Las chicas de la sexta planta (2011) de Philippe Le Guay
Por Alejandro Molina
Resulta curioso cómo todo vuelve para desvelar que, finalmente, no hemos cambiado tanto. Nos pensábamos que éramos un país rico y al final somos lo que casi siempre hemos sido: un país de emigrantes. Hoy, como hacíamos en los cincuenta y sesenta, nos vamos a Sudamérica, a Inglaterra, a Alemania y a Francia. Las protagonistas de esta película -mujeres españolas que se fueron solas a un París hostil para trabajar como bonnes, como sirvientas, sin saber francés (en Francia, cuando alguien habla mal francés se dice que lo habla “como una vaca española”)- parecen cosa del pasado y no lo son: son nuestro presente, que nos equipara con aquellas otras sirvientas que contratábamos cuando teníamos dinero y nos comportábamos como siempre nos comportamos los españoles cuando tenemos dinero: como nuevos ricos.
Ésta es la primera lectura que uno hace de esta amable y simpática comedia con leves toques dramáticos. Una lectura no pretendida por el director, sino aportada por los tiempos y las circunstancias que corren. El film no tiene más pretensión que la de crear una sonrisa en la cara del espectador, a lo más, ser un canto a la solidaridad femenina en tiempos difíciles. Lo consigue gracias a unas magníficas y estupendas actrices que dotan de vida al grupo de criadas semianalfabetas que viven en una sexta planta sin ascensor (piso donde habitualmente se encontraban en Francia los minúsculos cuartos del servicio, las chambres de bonne, ahora alquilados a precios astronómicos a estudiantes Erasmus o emigrantes). La visión que de ellas y de España ofrece el guión es tópica e idealizada: los típicos personajes de buen corazón, sin más escuela que una vida que les ha maltratado y que sin embargo dan una lección de vida y esperanza a sus patronos, personajes ricos y antipáticos a los que descubren las cosas buenas de la vida. Si se sabe dejar esto de lado, uno se puede dedicar a disfrutar de la naturalidad y encanto que emana el elenco de actrices españolas, casi se diría que almodovariano. Aunque la protagonista es una solvente Natalia Verbeke, las que se llevan la palma son Lola Dueñas y Carmen Maura, ésta última ganadora del César a la Mejor Secundaria por este papel, aunque bien podría haberlo merecido cualquiera de las otras. A su lado, Fabrice Luchini interpreta el contrapunto estirado y cómico que tan bien sabe hacer, aunque ya canse verle hacer casi siempre lo mismo y ver cómo lo emparejan inverosímilmente con guapas y jóvenes actrices.
Un más que agradable entretenimiento, una típica comedia inofensiva de ésas que los franceses hacen tan bien. Y, merced a estos tiempos, una sonrisa viendo una historia de nuestro pasado, tan parecida a nuestro presente.