Después de mí, el diluvio
Por Alfredo Llopico
En Yo quiero mi gorro nos encontramos con un entrañable oso dispuesto a averiguar dónde se encuentra el gorro que ha perdido. Para ello preguntará a todos los animales que se va encontrando en su paseo por el bosque. Ni el zorro, ni la rana, ni la serpiente, ni el topo lo han visto. Tampoco el conejo que, con un sospechoso gorro rojo en la cabeza idéntico al que ha perdido el oso, se explaya más: «No. ¿Por qué me lo preguntas? Yo no lo he visto. No he visto ningún gorro en ningún lado. Yo nunca me atrevería a robar un gorro. Deja de hacerme preguntas». El oso seguirá buscando hasta llegar a deprimirse. Pero, en un momento de calma reflexiona que… ¡ha visto su gorro! Y es entonces cuando decide volver a buscarlo… hasta que llega al ladrón y lo recupera. Problema terminado.
Momentos después una ardilla viene y le pregunta al oso feliz, y con el gorro puesto, si ha visto a un conejo con un gorro. La respuesta del oso resulta familiar: «No. ¿Por qué me lo preguntas? Yo no lo he visto. No he visto a ningún conejo en ningún lado. Yo no comería un conejo. Y no me hagas más preguntas».
Debo confesar que la aparente sencillez de este cuento infantil escrito e ilustrado por Jon Klassen y publicado en España por Milrazones tras ser elegido por The New York Times Book Review como uno de los diez mejores libros ilustrados del año 2011, hizo que no percibiese en su totalidad la moraleja que alberga. Así que lo hice leer a personas adultas y ninguna pareció ver nada más allá de lo obvio: que el oso había recuperado su gorro y ya estaba tranquilo. El domingo con mis dos sobrinos pequeños en casa nos sentamos a leer el cuento. Inmediatamente uno de ellos me dijo que el conejo era un “mentiroso robón”. Pero mi asombro fue cuando mi sobrina añadió inmediatamente: “lo que pasa es que el oso tiene mucho morro”.
Parece mentira que un libro para niños sea a sus padres a los que haga reflexionar. No deja de sorprenderme que sean los niños lo que vean algo negativo donde los adultos ven cotidianeidad. Decía Sófocles hace ya bastante tiempo que siempre se repite la misma historia, que como individuos no pensamos más que en nosotros mismos. No sé qué hubiese pensado de vivir en esta época en la que «yo» y «mí» dialogan con tanta asiduidad, porque parece que solo nos preocupan nuestros intereses particulares, y los demás, que se las apañen como puedan. O como decía Luis XIV: “después de mí, el diluvio” y «el que venga atrás que arregle».
@alfredoLlopico