Leyendo el Medievo: los héroes balderianos.
Leyendo el Medievo:
primera consideración intertextual
sobre los héroes balderianos.
Por Francisco Férez Salinas
Hace escasos días se producía en Nueva York la réplica a la representación que tuvo lugar en Barcelona a principios de año con la presencia del editor francés Jean-Mathieu Gosselin y del reconocido Daniel Fernández, desde hace años cabeza de familia en Edhasa, sello por antonomasia especializado en la mejor novela histórica. Hace escasas semanas, era la prestigiosa revista francesa L’Actualité de l’Historie la que trataba en profundidad la técnica y motivación literaria de este alicantino universal, al que definía como “le révéler de les tensions heroïques”.
De los autores europeos actualmente afincados en los Estados Unidos, es Artur Balder el artista más polifacético y, paradójicamente, el más fiel a la veracidad intelectual de un pensamiento crítico que corre paralelamente junto a la producción de sus novelas, alimentando y ejemplificando lo que de otro modo sería sólo teoría política y crítica histórica de la contemporaneidad.
“(…) nos encontramos
con el leitmotiv
de rebelión cultural
de la autodeterminación
escogido desde
un principio:
Widukind”
No somos los lectores acérrimos, en esencia, ajenos a la naturaleza que destila el producto del autor escogido. La retórica cantada de los héroes de las óperas de Wagner rima perfectamente con el anarquismo de los héroes balderianos al traducirse parte de su contenido al castellano y a nuestra censurable realidad actual.
No nos sorprendió que en la Saga de Teutoburgo situase la narración y la ambientación histórica en un más allá del bien y del mal convertido en técnica realista, a modo de escena para los actores principales de la saga, detrás de la cual se extiende el verdadero telón de anarquismo en el que alienta la fuerza inescrutable de la naturaleza. La ambición del narrador pretendía en todo momento permitir al lector-espectador observar sin pudor alguno lo que sucede en cada situación humana, pretendiendo construir a partir de esas situaciones una especie de superhombre monumental y a la vez primitivo, Arminio, unión polivalente de inteligencia y violenta cólera, cuyo germen de desconfianza hacia el mundo romano se convertirá en la clave para un cambio de dimensiones históricas, con consecuencias en la Edad Media. Allí de nuevo, y de manera definitiva, nos encontramos con el leitmotiv de rebelión cultural de la autodeterminación escogido desde un principio: Widukind, un hombre que se enfrenta a la dominación cultural e ideológica del Imperio Carolingio.
“(…)confluencia de modelos
y métodos de lectura
de la Historia Marxista,
Escuela de los Anales,
Historia Total,
Nueva Historia”
Quizá sea éste uno de los problemas claves planteados por Balder en los dos episodios publicados hasta la fecha de su «Crónica de Widukind», «El Evangelio de la Espada» y «Los Señores de la Tierra». Efectivamente, dicha obra nos enfrenta, al menos, con una doble realidad: la Crónica (o su autor) como lectura (o lector-emisor) de un Conflicto: la cultura (sociedad medieval en apariencia y proyección de la actual) y su lectura, sin duda, a modo de Texto Total o Intertexto. Los lectores posibles de «la Crónica» como receptores, destinatarios: lectores individuales partícipes del virtual «Lector Ideal» definido por las teorías de Umberto Eco.
Con estas perspectivas arriesgamos nuestra enunciación, hipotética por ahora, en torno a las dos cuestiones planteadas hasta el momento: caracteriza a esta obra balderiana —difícilmente delimitada sólo con la denominación clásica de novela— su lectura modélica de la cultura medieval heroica y con rotundidad puede definirse, con una contemplación general de la estructura superficial o tramoya narrativa, como una novela sobre la lucha de clases recreada en un ambiente medieval. Al hacer estas afirmaciones alineamos a Balder dentro de la visión del mundo medieval que ya se ha impuesto entre los medievalistas como interrelación de modelos y esquemas de lectura de la Historia Marxista, de la Escuela de los Anales, de la Historia Total, de la Nueva Historia, así como de los críticos (fundamentalmente semióticos, formalistas y semiólogos) donde la cultura aparece como un macrotexto presentado ante los posibles lectores como una dimensión colectiva polivalente. Reclaman la presencia de lo alegórico y especialmente de lo ideológico, como elementos de lectura, pues Balder responde claramente en sus ensayos: lo simbólico es una fuerza tan material como lo son los mecanismos entre las diversas potencias de producción.
“Junto a estas líneas elementales,
donde encontramos a Goethe y a Lorca
-y su Poeta en Nueva York– en repetidas ocasiones,
pero también a Klopstock y a Herder (…)”
La diversidad de discursos que se entrelaza en las páginas de la Crónica siguen un programa narrativo que es la superficie sobre la que se archivan de manera inconfundible aquellos puntos cardinales escogidos por el pensador para encriptar la Crítica de la Contemporaneidad. Las líneas elementales se aseguran en los personajes como en los leitmotivs de las óperas de Wagner, sin ser esto ajeno, en esencia, a la teoría de la obra de arte total que el compositor alemán entregó al tejido musical como forma de producción retórica y como respuesta a los rígidos esquemas de los géneros. Dentro de estas líneas elementales se aprecian con claridad las alusiones a textos poéticos contemporáneos, modernos, decimonónicos y medievales, que generan el auténtico subtexto donde reside el valor de la Crónica, y que son ubicados de manera consciente por Balder, deseoso de generar un juego de espejos. Junto a estas líneas elementales, donde encontramos a Goethe y a Lorca -y su Poeta en Nueva York- en repetidas ocasiones, pero también a Klopstock y a Herder, como ecos de diatrivas más antiguas en textos que han preocupado al autor ocultos en las sombras de la Edad Media -las ideas de Beda el Venerable aparecen en el segundo episodio- también tenemos el telón de fondo del mundo intelectual anárquico e inconsciente del que surgen los símbolos, a menudo enfrentados, de la verdadera cultura del Medioevo.
“Próximo al humanista
del Renacimiento
o al enciclopedista
del siglo XVIII,
Balder es esencialmente
polifacético(…)”
Póximo a los humanistas del Renacimiento o a los enciclopedistas del siglo XVIII, Balder es esencialmente polifacético, como ha demostrado su carrera, y proyecta esta visión como productor intelectual, a riesgo de ser malentendido por el lector desconocedor.
Aquí se inicia la necesidad del lector ideal, preparado para actualizar la gran variedad de elementos «no escritos» en la superficie del Conflicto Heroico -eje central de la teoría balderiana- por medio de ciertos desplazamientos activos y conscientes encaminados tanto a la actualización de correferencias, como a operaciones extensionales y trabajo de inferencia. Confirmaciones que nos llevan en su conjunto a definir Conflicto y Lector: el conflicto está salpicado de salas intelectuales, aisladas voluntariamente entre la acción teatral. Ya solo partiendo de la base en que cambia el narrador en primera persona, implicado, para convertirse en una memoria omniscente que pone en juego la variabilidad de lo acontecido: a partir de ese momento, Angus de Metz, el protagonista intelectual de la Crónica por ser su redactor, ejerce la tiranía del pensamiento y de la memoria abstracta desde la cual ejercita la localización de todos los actos escénicos intelectuales en los que se basa la moralidad del texto, el conflicto religioso entre el Cristianismo y el Paganismo. Ante todo, porque un conflicto es un mecanismo en proceso que vive de la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él y sólo en casos de extrema pedantería o de extrema ofuscación didáctica el conflicto se complicaría con redundancias y repeticiones y ecos posteriores. Y ante todo es debido a que, a medida que oscila entre la función didáctica y la función estética, un conflicto quiere dejar al lector la iniciativa para interpretar, aunque normalmente desea ser entendido con un margen suficiente de univocidad. El Conflicto quiere que alguien lo ayude a accionarse. Es un conflicto, por lo tanto, que enuncia a su destinatario como condición indispensable no sólo de su propia potencia de juicio concreta, sino también de la propia capacidad de significación. En otras palabras, el conflicto balderiano se produce para que alguien lo accione, lo ponga en marcha, de ahí la necesidad de la intertextualidad introducida por el pensador; cuando se espera (o se desea) que ese alguien exista concreta y empíricamente en la actualidad de la lectura, la actualización del conflicto es la necesidad verdadera y absoluta del texto balderiano.
“(…) el conflicto balderiano se produce
para que alguien lo accione,
de ahí la necesidad de la intertextualidad
introducida por el pensador”
Para el autor de la Teoría de los Héroes, la exposición del conflicto no es ajena a la expansión del mismo mediante los diversos planos de las líneas elementales que exponen, en definitiva, las dimensiones y el alcance del mismo, amplificadas a lo largo de las lineas intertextuales que inspiran o provocan el pensamiento crítico del autor, pero esperando su eco en la actualidad real del lector. A la Crónica de Widukind sólo le falta la publicación de su tercer y último eslabón para cerrar el ciclo, lo que esperaremos con impaciencia quienes hemos disfrutado de los dos primeros episodios.
El Evangelio de la Espada. Crónicas de Widukind I. Artur Balder. Edhasa. Barcelona, 2010. 576 páginas. 24,00 euros.
Los Señores de la Tierra. Crónicas de Widukind II. Artur Balder. Edhasa. Barcelona, 2012. 598 páginas. 24,00 euros.
Muy interesante y persuade para la lectura de valor.
Gracias.
Es un artículo muy bueno, de los que ya se leen pocos en La Vanguardia o el País.
Me ha encantado y el libro es una novela culta imprescindible.
Está muy bien, pero yo añadiría también que es una excepción entre muchas novelas -también publicadas por Edhasa- plagadas de tacos. No sé si es mal gusto de los traductores o para acercarse a cierto público, pero novelas históricas como estas son la excepción. Gracias.