Ósip Mandelstam: Armenia en prosa y verso
Ósip Mandelstam: Armenia en prosa y verso
Acantilado, Barcelona, 2011
Por Ricardo Martínez
En muchas ocasiones se ha querido ver en el lenguaje poético una especie de impedimento o cortapisa para exponer un argumento en prosa. Se tildaba el procedimiento de alambicado, de excesivamente retórico, casi de innecesario. Y he aquí que, a lo mejor, lo denunciado delata al denunciante, pues, de una parte, se podría decir que la mejor prosa ha sido considerada así por su valor poético –‘El hombre sin atributos’, de Musil, Ulises, de James Joyce, cualquier obra de Albert Cosseri-, y, de otra, acaso sea la pereza o la incapacidad de pensar y soñar la que impide al falso delator la percepción de toda la belleza que puede encerrar un texto dotado de lenguaje poético, pues no solo dice lo real, sino que dice más de ello, y de una forma bella.
Un caso paradigmático de lo expuesto resulta ser este libro de Mandelstam donde el tema no solo es un viaje concreto por Armenia, sino el regusto delicioso que de la Idea de viaje puede obtener el lector. El lenguaje es limpio, aéreo, distinguido, y a la vez todo queda perfectamente patente para quien quiera, o sepa, entender: “Aún me resultaban nuevas y agradables las asperezas, rugosidades y solemnidades del valle del Ararat, reconstruido hasta los últimos pliegues, y también la ciudad, como despanzurrada toda ella por lampistas de inspiración divina, y aquella gente de boca grande, con los ojos perforados directamente en el cráneo: los armenios”. Amén de todo esto, el libro que comentamos aporta páginas de una relevante poesía formal.
Es un placer, pues, deslizarse por estas páginas limpias, expresivas, sugeridoras siempre: “Los mechones negros, entreazulados, de su áspero pelo, desgreñados con gallardía, tenían un no sé qué de raíz poderosa de una pluma de ave encantada” Quiero atreverme a pensar que un lector atento obtendrá un bien estético –y, por qué no, ético- de estas páginas llenas de amor por la descripción, por acercar a quien lee –y ve, y escucha- paisajes y personajes y pensamientos llenos de armonía.
Lee, entonces, lector, con la fe del que espera lo mejor. Tal vez lo deseado. “¡Qué lujo en este pueblo miserable,/ la música de fino hilo de agua!”