lo inevitable –“la que nos espera”- con un gesto burlesco y una valentía que sólo puede florecer sobre el miedo y la incertidumbre? Si lo cambiara, Roger, si algún día llegara a cambiarlo, sería por el de “Aquí me las den todas”.
– Quisiera concertar cita con su psiquiatra, señor.
– ¡Quiá! Es exclusivo, y yo no acabaré como el Lorenzo, que se marchita en busca de un mundo justo. Yo no me impongo barreras. No me hago la zancadilla. No me doy de cabezazos contra la pared. Es lo que tenemos los ricos.
– No se propase el señor, que le veo venir y no quiero mentarle mis deudas.
– Ingrato. Además, ese “la que nos espera” tiene de por sí unas connotaciones mucho más positivas.
– En el caso de que haya usted planeado irse de putas, porque si no, no le veo sentido.
– ¡Calla, insolente! Y aunque, lo admito, el título bien podría anticipar una lujuriosa noche de izas, rabizas y colipoterras, a lo que me refiero es al simple disfrute de escribir estas líneas cada dos semanas.
– O sea, que era un aviso para no martirizar a los lectores.
– Entonces hubiera dicho “la que os espera”.
– Pero usted siempre ha sido un mentirosillo, señor, y tiene cierta habilidad para confundirse con el terreno.
– ¡Qué poco valoras mis esfuerzos, Roger! ¿No he estado al pie del cañón? ¿No he pasado madrugadas castigando las teclas? ¿No te he convertido, gracias a estas conversaciones, en un personaje singular?
– No me dé coba, señor, que nos conocemos. Usted lo que quiere es batir el récord de columnas que tiene Jorge Díaz en esta web y codearse con otros insignes escritores a los que, en el fondo, usted envidia a fuego lento.
– ¡Ah, hereje! ¿Serás malnacido? Siempre con tus dobles intenciones. Y no te lo consiento, porque no sólo no es cierto, sino que no se puede vivir tan amargado. Estamos en el momento de la despedida, de decir un cordial hasta pronto y de hacer la reverencia. Pero tú, abyecto sajón, sigues con tu doloroso e injusto escepticismo. Olvídate de todo, alegra esa cara y piensa que ya partimos.
– Es lo único que me consuela, señor.
– Por cierto, Roger, en estas vacaciones llevarás el chaleco y la pajarita, ¿verdad?
– Es lo que manda la etiqueta, señor.
– Pues no dejo de preguntarme sobre lo bien que te van a sentar en la playa nudista a la que vamos. Majete.
– Ay, Señor, la que me espera.
– Tú lo has dicho, Roger. Tú lo has dicho.