Huésped
Roberto Terán
Por Lara Moreno
Mirar hacia dentro
y hundir mi brazo hasta el codo
en las aguas hoy casi mansas
a pesar de mí
soy mi mejor enemigo
Roberto Terán
Antecedentes: Hubo un tiempo en el que pensábamos que había que escribir el futuro en un presente lleno de posibilidades. En ese tiempo nadie se quedó de brazos cruzados. Cogimos bolígrafo y papel (en realidad cualquier cosa servía: una servilleta, un cuaderno usado, un billete, la pared) y escribimos el mundo. Roberto escribió, incluso, en el agua.
Ahora todo es distinto: escribimos el pasado para librarnos del presente, para luchar contra él. El futuro, cómo no, es la sombra de un huésped, el rumor del que ha huido apenas entrada la mañana.
Huésped: Honestidad brutal. Revisión de ideas fértiles y caducas. Destrozar el sentido del ridículo de la existencia. Muestrario de uno mismo, las penas del jardinero: recoger las pequeñas piedras de la conciencia, pelear con la idea de lo que creemos ser, volver a errar. Errar, en sus cuatro acepciones: No acertar, Faltar, Vagar, Divagar.
Leo la primera parte de Huésped y me pregunto qué hay del poeta en el poema. El poema es la máxima exponenciación del yo, de la primera persona del singular, el logaritmo de lo cotidiano en la abstracción de la palabra. En esta primera parte, Roberto Terán es Roberto Terán: cada mañana hace un recuento de pérdidas de la noche anterior. La mañana es una vida entera, donde el poeta esquiva las proyecciones de vidas anteriores. Cada día es una vida nueva, pero anclada a lo inamovible: el ser humano, con su pegajoso uniforme se ser humano siempre encima, con su torpeza emocional y cívica y con su peligrosidad. Frente a esto, Roberto Terán se agarra a lo individual, a la luz, a la soledad como salvación; lo épico del conflicto vital acaba calmándose, regenerándose en las cosas insignificantes y básicas: apartar los pensamientos con una mano, organizar tiestos en un balcón, fumar, el sur, el recuerdo de un amigo, aniquilar la metáfora y manosear los mismos cinco libros que uno lleva en el corazón.
Roberto Terán, como el viejo más sabio de una tribu, va haciendo reciclaje de lo formal: limpia la palabra de máscaras y el verso de artilugios, y se queda con lo que siempre estuvo, la crudeza del significado.
Luis Cernuda, Javier Salvago, el pesimismo crítico de la generación del 98, lo sonoro y arriesgado del 27, el costumbrismo, lo surreal y lo fantástico, la proposición indecente del rock argentino de los 90 y la tristeza sencilla de las canciones de sur. Todo eso está en sus poemas. Pero lo ha digerido sin afán escenográfico: al final, su principal influencia vuelve a ser el jardinero, el que inventa un sistema de regadío y abastece, aun en la ciudad, a la tierra de semillas. Abonar las raíces, arrancar las hojas muertas, ingeniárselas para sacar todo el provecho de la luz. En silencio, sin que nadie se entere; es más, sin que a nadie le importe. La palabra no es nada. Eso es esta primera parte, para mí: el camino del huésped desde que entra hasta que sale, y se da cuenta de que sigue estando encerrado en sí mismo.
La segunda parte de este libro se llama Véra. Es la otra cara de la moneda, el paso de la primera a la tercera persona, el lado narrativo del poeta: el juego, la ficción, la creatividad y el entusiasmo. En aquellos tiempos pasados, un grupo de amigos andábamos siempre reunidos en un bar llamado Dellwood, y junto con la escritora y pintora Rebeca Le Rumeur, creamos a Véra. Creamos un personaje que, ahora lo veo claro, tenía nuestro reflejo, el más ingenuo y el más cínico. La metimos dentro de relatos y de poemas y de libritos pequeños: la creamos para necesitarla. Véra es el bonus track, otro tipo de huésped: el carnavalesco.
La editorial granadina Serendipia, con Jorge Talavera a la cabeza, nos trae esta nueva voz, este riesgo del pensamiento, cuidadosamente editado y valiente. Un hermoso conjunto de palabras donde está contenida la honestidad de un poeta.
Leed Huésped. Es lo mejor que se puede hacer con un buen libro.